Sueños de dos niños que comen mango y un Gato Lucrecio | Concurso de Cuentos Infantiles en Homenaje al escritor venezolano Aquiles Nazoa

in Literatos4 years ago (edited)

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A Itzell Indajani, quien descubre y escribe el mundo conmigo.


Ayer que llovió toda la noche y hoy que la mata de mango amaneció tan alegre. Soltó unos manguitos y Jorge y Andrés corrieron a buscarlos, porque morder un mango es como morder el mundo entero.

En la casa mamá hace todo a la vez, ¡es una maga!, puede pensar las cosas más profundas y hacerlas realidad: el amor, la sopa de pollo, la manera de ser tantas cosas siendo sólo una… En el fondo de la casa queda el patio, en el centro del patio queda el árbol, en el centro de mamá quedan dos niños que recogen mangos.

Entraron los dos pegando brinco y brinco y llenando de barro el piso barrido:
— Los mangos para después del almuerzo —gritó mamá desde la cocina—.
— Está bien, —se escuchó una voz refunfuñando, después de interrumpir algún relato—.

También Gato Lucrecio espera el almuerzo, y mientras tanto echadito en una silla y con una mano sucia que le acaricia una pata escucha con atención los cuentos de los sueños de la noche y piensa: “Bueno, aquí cada quien sueña con lo suyo”:

El sueño de Andrés, como casi siempre, era un sueño virtual: lanzaba fuego a unas figuras verdes mientras él era un hombre muy grande y muy fuerte, mitad humano, mitad robot. Más real que en la pantalla con la que jugaba cada día.

En cambio, el sueño de Jorgito era sencillo y transparente como las cosas cruciales de la vida: terminar de pelar un palito con el cuchillo cuando su mamá no estaba mirando.

—¿Y te la pasaste pelando un palo toda la noche? —preguntó Andrés burlonamente—.
—Sí —fue la única respuesta de su hermano, que lo miraba fijamente—.

Mamá, que desde la cocina escuchaba, se rio sin hacer ruido, y pensó en los seis brazos que estiraba y recogía para sembrar, cocinar, estudiar, tomarse un chocolatico y conversar con las amigas en el momento en el que dormía más profundamente. En ese sueño también podía volar.

Gato Lucrecio maulló de melancolía por el recuerdo de su sueño de amores con la gata Moza.

Una hormiga que pasaba por la sala rumbo al azúcar también se detuvo a escuchar, y contó que en su sueño recogió muchas hojas y las tiró al mar, que en el agua se fue tejiendo una sábana verde y que navegaba sobre ella como una pirata desnuda. Nadie la oyó.

Un pájaro soñó con el fruto más alto de la mata de mango; y hasta el árbol dormido soñó que llovía, pero no era un sueño.

“Cada quien sueña con lo suyo”, es cierto. A menos que se trate de los mangos que se comen después del almuerzo, cuando ni siquiera hace falta dormirse para que todos sueñen igual, Jorge, Andrés y su mamá, la hormiga el pájaro y el árbol, todos igual: UN TOBOGÁN ALTO Y ANARANJADO POR EL QUE SE DESLIZA SUAVECITO TODO EL DULZOR DEL UNIVERSO. Los mangos.

Sólo Gato Lucrecio sueña diferente, y es porque a él, en vez de mangos, le gustan las cotufas.


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