Un par de semanas antes había hecho las paces con su gemela, Romina parecía estar harta de sus amigos. Se había refugiado en los brazos de Martina, arrepentida de todo el trato que había tenido con ella. Le pidió perdón y ella había creído en su sinceridad. Con los días creció la confianza perdida entre ellas y, poco después, debido a un impulso momentáneo que le trajo la felicidad, le contó sus sentimientos por Matías. Con sorpresa había descubierto que Romina también lo conocía. Debió haber visto la verdad en ese entonces pero no fue así. Las dos, como un agravio de Dios, se habían unido como nunca. Fue toda una ilusión… una trampa del destino.
Martina pensó con pesimismo y tristeza que la bondad no había alcanzado en el mundo para ella…
El día anterior se habían escapado juntas a la gran fiesta de cumpleaños que hacía Valentina, iban a asistir todos sus compañeros de colegio y pensó que esta vez se divertiría. Su hermana la había alentado a ir con ella. ¡Hasta le había rogado! Por primera vez en su vida se sintió cómoda y aceptada. Y lo había logrado, la había pasado muy bien… hasta que la tragedia ocurrió.
En un momento de la noche, Valentina y su novio la empujaron hacia el piso superior, hasta una de las habitaciones. No supo por qué, intentó resistirse, pero el alcohol ya envenenaba su sistema y no tenía fuerzas. Cuando abrió la puerta de una habitación lo supo… Su hermana estaba sentada en las rodillas de Matías y ambos se besaban.
¿Qué pasó luego? No podía recordarlo con claridad. Le había gritado eso sí… Romina se había asustado mucho de verla y quiso acercarse a ella, sin embargo la había empujado y esta cayó al piso. Matías le había dicho algo que no recordaba, tomándola del brazo… Se enojó y logró rajuñarlo en la mejilla. Había visto como la sangre brotaba de su rostro. Entonces, la había soltado… mientras ella le gritaba… ¿qué decía? No podía recordar exactamente. Todo parecía volver a su mente como en una película en blanco y negro, de a pedazos, desconectado.
Había huido de la fiesta corriendo y llorando. Eso lo recordaba bien. Romina la había seguido, tambaleándose un poco por los incómodos zapatos de taco alto. Y logró alcanzarla a los pies de una plaza solitaria.
—¡Espera! ¡Déjame explicarte! —le gritó desesperada.
—¡¿Explicarme qué?! ¡¡Vi lo que hacías, no soy ciega!! —le gritó furiosa y agregó, con profundo odio—: Sabías lo que sentía por él… Lo sabías, ¡y lo hiciste a propósito!
—¡No es cierto! Yo… no sucedió así.
—Te vi, maldita puta —escupió, como fuego.
—¡No me llames así! —Romina, enfureció de repente—. Estamos saliendo desde hace más de un mes… ¡Yo no sabía lo que sentías por él y… y cuando me lo dijiste… yo no pude decirte la verdad! ¡No pude! No quería que te enojaras conmigo. —Su voz se quebró, mientras las lágrimas aparecían en su suave rostro.
—No es cierto, nunca los vi juntos… ¡Mentirosa! —dijo Martina negando con la cabeza.
—No es mentira… No deseaba lastimarte. ¡Nadie lo sabía, sólo Valentina!
Martina negaba con la cabeza, no podía aceptarlo.
—Él era mi amigo… pensé… pensé que le gustaba…
—Es una buena persona pero sólo te quiere como amiga. Él me dijo que te hablara, que lo que hacía estaba mal… Él me ayudó a comprenderte. ¡No te enojes conmigo! ¡Lo siento mucho!
Hubo un breve silencio, su mirada se posaba en su perfecta hermana con desprecio, con odio. Lo tenía todo y ella nada… ahora tenía también a Matías.
—Te odio.
—No… —dijo su hermana e intentó agarrar su muñeca, no obstante Martina la empujó y cayó al piso, golpeándose la pierna.
Recordó cómo le gritaba, cómo lloraba a sus pies, pero no acudió a ayudarla sino que volvió a casa caminando. Quedaba lejos y aquella caminata sólo sirvió para que Martina viera el mismísimo infierno. Ya no le quedaba nada… su vida era un desastre, un completo sufrimiento. La brecha en su debilitada mente se abrió como un abismo… su mente se volvió en blanco.
Lo último que recordaba era haber llegado a casa con los pies adoloridos. Entró por la puerta principal sin preocuparse de que sus padres la descubrieran. No le importaba… nada le importaba ya. Se encerró en su habitación y poco después oyó la puerta de al lado cerrarse. Romina había vuelto a casa.
Mientras evocaba todo lo ocurrido la noche anterior, secó sus lágrimas y trató de calmarse. No quería que sus padres le hicieran preguntas. Poco después salió de la habitación y tocó la puerta de la de Romina. Esperó… pero no respondió. Estuvo un tiempo allí llamando hasta que, fastidiada, bajó a desayunar.
El discurso que le tenía preparado su madre fue largo y molesto, sin embargo su mente estaba ausente y pudo soportarlo. Pensaba en el mensaje de Matías… y en la traición de su hermana. ¿Qué más daño podía soportar? Había comenzado a ser inmune a él… aunque no al sufrimiento.
—¿Martina, me escuchas?
Su madre la observaba, molesta. Sus ojos claros surcados por arrugas le parecieron extraños.
—Sí, claro —se apresuró a contestar.
—Mejor sube y despierta a Romina, como sea, quiero hablar con ambas a la vez. Esto no puede volver a pasar.
No tuvo otra opción que volver a subir las escaleras hasta la habitación de su hermana, aunque verla era lo que menos deseaba en ese momento. Tocó la puerta con bastante insistencia y al no haber respuesta entró. Por suerte, no solía ponerle llave.
La habitación estaba oscura y sus ojos tardaron en acostumbrarse a la penumbra. De inmediato sintió un olor dulzón extraño, que no pudo identificar. Se movió hacia la cama donde estaba recostada su gemela. Una colcha floreada ocultaba su cuerpo y sólo se podía observar su hermosa cabellera oscura. ¡Es increíble que todavía duerma! Pensó. Los zapatos de taco alto estaban en el piso, tirados sin orden. Pudo observar que uno de ellos tenía roto el taco.
—¡Romina! —la llamó, pero esta no despertó.
Volvió a insistir… Luego la zarandeó un poco… Nada…
Tomó la colcha y la retiró… Había algo en su espalda, algo oscuro. Se inclinó sobre ella con curiosidad y la tocó… sus manos se tiñeron con aquella sustancia rojiza. Con horror las miró: era sangre. Entonces recordó de pronto todo lo sucedido, con una claridad insospechada. La noche anterior había esperado que su hermana llegara a casa y se durmiera. Había bajado hasta la cocina como en un sueño, como si no fuera ella, como si estuviera poseída, y tomado un cuchillo del cajón. Recordaba haber subido hasta aquella habitación descalza y haber apuñalado a su hermana por la espalda. ¡La odiaba tanto! ¡¡La odiaba!!
No podía creerlo… No podía ser real… Estupefacta, retrocedió unos pasos y tropezó con el cuchillo manchado de sangre, que había abandonado en el suelo antes de irse a dormir. Había sangre por todo el piso. Fue consciente entonces de su infierno… Ella lo había hecho… había matado a su hermana, que jamás despertaría. Y no había nada que pudiera hacer para remediarlo… Nada.
Un grito de horror brotó de sus entrañas.
...
FIN
CRÉDITOS: el banner es mi diseño y lo creé con el editor Canva. La foto tiene su fuente debajo.
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