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La novela contiene narración gráfica de asesinatos e imágenes fuertes, por lo que se recomienda discreción. Apto para mayores de edad.
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Jane no soportaba más esa vida de «prisionera» que llevaba, así que se cambió de ropa y se dispuso a escaparse a casa de su amiga, Julieth. No soportaba más el encierro pues ni siquiera podía ir a visitar a sus amistades como lo hacía habitualmente, y la falta de socialización la estaba volviendo loca.
Como pudo, salió de la mansión donde vivía, trepándose precariamente por una de las paredes, aunque al lanzarse al otro lado cayó con mucha fuerza y debido al impacto, se magulló la rodilla, sin embargo se incorporó y, cojeando ligeramente, se fue caminando por las calles adoquinadas mientras se ponía la capa de viaje.
La muchacha caminó por los callejones más oscuros, puesto a que no quería que algún conocido de su padre la viera fuera de casa tan tarde. Le faltaba poco para llegar a su destino cuando cruzó por una esquina y entonces observó a un hombre vestido con levita y sombrero de copa alta, a unos siete metros de distancia. El tipo jugaba con una moneda, lanzándola hacia arriba para luego atraparla en el aire.
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La mayor parte del rostro del misterioso hombre permanecía oculta bajo el sombrero. Jane lo reconoció enseguida debido a la descripción que muchas personas que aseguraron haberlo visto fugazmente, hicieron al periódico local. Según los supuestos testigos, El Noctámbulo, vestía levitas de colores oscuros (en este caso llevaba uno de color rojo vino) solía aparecer en las noches, llevando una daga oculta bajo la ropa, despedía un perfume masculino agradable y siempre tenía en una de las manos una moneda (generalmente un penique o una libra) que le dejaba a las víctimas dentro de la boca. Así que no había dudas, ése no podía ser otro más que el famoso asesino que aterrorizaba las calles de Londres, en busca de mujeres para saciar su sed de sangre.
Una brisa suave y fría trajo el aroma del misterioso hombre hasta la muchacha.
Jane estaba aterrorizada, desde luego arrepintiéndose de su imprudencia al haberse escapado de la protección de su hogar, y para colmo a semejantes horas.
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Él no pareció haberse percatado de su presencia todavía, seguía demasiado entretenido con la monótona labor de lanzar y atrapar la moneda. Sin embargo, cuando la chica movió con sumo cuidado un pie para intentar huir de allí, el hombre advirtió el movimiento a través del rabillo del ojo, y giró el rostro en su dirección. Jane no podía verle los ojos, pero estaba segura de que la estaba mirando, entonces tragó saliva con dificultad y el desconocido esbozó una sonrisa de satisfacción.
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—Siempre me han gustado las pelirrojas —aseguró con un tono de voz fingido. Se notaba que ése no era su tono habitual, no obstante a Jane esa voz le pareció familiar.
Luego, El Noctámbulo extrajo de su levita una daga, y sin previo aviso echó a correr hacia ella.
Jane se olvidó del dolor que sentía en la pierna y corrió de regreso a su residencia, pero en la huida, se metió por tantos callejones que le costó encontrar calles amplias. Corría tan rápido como sus piernas y su vaporoso vestido se lo permitían, hasta que al fin vio lo que parecía una avenida.
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Miró por encima de su hombro y no vio al hombre detrás de ella, sin embargo, no se detuvo, y al salir del callejón se dio cuenta de que estaba en la calle Fleet en East End, entonces corrió a través de ella, preguntándose por qué no había visto aún a algún policía. Si bien los había evitado al principio de su huida, ahora le urgía encontrarse con uno de ellos.
Ella observó de nuevo por encima de su hombro, y en esta ocasión sí pudo verlo correr tras ella. El pavimento estaba mojado, lo que provocó un caída de rodillas, al meterse en otro callejón, lastimándose todavía más la que tenía magullada, además de hacerse daño en la otra. No obstante, impulsada por la adrenalina, se levantó y siguió corriendo.
Después de correr por tres calles más, llegó al puente de Westminster, rogando para que alguien que pudiese socorrerla, estuviese por ahí. Entonces, afortunadamente encontró al detective Wyatt Jones, y luego de mirar detrás de ella una vez más, finalmente se detuvo. El Noctámbulo regresó a la oscuridad al otro lado de la calle, sin dejar de mirarla.
Todavía temblando, Jane se dirigió con dificultad hacia el detective, y al llegar hasta él le contó lo sucedido, accediendo a que él la ayudara a caminar.
Benedict ya estaba en su cama, en el limbo entre el sueño y la vigilia, sosteniendo la daga que guardaba bajo la almohada. De repente se espabiló por completo cuando oyó un suave golpeteo en la puerta de su habitación.
—Pase —dijo sin mucho ánimo.
Era una de sus mucamas.
—El detective Wyatt está abajo con una señorita, Jane Miller. Ella parece herida, señor —dijo la mujer con un candelabro en la mano.
Benedict, alarmado y sin percatarse de lo que hacía, salió de la cama en ropa interior.
—Discúlpeme, por favor —se excusó al percibir las mejillas sonrojadas de su criada.
Entonces se puso encima un albornoz, encendió un candelabro y bajó a la sala de estar dónde estaba Wyatt, admirando las pinturas que adornaban las paredes. Jane estaba sentada en un sofá en frente de la chimenea encendida...
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—¡Ben! —dijo Wyatt a modo de saludo—, me encontré a esta señorita mientras hacía vigilia por el puente de Wetsminter.
—Supongo que tu padre no sabe que estás aquí—dijo Benedict colocando el candelabro encima de la mesa del té.
—Mmmm... no —contestó Jane, vacilante.
—¿Por qué te escapaste de tu hogar? —preguntó el detective con tono admonitorio.
—Porque no aguantaba el encierro, pretendía escaparme a casa de Julieth Horan —respondió Jane desde su asiento, nerviosa, con voz trémula mientras esbozaba muecas de dolor de vez en cuando.
—Ese no es motivo suficiente para justificar semejante acto de irresponsabilidad, ¿es que acaso no pensaste en las consecuencias? ¿Crees que la decisión de implantar un toque de queda fue tomada deliberadamente? Si tu padre se levanta en este momento a revisar cómo estás y no te ve, ¿qué crees que pasará? ¿Y mañana en la mañana qué? Es demasiado tarde para devolverte a tu casa ahora, pero eso me pone en una situación comprometedora porque no está bien visto que una señorita pase la noche en la casa de un hombre soltero —la reprendió Benedict.
—Y eso no es nada, el motivo por el que está herida es porque se lastimó al caer mientras huía de nada más y nada menos que El Noctámbulo —reveló Wyatt sentándose en un sillón. La chica lo miró con reproche.
—¿Qué? —preguntó Benedict incrédulo—. ¿Pero cómo?...
Jane contó para él su experiencia, describiendo cada detalle que pudo recordar en ese momento: le habló de su vestimenta, de la moneda y de su fragancia, pero estaba tan asustada con el hecho de la persecución, que olvidó mencionar que el tipo le había hablado.
—Estuviste expuesta a un gran peligro —dijo Benedict sin perder el tono admonitorio después de escucharla, tratando de ordenar las ideas en su mente, incluso tomó algunos apuntes en una libreta que halló en una gaveta.
—Sé que cometí una imprudencia pero jamás creí que...
—Ese es precisamente el problema, que muchas personas se creen invulnerables, que nada puede pasarles hasta que les llega el turno.
—Lo siento...
—Ya no importa, afortunadamente ya estás a salvo —dijo Benedict, relajándose un poco—, mañana seguiremos trabajando en esto. Wyatt, debemos estudiar varios elementos pero ahora, si quieres, ocupa la habitación que está al lado de la mía. En cuanto a ti, Miller...
—Jane —corrigió la muchacha—, llámeme Jane.
—Bien, yo me encargaré de mostrarte tu habitación después, pero por ahora hay que limpiar esas heridas, sin embargo no pienso despertar a ninguna mucama para esa labor, pues no están en horas de trabajo, así que también me encargaré de eso —resolvió el detective sacando de una gaveta un equipo de primeros auxilios. Jane abrió mucho los ojos a causa de la sorpresa, Benedict comenzó a darle instrucciones—. Coloca las piernas sobre la mesa de té y levántate el vestido sobre las rodillas.
—¿Qué? ¡No! ¡Me niego rotundamente! —dijo ella con enojo, enrojeciendo hasta las orejas—, Eso es un atrevimiento, señor…
—Para mañana la herida se te infectará, además no te dejará de doler si no me dejas limpiártela. Tu padre estará aquí a primera hora para buscarte porque en cuanto amanezca pienso enviarle una carta avisándole que estás aquí, así que no seas testaruda —dijo el hombre mientras mojaba en alcohol un trozo de gasa.
Jane pensó en sus palabras, sopesando sus opciones, llegando a la conclusión de que tenía razón, de modo que, sonrojada, subió las piernas a la mesa del té y se arremangó la falda del vestido hasta las rodillas. Benedict, inmutable, limpió las heridas, las vendó y ayudó a la mujer a llegar hasta la habitación que ocuparía.
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A la mañana siguiente, tal como Benedict prometió, envió la carta para el señor Miller apenas comenzó a aclarar en el horizonte. Poco después estaban todos desayunando en el comedor.
—Jane, debes tener en cuenta que esa persecución con El Noctámbulo pudo haber terminado mal y que gracias a Dios no fue así. Estás herida pero a comparación de lo que Wyatt y yo hemos visto... —dijo Benedict.
—Tuviste de verdad mucha suerte —añadió Wyatt.
En ese momento una mucama entró corriendo en el comedor, diciendo que el esperado señor Miller estaba en la casa, fuera de sí y que quería entrar por la fuerza.
—Yo lo mandé a llamar para que viniera a buscar a su hija, así que déjenlo pasar —ordenó Benedict incorporándose de su asiento—, necesito hablar con él para darle una explicación, pero tendrá que comportarse como un hombre civilizado y escucharme —dijo mientras tomaba asiento nuevamente, luego se dirigió a Jane—: Eso sí, tendrás que obedecer a lo que te diga tu padre sin objeciones, el resto lo arreglo yo, y no vayas a creer que voy a mentir respecto a tu huida, le diré lo que en realidad pasó, que te escapaste para ir con Julieth Horan y el motivo por el que terminaste aquí.
Archivald Miller irrumpió en la habitación, corrió hacia su hija, la ayudó a incorporarse y la abrazó, lleno de preocupación.
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—¿Por qué me hiciste esto, hija? —preguntó el hombre sin soltarla—, temía haberte perdido, me aterré al no verte esta mañana.
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En la residencia de los Horan se suscitaba una discusión. Dominic Horan había descubierto que su hija al parecer tenía amoríos con un joven de clase baja, al que él consideraba inferior, y también supo que la noche anterior ambos se habían encontrado en un portal trasero de la mansión, junto al jardín de rosas.
—Yo sabía que querías verte con ése infeliz —dijo el hombre refiriéndose al joven.
—Él no es un infeliz —respondió la muchacha mirando con ojos húmedos a través de la ventana, hacia el jardín de rosas, más allá del laberinto de arbustos altos.
—Como si fueras una... —dijo el hombre interrumpiendo lo que estaba a punto de decir.
—¿Cómo si fuera una qué? —apremió Julieth, girando el rostro para encarar a su padre con una mirada desafiante.
—Menos mal que ese problema lo arreglé ya.
—No te entiendo —dijo ella comenzando a ponerse nerviosa.
—Hace bastante que estoy pensando en la posibilidad de unirte a Nicolai Petrov.
—¿Qué? —preguntó ella, ahora atónita y aterrada.
—Julieth, él es un excelente partido: tiene dinero, distinción, clase, elegancia y es bien parecido —dijo su padre.
—A mí no me importan esas cosas, se te olvidó lo más importante... ¡No lo amo! —dijo molesta.
—Puedes enamorarte de él después de casada. La convivencia y los años te ayudarán...
—Hubiera preferido enamorarme de mi prometido antes de casarme. ¡Olvídalo, papá! No me gusta, no lo amo y además es mucho más viejo que yo... ¿Qué edad tiene? ¿Treinta?
—Treinta y dos, pero aparenta unos veintiocho —contestó Dominic.
—¡Por el amor de Dios! —exclamó la muchacha, tapándose la cara con las manos.
—¡Deja de hacer berrinches! Ya eres una mujer y debes comportarte como tal. Más te vale que no hagas escenas delante del señor Petrov cuando venga a visitar, y espero que no se entere de lo que hiciste ayer, o los planes de unirte a él podrían fracasar.
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Esto ha sido todo por el capítulo. Espero de verdad que les guste.
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