¡Ay, el pobre Parmenio! Un paraguas de un verde mustio, como hoja vieja, condenado a una existencia de tormento. Cada fibra de su tela de nailon, otra vibrante y tersa, ahora era áspera como papel de lija, cargada de polvo y el amargo hedor de la humedad atrapada. Su aroma era una mezcla de óxido, madera vieja y la tristeza de la tela empapada demasiado tiempo.
Sus varillas de acero, antaño flexibles, crujían como huesos frágiles, resentidas por el abuso de los años. Cada vez que su dueño, con la misma indiferencia con la que alguien empuñaba una herramienta gastada, lo obligaba a abrirse, sentía un dolor lacerante en cada bisagra. "¡Oh, cruel destino!", gemía Parmenio con un eco metálico y apagado, como un trueno atrapado en una lata. "¿Acaso nací para esto? Para sufrir los caprichos del cielo y la desidia humana…".
Pero su verdadero tormento no era el sol abrasador, que lo secaba hasta volverlo quebradizo, ni la lluvia despiadada que lo calaba hasta el alma. Su peor enemigo era la indiferencia. Cuando el clima se tornaba amable y templado, cuando ya no era necesario, su dueño lo lanzaba sin miramientos en un rincón oscuro, apilado con trastos viejos. Allí, en la penumbra, su verde se apagaba aún más, su tela se arrugaba como la piel de un anciano abandonado, y el moho avanzaba sobre él con la paciencia de la muerte.
En esos días de olvido, Parmenio pensaba en lo que una vez fue. Recordaba con nostalgia sus primeros días de gloria, cuando su tela brillaba bajo la lluvia y su mango de madera barnizada exhalaba un aroma cálido a bosque recién llovido. "¡Oh, aquellos tiempos!", suspiraba, su voz un susurro fantasmal. "Cuando era joven, cuando el agua resbalaba sobre mí como perlas danzarinas... Ahora soy solo un espectro, una sombra de lo que fui".
Tal vez lo peor era la esperanza, esa cruel ilusión que nunca terminaba de extinguirse. Cada vez que su dueño lo tomaba, cada vez que sentía el familiar calor de una mano en su mango, su vieja estructura se extremaba con la expectativa de ser útil de nuevo. Pero siempre era lo mismo: un golpe al abrirlo, un chasquido de fastidio, y la certeza de que su decadencia ya no era suficiente para proteger. Un día, temía Parmenio, lo dejarían en la calle, en la papelera de una esquina, en la cruel intemperie donde los paraguas olvidados agonizan.
Y así, entre la nostalgia de su juventud y la tragedia de su vejez, Parmenio seguía existiendo. Un viejo paraguas cansado de sufrir, pero aún demasiado terco para rendirse.
Poor Parmenio
Oh, poor Parmenio! A wilted green umbrella, like an old leaf, doomed to an existence of torment. Every fiber of its nylon fabric, once vibrant and smooth, was now rough as sandpaper, laden with dust and the bitter stench of trapped moisture. Its scent was a mixture of rust, old wood and the sadness of fabric soaked too long.
Its steel rods, once flexible, creaked like brittle bones, resentful of the abuse of years. Every time its owner, with the same indifference with which someone wielded a worn tool, forced it open, he felt a lacerating pain in each hinge. “Oh, cruel fate!” moaned Parmenio with a dull, metallic echo, like thunder caught in a tin can. “Was I born for this? To suffer the whims of heaven and human slovenliness?”
But his real torment was not the scorching sun, which dried him to the point of brittleness, nor the merciless rain that soaked him to the soul. His worst enemy was indifference. When the weather turned kind and mild, when it was no longer needed, its owner would throw it unceremoniously into a dark corner, piled with old junk. There, in the gloom, its green would fade even more, its fabric would shrivel like the skin of an abandoned old man, and mildew would advance upon it with the patience of death.
In those days of oblivion, Parmenio thought of what he once was. He remembered with nostalgia his early glory days, when his cloth glistened in the rain and his varnished wooden handle exhaled a warm scent of freshly rained forest. “Oh, those days!” she sighed, her voice a ghostly whisper. “When I was young, when water slid over me like dancing pearls..... Now I'm just a specter, a shadow of what I was.”
Perhaps the worst thing was hope, that cruel illusion that never quite extinguished. Every time its owner picked it up, every time it felt the familiar warmth of a hand on its handle, its old frame was stretched with the expectation of being useful again. But it was always the same: a bang as he opened it, a snap of annoyance, and the certainty that its decay was no longer enough to protect. One day, Parmenio feared, they would leave it in the street, in the trash garbage can on a corner, in the cruel outdoors where forgotten umbrellas agonize.
And so, between the nostalgia of his youth and the tragedy of his old age, Parmenio continued to exist. An old umbrella tired of suffering, but still too stubborn to give up.
CRÉDITOS
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Traductor Deepl
Imagen creada con IA (Bing Microsoft)
Este escrito me recordó todas las veces que mis abuelos vivían de sus recuerdos. Creo que llega una etapa en nuestra vida donde sólo nos resta mirar el pasado y experimentar los mismos sentimientos de nostalgia de Parmenio.
Coincido contigo. Es una etapa que llega y la cual debe disfrutarse tambien
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