Cuando alguien se va
nadie lo extraña,
otro ocupa su lugar
y continuamos paseando
lentamente
esta prisa sin remedio.
Olvidamos la impaciencia
para no sucumbir
en este ínfimo espacio de nadie.
Más allá o más acá
es lo mismo,
sólo los afortunados
alcanzan un asiento
para ser acorralados.
El mundo no da vueltas,
se desplaza hacia la nada,
hacia un destino
que se detiene a cada rato
con el alivio estoico
del que abandona el mundo
que encontrará mañana
entre otros rostros
con idénticas intenciones;
pasajeros de la vida
que aprendieron a soportar
los avatares de un viaje
que siempre será el mismo:
un reencuentro efímero con la eternidad
que nos muestra
sus cotidianos
abismos.
En algún momento
bajaremos a tierra
para seguir siendo anormales.