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Hay gente que fuma, otra que toma, otra que se droga, pero yo, escribo. Escribo como una necesidad, como un vicio, como un autoengaño, como una evasión. Una evasión de la vida, de mi vida y la de los que me rodean, tanto cercanos como lejanos. Y es que yo padezco la bendición-maldición de la empatía.
La empatía, esa capacidad de ser sensible a lo que sienten los demás, y que suena como una cualidad muy buena, muy deseable, incluso muy 'noble', pero la realidad es que la mayoría del tiempo es una verdadera molestia, por decirlo de manera amable y sin lenguaje soez.
Por la simple razón de que es como tu sombra, no puedes escapar de ella. Y si bien te permite apreciar, y hasta cierto punto, compartir la felicidad ajena, en la práctica, en la realidad, se experimenta más a partir de la desgracia ajena.
No sé si sea porque la infelicidad es más notoria, más abundante o más intensa, pero cuando alguien es feliz, si bien me da gusto, no me contagia tanto su alegría, como si me contagia su tristeza o su pena aquel que la sufre. Y puedo cerrar los ojos y taparme los oídos, para no ver y no escuchar, pero no hay manera de taparse el corazón para no sentir. Así que escribo.
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Escribo para explorar lo que siento o para olvidar lo que siento. Escribo para entender que siento, o para hacer como que no lo entiendo. Escribo para encontrarme tanto como perderme. Para huir o para esconderme a plena vista. Escribo. Escribo. Escribo. Y no necesariamente bien, pero ese no es el objetivo, el objetivo es simplemente escribir.
Escribir para existir. Para afirmarse y para negarse. Para abrir los ojos y para cerrarlos. Escritura como pregunta. Escritura como contestación. Escritura como contenido, pero sobre todo como continente. Porque como decía un amigo, 'el papel aguanta todo', y la escritura también. La escritura aguanta más que nosotros, y tal vez por ello recurro a ella, tal vez por eso me apoyo en ella.
Porque el universo de la escritura es mayor, mucho mayor, al del mundo real. En ella todo es posible, en ella todo puede existir y desparecer, hasta los temores, hasta los miedos. Y si la cosa se pone fea, en ella, a través de ella, uno puede desaparecer también, ser alguien más, quien sea, quien uno quiera, o quien ella, la escritura, quiera.
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Lo curioso es que ese alguien más, o esos alguien más, también somos nosotros. No hay manera de que existan si en nosotros no hay algo que les sirve de ancla, de asidero. Y por raro que se escuche, eso me alivia, porque se que si puedo escribirlo, puede ser, puede existir.
Se que ese otro alguien que escribo también soy yo, aunque sea en una mínima parte, y que esa mínima parte puede crecer hasta un día abarcarme por completo. Y que esta mutación, esta metamorfosis, si queremos ser kafkianos, está en mi manos, está, literalmente, en mí. Suena fantasioso, pero soñar no cuesta nada.
Recuerdo una tira cómica de Mafalda, en que Guille, su hermano menor, después de garabatear las paredes de la casa con sus crayones, le dice algo así como : …'es increíble todo lo que cabe en un lápiz', y tiene todo la razón, es increíble todo lo que pueden contener un lápiz y una pluma, o si nos ponemos más contemporáneos y posmodernos, un teclado.
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La vida misma puede plasmarse en hojas de papel, nuestra vida y la de los demás. La vida misma puede re-escribirse en hojas de papel. Así que escribo y la re-escribo. Así que lo intento. Una y otra vez. Sé que un día de estos sucederá y desaparecerán mis miedos… o desapareceré yo.
©bonzopoe, 2024.
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