Tenía apenas 25 años cuando comencé a pilotear estos aviones, le decía a mis compañeros mientras tomábamos una cerveza a la luz de la fogata en aquella noche estrellada. Estábamos en aquella isla conversando sobre los aciertos de la vida, un grupo de amigos disfrutando de una noche de confesiones, compañeros de viaje de muchos años.
Los primeros vuelos no fueron fáciles para mí, les decía mientras tomaba un trago. Saben esa emoción que se siente al estar al frente de una nave; cualquier decisión que tomara tendría un efecto que podía ser el mi último error o acierto. Siempre está ese riesgo presente en cualquier decisión, pero ahí estaba yo en la cabina de aquel avión monoplaza el mismo día que recibía la noticia de que sería padre.
En la cabina de un Cessna 172, ocultando mis nervios, pero todo un profesional, revisando los parámetros de vuelo: niveles de combustible, temperatura, aceite, la ruta de vuelo y los planes alternativos en cada contingencia.
Hacía unos meses que había comenzado mi viaje en tierra. Estaba comprometido con una hermosa joven; mi motivación de regresar a casa con salud, era mi máxima sensación de precaución. Encendí el motor y escuché el sonido para comprobar que todo estaba bien; ya era un sonido familiar de tantas simulaciones realizadas en las clases de vuelo.
Poco a poco fui poniendo el avión en la pista hacia el punto de despegue, alerta a las señales de vuelo. Muchos amigos me hablaron de ese momento, de qué decisiones son las mejores, de qué hay que hacer, pero no se aprende por las experiencias ajenas; no es lo mismo estar ahí sentado, con el control de tu vida en las manos. Un fallo y todo habrá terminado en pocos minutos.
Toca acelerar poco a poco y tomar pista: velocidad adecuada y despegue, inclinación y avión en posición de vuelo, la altura adecuada y contemplar el viaje. Es otra perspectiva; ya en el aire las cosas son diferentes. Ahora solo yo soy el responsable. Con esa idea en mente, tomé aquel vuelo: manos y pies firmes en los controles, pasando a velocidad de crucero, con 110 nudos en los controles.
Dimos una vuelta a la zona de vuelo; mi guía me dijo: “Lo vas haciendo bien”. Ya más tranquilo, empecé a disfrutar del viaje. Un giro y retorno a tierra: velocidad de aproximación 75 nudos y bajando a 60 nudos para aterrizar.
El avión en posición y suavemente aproximándome a la pista; estabilizado el avión y controles en orden, solo faltaba el recorrido final hasta el hangar.
Fuente
Lo logré; fue mi primer vuelo solo, pero supe tomar el control de la situación y hacerme responsable de las decisiones. Un buen guía te pondrá en el camino correcto, pero solo tú puedes tomar el control de tu destino. Debes saber que cada decisión te afecta a ti y a los demás; debes tomar siempre la mejor decisión o no podrás regresar la nave a salvo.
Dicho esto, tomé un trago de cerveza y avivé el fuego de la hoguera. Mis compañeros guardaron silencio; pareciera que habían aprendido mucho esa noche. Más que una clase de vuelo, fue una lección de vida.
Y usted que estuvo atento, ¿qué aprendió? Nos vemos en los comentarios.
Imágenes creadas con https://ideogram.ai/
Gracias por su compañía. Hasta la próxima.
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Excelente relato, le confieso que he sudado durante el viaje. Saludos
Saludos gracias por su apoyo, siempre es bueno saber que le gustó la historia. Bendiciones
Lindo día