"¡No joda!" espetó Juan, su voz resonando como un trueno en el silencio de la mañana. Los puños, apretados con fuerza, temblaban. Agarró su peinilla, afilada como una daga, y su mochila, compañera fiel de tantas jornadas. Con paso firme, casi desafiante, se adentró en la montaña, perdiéndose entre la maraña de senderos.
El sol, un ojo incandescente en el cielo, abrasaba la tierra. El cañaveral, una selva verde y opresiva, se extendía ante él. Juan, curtido por el sol y el trabajo, se sumergió en ese mar verde. El machete, una extensión de su brazo, danzaba entre las cañas, cortando un ritmo frenético. Con cada golpe, la savia brotaba, tiñendo sus manos de un verde intenso. El crujido de las cañas era una sinfonía de rabia que acompañaba sus pasos.
El sudor, salado y caliente, corría por su rostro, empapando su camisa. Sus músculos, tensos como cuerdas de violín, gemían bajo el esfuerzo. La monotonía de la tarea era un martillo que golpeaba su mente. Y en ese martillo, el resentimiento y la ira se fusionaban.
De pronto, un grito desgarrador rasgó el aire. Su pie se había deslizado sobre la tierra húmeda, y el machete, traicionero, había encontrado carne. Un dolor agudo, punzante, lo paralizó. La sangre, un río rojo y caliente, brotaba a borbotones, tiñendo la tierra de un color escarlata que contrastaba con el verde intenso de las cañas.
Intentó taponar la herida, pero fue inútil. La sangre seguía manando, implacable. Sus gritos, ahogados por el viento y el crujido de las hojas, se perdieron en la inmensidad del cañaveral. El sol, testigo mudo de su agonía, comenzaba su descenso, pintando el cielo con los colores de la sangre.
La noche lo envolvió en sus garras frías. El dolor, cada vez más intenso, lo consumía. La sed, una tortura constante, lo obligaba a arrastrarse en busca de un poco de agua. Las alucinaciones, monstruos grotescos nacidos de su desesperación, lo atormentaban. La herida, infectada y supurante, era una boca voraz que devoraba sus fuerzas. Así transcurrieron los días, arrastrándose hacia el hilo más visible para los transeúntes. Noches después fue encontrado. ¡Fue tarde!
Anger
“No joda!” Juan shouted, his voice echoing like thunder in the morning silence. His fists, clenched tightly, trembled. He grabbed his comb, sharp as a dagger, and his backpack, faithful companion of so many days. With a firm, almost defiant step, she entered the mountain, losing herself in the tangle of paths.
The sun, an incandescent eye in the sky, scorched the earth. The cane field, a green and oppressive jungle, stretched out before him. Juan, tanned by sun and toil, plunged into that sea of green. The machete, an extension of his arm, danced among the reeds, cutting a frenetic rhythm. With each stroke, the sap gushed forth, staining his hands a deep green. The rustling of the reeds was a symphony of rage that accompanied his steps.
Sweat, salty and hot, ran down his face, soaking his shirt. His muscles, taut as violin strings, groaned under the strain. The monotony of the task was a hammer pounding at his mind. And in that hammer, resentment and anger merged.
Suddenly, a piercing scream rent the air. His foot had slipped on the wet earth, and the machete, treacherous, had found flesh. A sharp, stabbing pain paralyzed him. Blood, a red-hot river, gushed out, staining the earth a scarlet color that contrasted with the intense green of the reeds.
He tried to plug the wound, but to no avail. The blood continued to flow, relentless. His screams, drowned out by the wind and the rustling of the leaves, were lost in the immensity of the reed bed. The sun, mute witness of his agony, began its descent, painting the sky with the colors of blood.
The night enveloped him in its cold clutches. The pain, more and more intense, consumed him. Thirst, a constant torture, forced him to crawl in search of water. Hallucinations, grotesque monsters born of his despair, tormented him. The wound, infected and festering, was a voracious mouth that devoured his strength. Thus, the days went by.
Nights later he was found. It was too late!
CRÉDITOS
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Traductor Deepl
Excelente relato, muy quiroguiano, por cierto. La atmósfera psicológica y física está muy bien logradas, con imágenes de mucha fuerza, además de una construcción muy cuidada. Saludos, @franvenezuela.
@commentrewarder
Su comentario es un gran piropo, por cuanto no sabía que había logrado construirlo con esa riqueza del maestro Quiroga. ¡Gracias!
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