Salvar a una madre
Mi hijo tiene un nuevo amigo. Siempre hemos sido solo nosotros dos, pues su padre nos abandonó poco después de que naciera. Así que, cuando me diagnosticaron cáncer, fue muy duro para él; tanto, que apenas hablaba conmigo o con cualquiera. Se aisló en clases. Nadie podía penetrar su coraza. Hasta que un día llegó a casa con una sonrisa en el rostro. Hace mucho que no lo veía sonreír así.
— ¿Qué sucede, Marco? —Pregunté.
—Voy a salvarte, mamá. No morirás —Dijo, y luego volvió a sonreír antes de marcharse escaleras arriba.
Al día siguiente, al volver de la escuela, Marco trajo a su nuevo amigo.
— Mamá, él es Víctor. Me ayudará a salvarte.
Victor era un chiquillo enclenque y pálido, muy pálido. Cuya cabeza parecía muy grande para su cuerpo y sus extremidades lucían como ramas de árbol seco. Me presenté. El niño hizo lo propio. Y ambos fueron a jugar a la habitación.
De eso hace algún tiempo ya. Hoy, Marco y Victor me han presentado a una nueva amiga. Su nombre es Estela. Una niña dulce, con un largo cabello negro y pecas en su nariz. Han ido a jugar arriba. Me da un poco de curiosidad, así que voy a ver qué tal les va. Abro la puerta con cuidado y me asomó. Grito, pues no comprendo lo que veo.
El hedor a sangre me hace tambalear. Hay un ser de alas negras y largos colmillos en la habitación. El monstruo está encima de Estela. ¿Es Víctor? ¿Cómo es posible? Se agacha sobre su cuello y la chica no dice nada. Está muerta. Le ha arrancado un pedazo del carne del cuello. Veo como la criatura lo mantiene en su boca, aún gotea sangre; luego lo deposita en el regazo de Marco.
Mi niño ha cambiado, tiene la tez pálida y su cabeza está sin cabello. Tiene la boca llena de sangre y babea. Me mira y sonríe dejando ver un par de colmillos brillantes.
— ¡Mamá! He encontrado como salvarte; únete y estaremos juntos por siempre…
