¿Cuántas veces Puerto Ayacucho ha compuesto los huesos rotos de los viajeros de la selva? Probablemente muchas.
Y así y todo, se hace necesario salir rápido de allí. De su sopor, de su tranquilidad aterradora.
A eso de las seis de la tarde, Puerto Ayacucho es una humareda de mosquitos. Una inmensa nube de puripuris en donde el calor vuelve todo más denso. Una letanía poética que todo lo magnífica. A esa hora la gente está guardada en un sopor dulce y vegetal.
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