Daniel sabe que Buenos Aires puede deparar sorpresas extraordinarias. Daniel sabe que siempre, pero siempre, habrá chance de ser deslumbrado por alguna preciosidad de esa avasallante ciudad. Pese a su edad guarda una vitalidad sin tregua. Después de todo lo vivido, Daniel no puede menos que vivir mojando todo el pan en la salsa. Sabe que los días que le quedan por vivir son ya mucho menos que los vividos. El tiempo y la biología son implacables. No exoneran a nadie. Aun así, desde aquellos oscuros días en que el tiempo era espeso y neurótico, ha vivido su amor y su odio con una escenografía muy sobria.
Es verdad que al menos una vez cada semana se le agolpan los recuerdos: el ruido del tren rumbo a Treblinka, el miedo que empequeñecía y el sabor indescriptible del agua.
Cada cierto tiempo, a Daniel se le agolpa Varsovia en los ojos. Cuando era Pawel, cuando era un niño y el mundo era su calle Krakowskie Przedmieście. Los años se le han ido, como a todos, intentando no odiar, pero la tarea nunca es fácil. Tal vez, Daniel ha sido más presa del amor de lo que pudiera pensarse. Ahora le queda Buenos Aires para saborear el epílogo de su vida. Por eso camina la ciudad desesperadamente, lo cual no quiere decir que lo haga con prisa sino con esas ansias de querer verlo y sentirlo todo.
Pero la vida, como Buenos Aires, puede deparar sorpresas extraordinarias y Daniel lo ha visto. Tal vez sea una trampa del destino para hacerlo sentir el último chispazo de odio. Tal vez la vida se está riendo de él al ponerlo frente a Gertrude Schulz nuevamente. Después de sesenta años allí está ella. Daniel no sabe cómo la ha reconocido. Tal vez es ese algo que los ojos guardan por años, incluso, y que no desaparece nunca. Allí está Daniel viendo a aquella anciana que pasea por La Recoleta. Allí está él aguardando el momento preciso para hacer lo que esperó hacer por años. Es necesario. Son las sorpresas extraordinarias que depara Buenos Aires.
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Qué bien está narrada esta conmovedora historia de dolor, memoria y vida-muerte. Un personaje digno de una novela. La sincronicidad existe, diría Jung. Saludos, @cantantecumanes.
Gracias y saludos, profesor @josemalavem. Tal vez me anime con esa posible novela.