Un par de días después mi esposa, Isis, notó cierto síntoma inusual en Kevin. Lo llevamos enseguida al médico, quién le recetó las medicinas respectivas, asegurando simple y llanamente que era normal, era su primer «golpe de aprendizaje».
Pero los días pasaron y la espera de la supuesta normalidad de la que él hablaba se prolongó implacablemente.
No obstante, mi hijo, fatigado por un constante malestar, de vez en cuando empleaba una actitud pro activa y optimista cuyo provecho sacó para coincidir con Elías.
Elias Villalobos, y sus padres, Maria y David Villalobos, recién llegaban a la comunidad en su camión de mudanza.
Kev ayudó a los nuevos vecinos con las cajas, coincidiendo así con su nuevo amigo.
Kevin siempre; enérgico, amable, imprudente, amoroso.
Elias lo invitó a ir a la iglesia a la que asistieron con los padres del muchacho, según la niñera que contratamos ese día por motivos de trabajo, siendo ése el punto donde ellos establecieron una amistad. Elías nos visitaba frecuentemente, para jugar con Kevin cuando no se le «oprimía el botón de descanso» es decir, mi esposa oyó que el amigo de Kevin padecía de Anemia y que nuestros vecinos rendían —o rinden— ofrendas al ocultismo para que los espíritus cuiden de su hijo y mejore. Cuestión que al terminar sus jornadas de diversión, logre notar. En efecto, Elias quedaba exhausto y somnoliento, casi abatido, mientras Kevin tenía aún batería suficiente para seguir, de paso sea, con su implacable malestar.
Una tarde sentados en el zaguán, hablábamos sobre el malestar de Kevin, la enfermedad de Ellas y la peculiar rendición de sus padres, momento el cual, fue interrumpido por un sujeto fornido, ojos negros, tez parda, barba larga, ataviado con orfebrerías coloridas, que pasó frente a nosotros advirtiendo en el momento pertinente: «De que vuelan, vuelan» —Con cara ironica y la certeza de que sus palabras eran ciertas mientras inhalaba el espeso humo de su tabaco. Isis y yo, con el ceño arrugado nos encogimos de hombros e hicimos caso omiso a aquello.
Las hojas del calendario caían al igual que de un cuerpo enfermo, la energía.
Un ocho de Agosto hasta donde recuerdo, Kevin, en su débil estado me preguntó que si podía intercambiar la visita con su amigo y le permití. . . es que ver su apagado ser y vislumbrar el progresivo malestar que le acechaba, figuró en mí mente, la idea de «bajarle un poco» a mi actitud sobre protectora.
Total... desde que llegamos a la comunidad hace tres años, Kev sólo pudo congeniar con el niño de enfrente, quien su fanática religiosa familia no permitía que saliera ni recibiera muchas visitas. Así que ¿por qué no?.
Desde la mesa de la cocina se escucharon las ocho campanadas de la iglesia. Una novena sonó como un tintineo, ésta anunció que era Kevin que llegaba agitando la pequeña campana decorativa.
—¿Cómo te fué, Kev?. –Pregunté recibiendo la respuesta positiva que esperaba.
—Bien papá, me siento mejor. La mamá de Elias es buena persona, hizo galletas para mí en lo que Elias despertara. Hablamos sobre mis tareas hasta que se dio cuenta de mi malestar y le conté acerca de mi caída, luego me llevó a conocer su 'altear', 'altuar', —Altar, dices. Corregí— Sí, eso.
Es un cuarto con velas, como en la iglesia, habían imágenes de santos parecidas a las que tiene la abuela. Preguntó por mi nombre y me rocío con agua mientras rezaba... Dijo que eso me ayudará y poco a poco me sentí un poco mejor.
Después el Sr. David, Elias y yo jugamos con la nueva consola de videojuegos que le obsequió su abuelo mientras que la señora Maria horneaba un pastel, pero Elias se quedó dormido de repente así que lo dejamos descansar y me vine a lo que terminé mi porción de pastel. La pase genial y me siento bien papá. — Me contestó Kevin con lánguido entusiasmo sin saber de la enfermedad que padecía su amigo y dándome ánimos con su satisfecha respuesta.
Me alegra hijo. —dije autómata pues, pensaba y recreaba en mi mente la descripción del lugar, el que percibí extraño por cierto. No obstante, la frase "me siento bien papá", libra a todo padre de cualquier mal pensar o algo por el estilo cuando un hijo padece.
— Bueno descansa, campeón, ve a tu habitación, pero dale antes un beso a tu madre, está arriba. —Termine por sugerirle y continué mi lectura diaria en el sillón.
Transcurrieron no más de 20 días para enterarme que la enfermedad del amigo de Kevin desapareció milagrosamente. Por nuestro lado seguíamos tristes por que nuestro Kev empeoraba progresivamente, empezaba a mostrar en su frágil cuerpo lo involuntario de un chico moribundo.
Los recién llegados vecinos, se iban. Alistaban la mini van cargándola de maletas; no pude distinguir si la celeridad con que acomodaban sus cosas era por alegría, preocupación, nervios, no lo sé. . . Intenté preguntar por qué se marchaban pero el automóvil empezaba trotar dejando tiempo para recoger a Grizzly —El juguete favorito de Kevin— que había caído desde el techo del automóvil, sin yo tener la más remota idea de saber cómo llegó ahí.
Isis, anhelaba que a mi maravilloso Kev retornara su salud esencial pero, no presentaba si quiera un signo de mejora, al contrario, llegó a tal extremo de internarlo en una clínica. Duró un mes. Lograron estabilizarlo, lo suficiente como para llevarlo de vuelta a casa, tardó solo un día, antes que tuvimos que devolverlo al cuidado clínico.
Viví todo esos días transcurridos en la clínica, en la espera que desespera.
Continuará. . .
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