Miraba por la ventana todos los días. Sus padres no lo dejaban salir a jugar después de que regresaba de la escuela. Primero tenía que cumplir con todos sus deberes, y si los terminaba antes de las cuatro, podía salir, si no, tenía que esperar. Entonces se asomaba por la ventana para ver si pasaba el señor de los caramelos. Se hacía ilusión porque él era el único que vendía los dulces que más le gustaban.
El señor era de lo más peculiar. Llevaba una barba larga y vestía con ropa muy ancha, lo que lo hacía ver más robusto de lo que era. Su voz era gruesa y dulce. Siempre se dirigía a él como señorito. Un día le preguntó por su nombre. Dijo que se llamaba Roberto. El niño se sorprendió porque también se llamaba igual. «Eres Roberto pequeño. A partir de hoy te llamaré Roberto pequeño» le dijo el señor.
Así que todos los días Roberto pequeño esperaba a Roberto grande, o el fuerte, como le gustaba decirle. Siempre le compraba los mismos dulces, hasta que un día, Roberto el grande, o el fuerte, le obsequió otro tipo de caramelos. «Son explosivos» le dijo «Verás cómo siente que tu boca estalla de sabores y sensaciones». Roberto pequeño introdujo el dulce en su boca y sintió un cúmulo de sabores que aparecían y desaparecían. Diferentes sabores como el del chocolate, coco, vainilla, fresa y otros se arremolinaban en su paladar. No pudo evitar cerrar sus ojos y llorar de felicidad.
Después de esta epifanía, Roberto pequeño esperó por varios días, pero Roberto grande, o el fuerte, nunca apareció. El niño se quedaba mirando por la ventana, y cuando salía a jugar con sus amigos, preguntaba por el señor de los dulces. Los demás lo miraron sorprendidos cuando Roberto pequeño les contó que el vendedor de dulces pasaba todos los días por su casa y le vendía los caramelos más espectaculares que jamás han existido en el mundo, pero sus compañeros, perplejos, le aseguraron que jamás vieron a un hombre con la descripción que él les daba.
Así pasaron los días. Roberto el grande, o el fuerte, no volvió a aparecer. Roberto pequeño se impacientaba y lloraba desconsolado y sus padres, aunque le llevaron todos los dulces del mundo, nunca pudieron consolarlo. La vida de Roberto el grande, o el fuerte, era un misterio, nadie lo conocía, nadie sabía quién era y mucho menos dónde vivía.
Pasaron los años. Roberto pequeño creció. Fue a la universidad, culminó sus estudios académicos, pero su pasión por los dulces hizo que abandonara su profesión y se dedicó a explorar el mundo de los sabores, buscando con desesperación aquellos que recordaba de su infancia.
Con el paso de los años Roberto pequeño, que ya era grande, dio con la fórmula, encontró los sabores de su infancia y se alegró tanto que deseó poder volver en el tiempo para deleitar al pequeño que fue con estos sabrosos dulces. Sabía que eso era una quimera, un deseo que nunca sería cumplido.
Un día decidió recorrer el mundo vendiendo él mismo sus propios dulces. Ya había alcanzado el éxito, había hecho mucho dinero y ya no tenía sentido estar encerrado en su fábrica. Tomó un traje, el más grande que vio, y se fue a recorrer pueblos y ciudades hasta que un día llegó a un lugar que le parecía conocido.
Era un pueblito con calles estrechas y casas de múltiples colores. Fue entonces que al ir caminando reconoció su propio hogar. El corazón le dio un vuelco. La gente lo miraba asombrado y él, estupefacto, no pudo decir ni una palabra en todo el trayecto. Siguió su camino hasta llegar a su casa, esa que fue su hogar hace mucho tiempo. Se acercó despacio, con el corazón latiéndole a mil, y vio en la ventana a un pequeño que lo esperaba con ansias. Se reconoció en su niñez, recordó su infancia, y entonces se dio cuenta de que ese hombre grande, con un traje estrafalario no era otro que él mismo que volvía, después de mucho tiempo, a traerle los dulces favoritos a Roberto pequeño.
English version
He looked out the window every day. His parents wouldn't let him go out to play after he came home from school. First he had to do all his homework, and if he finished it before four o'clock, he could go out, if not, he had to wait. Then he would look out the window to see if the candy man was passing by. He was excited because he was the only one who sold the candies he liked the most.
The gentleman was most peculiar. He wore a long beard and dressed in very wide clothes, which made him look more robust than he was. His voice was thick and sweet. He always addressed him as señorito. One day he asked him his name. He said his name was Roberto. The boy was surprised because he also had the same name. “You are Roberto little boy. From today I will call you Roberto pequeño,” the gentleman told him.
So every day little Roberto waited for big Roberto, or the strong one, as he liked to call him. He always bought him the same candy, until one day, Roberto the big, or the strong, gave him another kind of candy. “They are explosive” he told him ‘You will see how your mouth feels like it explodes with flavors and sensations’. Little Roberto popped the candy in his mouth and felt an accumulation of flavors that appeared and disappeared. Different flavors such as chocolate, coconut, vanilla, strawberry and others swirled on his palate. He could not help but close his eyes and cry with happiness.
After this epiphany, little Roberto waited for several days, but big Roberto, or the strong one, never appeared. The little boy would stare out the window, and when he went out to play with his friends, he would ask for the candy man. The others looked at him in surprise when little Roberto told them that the candy salesman passed by his house every day and sold him the most spectacular candies that ever existed in the world, but his companions, perplexed, assured him that they had never seen a man with the description he gave them.
And so the days passed. Roberto the great, or the strong, did not appear again. Little Roberto grew impatient and wept disconsolately and his parents, although they brought him all the sweets in the world, were never able to console him. The life of Roberto the great, or the strong, was a mystery, nobody knew him, nobody knew who he was and much less where he lived.
Years went by. Little Roberto grew up. He went to college, he finished his academic studies, but his passion for sweets made him abandon his profession and he dedicated himself to explore the world of flavors, desperately searching for those he remembered from his childhood.
As the years went by, Roberto, who was already grown up, found the formula, found the flavors of his childhood and was so happy that he wished he could go back in time to delight the little boy he was with these tasty sweets. He knew that this was a chimera, a wish that would never be fulfilled.
One day he decided to travel the world selling his own sweets himself. He had already achieved success, he had made a lot of money and it no longer made sense to be cooped up in his factory. He took a suit, the biggest one he saw, and went touring towns and cities until one day he came to a place that seemed familiar to him.
It was a small town with narrow streets and multi-colored houses. It was then that as he walked along he recognized his own home. His heart skipped a beat. People stared at him in amazement and he, dumbfounded, could not say a word the whole way. He continued on his way until he reached his house, the one that had been his home a long time ago. He approached slowly, his heart pounding, and saw in the window a little boy waiting anxiously for him. He recognized himself in his childhood, he remembered his childhood, and then he realized that that big man, with an outlandish suit was none other than himself who came back, after a long time, to bring his favorite sweets to little Roberto.
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Genial giro de la historia! Excelente narracion...!!
Gran final para esta interesante historia!