"Adiós", susurró, la voz apenas un eco en el vasto salón de máquinas. Su corazón, un reloj de arena infinito, seguía contando los segundos, un tic-tac incesante que resonaba en sus oídos. Consumido por la mecánica del tiempo, era un relojero maestro, capaz de manipular las horas a su antojo. Sin embargo, su mayor anhelo era tan simple como frágil: el amor de una lata.
Ella, una creación de metal pulido y curvas suaves, era la más exquisita de todas las máquinas. Su voz, un tintineo cristalino, era una melodía que embelesaba. Su sonrisa, un reflejo del sol atrapado en una superficie brillante, iluminaba cualquier rincón. El relojero la cortejó con serenatas de tic-tac, compuestas especialmente para ella, y con poemas escritos en el lenguaje universal de los engranajes. Pero la lata, libre como una brisa y despreocupada como una mariposa, no creía en sus sentimientos.
Un engranaje oxidado, corroído por la envidia y el resentimiento, sembró la discordia entre ellos. Con una voz sibilante, susurró mentiras a la lata, pintando al relojero como un manipulador que solo la deseaba para adornar su colección. Confundida y dolida, la lata se alejó, dejando tras de sí un vacío que el relojero no pudo llenar.
Desconsolado, se sumergió en una profunda tristeza. Su reloj de arena, que antes era una fuente de vida y esperanza, ahora se convirtió en un cruel recordatorio de su soledad. Buscó el amor de la lata con una intensidad desesperada, pero ella se mantuvo distante, como un barco en el horizonte que se aleja cada vez más. Con el paso del tiempo, comenzó a cuestionar el sentido de su existencia. ¿Qué valor tenía la eternidad si no podía compartirla con alguien a quien amara?
En un último intento por alcanzarla, detuvo su reloj de arena. El tiempo se detuvo, suspendido en el aire como una burbuja de cristal. Frente a la lata, con la voz temblorosa, confesó sus sentimientos más profundos. Pero antes de que pudiera terminar, el cristal se hizo añicos, liberando una avalancha de segundos que se esparcieron por el suelo como arena. Mortal ahora, se desplomó, su cuerpo sin vida yaciendo entre los fragmentos de su corazón.
La lata, al ver su dolor, comprendió la profundidad de su amor. Pero era demasiado tarde. El relojero se había ido, llevándose consigo su corazón infinito.
The watchmaker and the tin can
“Goodbye,” he whispered, the voice barely an echo in the vast engine room. His heart, an infinite hourglass, kept counting the seconds, an incessant ticking echoing in his ears. Consumed by the mechanics of time, he was a master watchmaker, able to manipulate the hours at will. Yet his greatest longing was as simple as it was fragile: the love of a tin can.
She, a creation of polished metal and smooth curves, was the most exquisite of all machines. Her voice, a crystalline tinkle, was a melody that enraptured. Her smile, a reflection of the sun caught in a shimmering surface, illuminated every corner. The watchmaker wooed her with ticking serenades, composed especially for her, and with poems written in the universal language of gears. But the tin can, free as a breeze and carefree as a butterfly, did not believe in his feelings.
A rusty gear, corroded by envy and resentment, sowed discord between them. In a hissing voice, she whispered lies into the tin, painting the watchmaker as a manipulator who only wanted her to adorn his collection. Confused and hurt, the can walked away, leaving behind an emptiness that the watchmaker could not fill.
Heartbroken, he plunged into deep sadness. His hourglass, once a source of life and hope, now became a cruel reminder of his loneliness. He sought the can's love with desperate intensity, but she remained distant, like a ship on the horizon drifting farther and farther away. As time passed, he began to question the meaning of his existence. What was eternity worth if he could not share it with someone he loved?
In a last attempt to reach it, he stopped his hourglass. Time stood still, suspended in the air like a glass bubble. Facing the can, his voice trembling, he confessed his deepest feelings. But before he could finish, the glass shattered, releasing an avalanche of seconds that scattered across the floor like sand. Mortal now, she collapsed, her lifeless body lying among the fragments of her heart.
The can, seeing her pain, understood the depth of her love. But it was too late. The watchmaker was gone, taking his infinite heart with him.
CRÉDITOS
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Traductor Deepl
The tin can did not believe the watchman had a good feelings, he missed him as he left, he has to believe in people who care for him.
Así sucede, querido amigo
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Buena creación @franvenezuela !
Suerte en el concurso
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He disfrutado la lectura de su post, sobre todo el inmenso mensaje con que cierras. Felicidades
Me contenta que haya sido de su agrado. ¡Muchas gracis por el apoyo!
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