Gemelas
Abrió los ojos y de inmediato sintió la molestia en su cabeza. Tenía un dolor punzante, casi insoportable, como si de pronto hubieran prendido fuego a sus sesos. Martina se removió inquieta en su lecho frío y estuvo a punto de vomitar, no obstante logró contener el impulso y las súbitas nauseas pasaron. Pudo ver que por encima de ella prevalecía el color azul… ¿El cielo? Pensó confundida... No, estaba en su habitación, podía sentir el suave tacto de sus sábanas. El techo pintado de color azul la había engañado.
Con bastante dificultad trató de dirigir su vista hacia algún objeto y ésta recayó en un espejo sucio, manchado y viejo. Se incorporó a medias y pudo ver su reflejo. Aún vestía la ropa de la noche anterior y por unos desconcertantes segundos no pudo recordar qué había ocurrido, ni por qué se sentía así… hasta que su mente turbulenta se aclaró.
Sí, eso había sido… Había ingerido demasiado alcohol en la fiesta de la noche anterior a la que había asistido. Había sido el cumpleaños de la chica más popular del colegio, llevado a cabo en su impresionante mansión. Era la mejor amiga de su hermana gemela y le sorprendió realmente que la invitara, ya que sólo habían intercambiado un par de frases en toda la vida, frases no muy agradables al oído. Sin embargo, estando allí supo por qué… Había sido una trampa. ¡Y ella había caído como una estúpida!... ¿Por qué había gente tan mala en el mundo? Se preguntó.
Martina cerró los ojos con mucha fuerza, tratando de deshacerse de los inevitables recuerdos, pero el dolor en su cabeza aumentó y no tuvo más remedio que detenerse. Muy en el fondo lo deseaba, porque había algo más que le causaba un dolor infinitamente superior y el dolor físico era mil veces preferible al del alma. Era como una reciente herida abierta que aún sangraba, había descubierto el secreto de su hermana gemela.
Las lágrimas de pronto cayeron por su rostro aún maquillado sin contención, manchando sus mejillas de negro. ¿Cómo podía haberle hecho aquello? ¡Era su hermana! ¡Su hermana!... Antes habían sido inseparables… Antes…
Al pensar en su hermana Romina de niña, evocó gratos recuerdos y su adolorida mente no pudo encontrar nada malo en ellos. Un antiguo juego acudió a su memoria… Estaban sentadas en la mesa del comedor familiar… ¿Qué edad tendrían? Quizás 8 o 9 años, no más. Sus padres hablaban del trabajo, mientras que ellas se comunicaban en un lenguaje inventado. Era un asunto importante: Martina no había estudiado para el examen de matemáticas de ese día. A diferencia de su hermana, era perezosa y distraída. Planeaban intercambiar de pupitre cuando la maestra les diera la espalda, eran iguales y ni siquiera lo notaría. Ya habían hecho algo así antes con total éxito. Entonces, Romina había cedido, siempre que podía ayudaba a su hermana en todo. Habían sido muy unidas… Al menos en esa época.
¿Qué pasó luego? Se preguntó, mientras comenzaba a levantarse de la cama. Ni ella lo sabía. Quizás fueran demasiadas cosas como para recordarlas a todas juntas. Sin embargo, intentó hacerlo. ¡Le costaba tanto pensar con claridad!... Hasta que un recuerdo llegó para salvarla…
—Sí, eso comenzó todo —le susurró al silencio.
Un dolor punzante vino a molestarla y se llevó las manos a la cabeza. Perdiendo de pronto el equilibrio casi cayó al piso, pero la salvó un perchero que se precipitó al suelo en su lugar. Desde un lejano lugar escuchó un grito de una mujer… ¿Su madre? Probablemente descubrió que estoy despierta, pensó. Ella no tomaba nada que tuviera alcohol, casi nunca lo hacía, no le gustaba, aunque todos sus amigos sí lo hicieran.
La chica fue hasta el baño y se miró al espejo, algo que casi nunca hacía, sin embargo ese día en particular tuvo la necesidad extraña de observase. Su largo y hermoso cabello oscuro estaba enredado y sucio… Una sustancia viscosa lo teñía de un extraño color. A Martina le dio asco y comenzó a sentir nauseas de nuevo. Llenó la bañera de agua, mientras pensaba en la maldita fiesta de la noche anterior. Su propia hermana realmente la había herido esta vez, quizás de muerte.
¡La odiaba! ¡La odiaba! ¡La odiaba! ¡Ojalá se pudriera en el infierno! ¡Ojalá Dios la castigara y se la comiera el mismísimo demonio! ¡Ojalá…! ¿Cuándo había comenzado a sentir ese odio? La pregunta interrumpió su voz interna. De pronto, sintió miedo… terror, pero no supo por qué.
Todo había comenzado años antes con un comentario de su padre. Sí, quizás había sido eso o quizá fue lo que detonó todo… Tendrían alrededor de los doce, ni más ni menos; su padre había tomado del brazo a Martina, cuando volvió del colegio, y la había apartado de su hermana. Estaba furioso, una llamada de la directora había puesto en descubierto sus juegos. Aún se veían iguales en ese entonces y era Romina la que hacía los exámenes… Hasta que las habían descubierto. ¿Cómo? Nunca lo supo.
—Me llamó la señora Turner, Martina… ¿sabes por qué? —le dijo muy serio.
Martina negó con la cabeza, aún no había comprendido del todo su desgracia.
—Así que no tienes ni idea, ¿eh? —La tomó de un brazo con fuerza y la zarandeó—. ¡No me sorprende tu estupidez, ya que es Romina la que hace todos tus exámenes!
—¡No es cierto! —se defendió la niña, pero un rubor de culpabilidad por mentir apareció en su rostro.
—Van a suspenderte este año, tendrás que hacerlo de nuevo. ¡¿Comprendes la vergüenza que eso significa para mí y tu madre?! ¡¿Eres tan estúpida que no eres capaz de hacer una evaluación sola?!
Las lágrimas de vergüenza no habían dejado que respondiera. Su padre entonces le gritó un montón de cosas que no debió decir jamás y menos a un niño, recalcando en todo momento la superioridad intelectual de su hermana. Agregando que estaba decepcionado de ella y que era un fracaso para él, por lo que no deseaba que le hablara en un buen tiempo hasta que pudiera perdonarla. Estaba furioso, había invertido mucho dinero en su costosa educación para que todo terminara así.
La niña vio a su padre irse hacia la sala y allí darle un beso a su hermana, que era el reflejo de la inocencia, como si hubiera sido la única culpable de lo ocurrido. ¡Romina siempre estaba de acuerdo con sus juegos, incluso se ofrecía a hacerle los exámenes sin que ella se lo pidiera! Y para ser honesta, hacía mucho tiempo que ella no se lo pedía, sin embargo Romina siempre decía que sería mejor que ella los hiciera porque de otro modo nunca aprobaría. Una sensación de injusticia anidó en su alma. No obstante ella nunca le dijo a su padre lo que hacía su hermana y ésta tampoco pareció pensar que tenía que enterarse.
Desde entonces las cosas en casa cambiaron para Martina. Sus padres, furiosos por lo ocurrido, no dejaron pasar oportunidad para demostrarle su descontento, algo que había traspasado todos los límites. Y vaya si tuvo que repetir ese año, pero eso no fue lo que acabó por separarlas.
Continuará...
Créditos: Esta historia corta es de mi creación. El banner es mi diseño y lo creé con el editor Canva. La foto tiene su fuente debajo.