Jorge había trabajado hasta avanzadas horas de la noche en la oficina en un proyecto crucial, sin saber que más tarde, camino a casa, lo último que vería serían las luces de un camión.
Despertó en el hospital Central, rodeado de máquinas, tubos y un equipo de médicos que intentaban estabilizarlo. En medio de la confusión, el Dr. Briceño, notó que la mano izquierda de Jorge estaba destrozada. No la volvería a usar. Era evidente que, sin un trasplante, la vida del joven diseñador cambiaría drásticamente.
La joven esposa, Sabrina, al llegar al sitio se desbordó en lágrimas. Verlo así destrozado fue demasiado para ella. El doctor intentó calmarla asegurando que la vida de Jorge ya no corría peligro, pero que su mano izquierda sería amputada. La mujer le suplico al Galeno que le salvará la mano, que esa era la herramienta de trabajo de su esposo, ya que con ella creaba sus diseños, sobre todo porque debía culminar un proyecto del que dependía el futuro de ellos y del hijo que vivía en su vientre.
Al mismo tiempo, en la misma emergencia, ingresaron al asesino en serie conocido como Esguañengue, capturado esa misma noche tras un violento enfrentamiento con la policía. Gravemente herido, el asesino exhalaba sus últimos alientos en medio de la conmoción. Las balas habían hecho su trabajo, y pronto la máquina anunciaría con un tono constante que había muerto. Briceño, que también atendió al malhechor y sabiendo que este sería incinerado para que no quedaran rastros de su ser violento, decidió cortar la mano izquierda para trasplantársela a Jorge. Sabía que no era el procedimiento legal, pero estaba presente ante en un caso extremo. Quería ayudar a la familia.
Mientras el cuerpo del asesino era llevado a los crematorios del hospital, la mano de Esguañengue comenzó a ser adherida al antebrazo del diseñador, quien, al día siguiente, despertó aturdido sin conocimiento de lo que le había pasado.
Al principio, Jorge sintió que la recuperación avanzaba lentamente. La nueva mano era extraña, torpe en comparación con la que había perdido, pero no dejó que aquello lo detuviera. Poco a poco, recuperó su movilidad y, finalmente, regresó al trabajo. Sin embargo, el entusiasmo inicial por volver a la normalidad pronto se diluyó en algo mucho más oscuro y perturbador.
Jorge notaba cosas extrañas. Sus dedos se movían sin control, golpeando sobre el escritorio como si tuvieran vida propia. Sentía brotes extraños de energía cada vez que veía cuchillos o materiales punzantes, como si su voluntad hubiese cambiado. Ignoraba la sensación, creyendo que era parte del proceso de adaptación. Sin embargo, una madrugada, mientras Sabrina dormía, Jorge se encontró de pie en la cocina, sosteniendo un cuchillo sin recordar cómo había llegado hasta allí.
Con el tiempo, los incidentes se hicieron más frecuentes y más oscuros. En ocasiones, se despertaba en la madrugada con las manos sucias o, lo que era peor, manchadas de sangre. Algo malo estaba pasando y no tenía explicación.
En la ciudad, los medios comenzaron a dar cuenta de una serie de crímenes horribles, todos con la firma inconfundible de Esguañengue. Sin embargo, los forenses confirmaron que el asesino estaba muerto, ni las cenizas habían quedado. La policía no podía comprender cómo los crímenes parecían calcados de su modus operandi. Jorge, con el tiempo, sospechó que estaba relacionado con esos crímenes, pero la lógica le decía que era imposible.
Una noche, mientras dormía, Jorge sintió un tirón violento. La mano izquierda lo sacudió con fuerza, obligándolo a levantarse. Cuando se dio cuenta, ya estaba en la calle. Tenía a la vista una chica que caminaba sumergida en la pantalla de su celular. En menos de un segundo, se abalanzó sobre ella, ahogando su último aliento. Fue allí, en medio del horror de lo que acababa de hacer, que entendió la realidad.
El terror que sintió no se comparaba a nada que hubiese experimentado antes. En casa, ensangrentado y horrorizado, trató de lavarse, de eliminar cualquier rastro de lo que había hecho. Sin embargo, por más que se frotara la mano izquierda, las manchas se aferraban a su piel, como un trofeo de maldad.
Desde ese momento, Jorge intentó mantenerse despierto, luchando contra la mano que quería dominarlo. Sin embargo, el desgaste fue inevitable. Noche tras noche, la voluntad de la mano se imponía, llevándolo a escenas dantescas.
Con cada víctima, la policía se convencía más de que Esguañengue había regresado. Las huellas digitales claras, lo aseguraban, era como si un fantasma hubiera vuelto a cazar en las calles de Maracay. La ciudad, sumida en el miedo, cerraba sus puertas temprano, mientras Jorge, agotado y desgarrado por la culpa, buscaba una solución desesperada.
Un día, decidido a detener aquello de una vez por todas, Jorge ingresó a la sala de emergencias del hospital Central, el mismo lugar donde su destino había cambiado. Tomando un bisturí y con su brazo izquierdo amarrado con fuerza, suplicó que le amputaran la extremidad maldita. Sin embargo, el equipo médico, al ver su estado, intentó detenerlo, pensando que había perdido la cordura. Al desatarle el brazo izquierdo, la mano tomó el control, y se lanzó hacia el personal, dejando tras de sí una escena que parecía salida de una pesadilla.
Los vigilantes y la policía al llegar encontraron el cuerpo de Jorge, sin vida, con la mano izquierda desprendida. Nadie entendió qué había ocurrido. Los crímenes se detuvieron. Mientras la mano maldita, en algún rincón perdido, aguardaba el próximo huésped.
Todos los Derechos Reservados. © Copyright 2024 Germán Andrade G.
Dedicado a mi mente atormentada.
Imágenes editadas usando CANVA.
Es mi responsabilidad compartir con ustedes que, como hispanohablante, he tenido que recurrir al traductor Deepl para poder llevar mi contenido original en español al idioma inglés. También, hago constar que he utilizado la herramienta de revisión gramatical Grammarly.
Caracas, 6 de noviembre del 2024
English
Jorge had worked late into the night in the office on a crucial project, not knowing that later, on his way home, the last thing he would see would be the lights of a truck.
He woke up in Central Hospital, surrounded by machines, tubes, and a team of doctors trying to stabilize him. Amid the confusion, Dr. Briceño noticed Jorge's left hand shattered. He would never use it again. Clearly, without a transplant, the young designer's life would change drastically.
On arriving at the site, the young wife, Sabrina, burst into tears. Seeing him so broken was too much for her. The doctor tried to calm her down, assuring her that Jorge's life was no longer in danger, but that his left hand would be amputated. The woman begged the doctor to save her hand, as it was her husband's working tool, since he used it to create his designs, especially because he had to finish a project on which their future and that of the child living in her womb depended.
At the same time, in the same emergency room, the serial killer known as Esguañengue, captured that same night after a violent confrontation with the police, was admitted. Seriously wounded, the killer breathed his last breaths amidst the commotion. The bullets had done their job, and soon the machine would announce with a steady tone that he was dead. Briceño, who had also attended to the evildoer and knew that he would be incinerated so that no traces of his violent self would remain, decided to cut off his left hand to transplant it to Jorge. He knew it was not the legal procedure, but he was present in an extreme case. He wanted to help the family.
While the murderer's body was being taken to the hospital crematoriums, Esguañengue's hand began to be attached to the designer's forearm, who, the next day, woke up in a daze, unaware of what had happened to him.
At first, Jorge felt that the recovery was progressing slowly. The new hand was strange, and clumsy compared to the one he had lost, but he did not let that stop him. Gradually, he regained his mobility and eventually returned to work. However, the initial enthusiasm for getting back to normal soon faded into something much darker and disturbing.
Jorge was noticing strange things. His fingers were moving uncontrollably, tapping on the desk as if they had a life of their own. He felt strange bursts of energy whenever he saw knives or sharp materials as if his will had changed. He ignored the sensation, believing it was part of the adaptation process. However, one early morning, while Sabrina slept, Jorge found himself standing in the kitchen, holding a knife with no memory of how he had gotten there.
Over time, the incidents became more frequent and darker. Occasionally, he would wake up in the wee hours of the morning with dirty hands or, worse, blood on them. Something bad was happening and there was no explanation.
In the city, the media began to report a series of horrible crimes, all with the unmistakable signature of Esguañengue. However, forensics confirmed that the killer was dead, not even the ashes were left. The police could not understand how the crimes seemed to be a carbon copy of his modus operandi. Jorge, over time, suspected that he was connected to these crimes, but logic told him it was impossible.
One night, while he was sleeping, Jorge felt a violent tug. The left hand shook him hard, forcing him to get up. When he realized, he was already in the street. He had in sight a girl who was walking immersed in the screen of her cell phone. In less than a second, he pounced on her, choking his last breath. It was there, amidst the horror of what he had just done, that he understood reality.
The terror he felt was unlike anything he had ever experienced before. At home, bloodied and horrified, he tried to wash himself, to remove any trace of what he had done. However, no matter how hard he rubbed his left hand, the stains clung to his skin, like a trophy of evil.
From that moment on, Jorge tried to stay awake, fighting against the hand that wanted to dominate him. However, the wear and tear was inevitable. Night after night, the hand's will imposed itself, leading him to Dantesque scenes.
With each victim, the police became more convinced that Esguañengue had returned. The clear fingerprints assured it, it was as if a ghost had returned to hunt in the streets of Maracay. The city, plunged in fear, closed its doors early, while Jorge, exhausted and torn by guilt, searched for a desperate solution.
One day, determined to stop it once and for all, Jorge entered the emergency room of the Central Hospital, the very place where his fate had changed. Picking up a scalpel and with his left arm tightly bound, he begged to have the cursed limb amputated. However, the medical team, seeing his condition, tried to stop him, thinking he had lost his sanity. Untying his left arm, the hand took over, and he lunged toward the staff, leaving behind a scene that looked like something out of a nightmare.
The guards and the police arrived to find Jorge's body lifeless, with his left hand detached. No one understood what had happened. The crimes stopped. While the cursed hand, in some lost corner, awaited the next guest.
All rights reserved. © Copyright 2024 Germán Andrade G.
Dedicated to my tormented mind.
Images edited using CANVA.
It is my responsibility to share with you that, as a Spanish speaker, I have had to resort to the translator Deepl to translate my original Spanish content into English. I also state that I have used the grammar-checking tool Grammarly.
Caracas, November 6, 2024
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