Bigotes
–¡Hola! Jeje –se sentó– ¿Sabes? una vez estuve en tu situación. ¡Siento como si hubiese sido ayer! –lo miró atentamente– ¿cómo llegaste aquí?... Ah vamos, bueno, yo te diré mi historia primero.
–Era una tarde de verano –empezó–, estaba recostado en la chambrana de la puerta trasera de mi casa observando el paisaje, esperando... Vivía en la ultima calle de la urbanización la cual había sido construida sobre una superficie elevada, por lo que desde el patio trasero tenía una gran vista de la llanura que se extendía unos cuantos metros abajo. La verdad es que se trataba de una vista aburrida y calurosa, pero lo más importante de ese lugar era quién me hacía compañía: mi gato Bigotes. Ambos nos sentábamos en el patio y veíamos los atardeceres. ¡Oh, extraño esos días!
»A veces él salía corriendo tras una lagartija y se perdía largos ratos, pero siempre regresaba. ¡Incluso me traía lo que cazaba!, yo no me daba cuenta hasta que olía mal debajo de mi cama. Ya sabes, todos los gatos son así.
»Esa tarde luego de esperarlo más de lo usual. Bigotes trajo algo diferente, algo extraño. Lo vi como subía por el barranco a toda prisa. Pasó corriendo a mi lado y se metió en mi cuarto. Fui tras él y lo saqué de abajo de mi cama antes de que me dejara otro cadáver de lagartija. Pero lo que tenía entre sus dientes no era lo que esperaba. Sus mandíbulas chorreaban saliva morada. Abrí su boca y metí mi mano para quitarle aquel pobre animal. Cuando vi lo que tenía en mis manos; salté aterrorizado y lo solté de inmediato.
»Era verde y de ojos grandes, viscoso, humanoide. Quedé estupefacto, desconcertado. Entonces Bigotes me clavó sus garras y escapó de mis brazos. Tomó en sus fauces a esa criatura extraña y huyó.
»Corrí tras él. Cruzamos el patio y bajamos por el barranco. Atravesé matorrales y me llené de tierra varias veces... Hasta que los vi. Pensé que se trataban de hojas grandes de la maleza: verdes y altos. Pero sus ojos...ojos negros y enormes. Me di vuelta despacio para huir de vuelta a casa. Di dos pasos y entonces no pude más. Escuché sus pasos atrás de mi. Intenté gritar pero fue inútil, estaba paralizado.
»Luego solo tengo vagos recuerdos –continuó– creo que vi las calles de la urbanización, algunos tejados... Creo que estaba volando.
»¡Oh! –dio unas palmadas en su pierna– vamos, súbete, eso, muy bien. A diferencia de mi, Bigotes no ha envejecido nada –lo acarició– ¿verdad que si, señor Bigotes?...No te preocupes chico. Puede que estés algo asustado pero ¡míranos! estamos bien. Estoy seguro que tu estarás bien como nosotros jeje ¿verdad que sí, Bigotes?...¿Ahora si crees poder decirme como llegaste hasta aquí?.
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