Mientras la niebla baja de los cerros
y las gallinas suben a sus nidos
me sorprendo de frente al horizonte
contemplando el ocaso del día.
La brisa húmeda del río
me envuelve y me estremece
presagiando tal vez mi propio ocaso
en la lluvia fugaz que va pasando.
Es el pasar del tiempo,
mensajero certero, inexorable,
dibujando despiadadas huellas
en mi carne, mi alma,
mi existencia.
No me apena saberme desvalido,
angustiado y pequeño,
de exhausto cuerpo, mente frágil,
alma desamparada
y silenciosa.
La vida es como el río que me adormece,
un raudal de esperanzas y emociones,
de fracasos y sueños que se quiebran
y se van secando en las riberas.
Haciéndose un reflejo
incoloro y perdido
que un otoño se irá
en el polvo casual de alguna tarde.
Esto que pienso no sé si será mío,
o de la soledad que ahora se cierra
sobre el rojo del sol que va muriendo.
Solo sé que esta brisa,
enconada y cortante,
se aferraba a mis huesos
al ocaso del día.
Régulo Briceño.
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Pequeño esbozo de mis ansias, de mis anhelos, de mi vida.
Gracias por leerme, agradecido también con la vida por el placer inmenso de vivirla.
Nos leemos.