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El Airbus A380 surcaba el Atlántico en su ruta de Londres a Caracas. Un vuelo de rutina, con pasajeros cansados o simplemente impacientes por llegar a su destino. La anciana Eulalia López García, de setenta y ocho años, ajustaba su bolso en su regazo con una determinación inquebrantable. Nadie, pero nadie le quitaría su tesoro.
A su lado, la imponente Valeria Dávila, una mujer de treinta y tantos años, con aire de superioridad, miraba con disgusto a los pasajeros. Ella siempre tenía que tomar el control de todo, porque, según su criterio, la gente común era incapaz de resolver problemas. Al otro lado del pasillo, un hombre de piel canela, con un sombrero color mostaza, observaba con ojos sabios lo que ocurría a su alrededor. No era alguien de muchas palabras, pero tenía una presencia que intimidaba y un conocimiento ancestral que superaba la lógica. Era conocido por su programa en la TV internacional llamado El Hechicero del Orinoco.
En la parte trasera del avión, Simón, un joven humilde de corazón, miraba por la ventanilla. Era su segunda vez en avión y, aunque el asiento barato que había conseguido no era el más cómodo, estaba emocionado por la experiencia. Sus dedos no dejaban de chocar sobre su rodilla con nerviosismo, sin imaginar lo que estaba a punto de suceder.
Todo iba bien hasta que se interrumpió la película que todos veían y los altavoces del avión crujieron. Una de las azafatas, pálida como un fantasma, que había recorrido por el pasillo con el rostro desencajado anunció que el piloto y el copiloto habían desaparecido. Como un coro emergió la interrogante: ¿Qué vaina es esa? Nadie entendía eso de que el avión iba sin control.
El pánico se apoderó de todo el avión. En el medio de eso, Valeria se puso de pie convencida de que ella era la única capaz de manejar la situación. Mientras exigía a todos que guardaran la calma, el hechicero también se levantó, pero con lentitud y, sin alterarse, anunció con su voz grave que había una solución, pero era absurda… Un pepino.
Todos lo miraron con incredulidad. El hechicero señaló a la anciana Eulalia con su índice huesudo y aseguró que, dentro del bolso de la anciana había un pepino y en el corazón del mismo se encontraba un talismán sagrado que, al ser levantado con dirección a la cabina, traería de vuelta el control de la emergencia y así salvar el avión. La risa nerviosa brotó en algunos pasajeros, pero de inmediato se convirtieron en murmullos de expectativa. Si no había otra opción, no se perdía nada con intentarlo.
Eulalia, sin embargo, se aferró con fuerza a su bolso. No iba a permitir que nadie se lo quitara. A ella no le importaban los cuentos de hechiceros ni talismanes; su ensalada necesitaba ese pepino.
Lo que siguió fue una lucha feroz en los pasillos del avión. Valeria intentó arrebatarle el bolso, pero la anciana sorprendentemente era ágil y le metió su inmensa aguja de tejer por una de las fosas nasales. El hechicero, con movimientos extraños, trató de distraerla, murmurando palabras en una lengua desconocida. Simón, el joven que estaba al fondo, pelaba los ojos como chivo chupando tamarindo sin poder creer lo que veía.
La situación escaló rápidamente. Un pasajero trató de mediar, pero recibió su trancazo. Otro intentó aprovechar la confusión para robar una botella de whisky del carrito de bebidas. El avión se sacudió violentamente mientras todos y la anciana se insultaban. Finalmente, en un acto de desesperación, Simón se puso de pie y, saltó sobre Eulalia, logrando apropiarse del pepino.
El hechicero alzó las manos y gritó que lo levantara hacia la cabina del piloto. Simón, sin pensarlo dos veces, sostuvo el pepino en alto, con dirección a la puerta del piloto. Todos contuvieron la respiración. El avión se tambaleó.
Y entonces… Nada pasó.
No hubo luz mística, ni aparición milagrosa. El avión seguía sin control. Los pasajeros quedaron congelados en un silencio absoluto. El hechicero frunció el ceño.
—Me equivoqué de leyenda —musitó, encogiéndose de hombros.
Simón soltó el pepino y se llevó las manos a la nariz, provocando en su rostro una reacción nada agradable. Esa cosa olía a calzón de vieja. ¿En qué ensalada estaría ese pepino?
El pánico estalló nuevamente. Valeria gritó de furia. Eulalia aprovechó el caos para recuperar su pepino y guardarlo en su bolso como si nada hubiera pasado.
Fue entonces cuando Simón corrió hacia la cabina del piloto. En su desesperación, tocó botones al azar. El ala derecha descendió bruscamente y los pasajeros sintieron el estómago en sus gargantas. Muchos varones expresaron que las tenían de amígdalas. El Atlántico se veía cada vez más cerca.
Pero, en el último instante, un mensaje automático resonó en la cabina:
“Modo piloto automático restaurado”.
Todos quedaron boquiabiertos. Simón había activado el piloto automático sin darse cuenta.
El hechicero carraspeó y se ajustó el sombrero con dignidad.
—Sabía que eso pasaría. Dijo, mientras se sentaba de nuevo.
Valeria se desplomó en su asiento, sudando. Eulalia abrazó su pepino adorado.
Minutos después, un pasajero, militar y piloto de F-16 despertó de su pea por haber bebido como un cosaco la noche anterior y gritó que podía aterrizar el avión.
De un modo u otro, el pepino había cumplido su propósito. El talismán, nadie lo vio, pero fue razón de alegría.
Todavía Simón se pregunta en qué ensalada rara estuvo metido ese pepino.
Todos los Derechos Reservados. © Copyright 2021-2025 Germán Andrade G.
Contenido original, escrito para:
Hispaliterario 41 / Entre el pepino y el talismán por @hispa.literario.
Es mi responsabilidad compartir con ustedes que, como hispanohablante, he tenido que recurrir al traductor Deepl para poder llevar mi contenido original en español al idioma inglés. También, hago constar que he utilizado la herramienta de revisión gramatical Grammarly.
Caracas, 30 de enero del 2025
English
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The Airbus A380 was crossing the Atlantic from London to Caracas. It was a routine flight, with passengers tired or simply impatient to reach their destination. Seventy-eight-year-old Eulalia Lopez Garcia was adjusting her bag on her lap with unwavering determination. No one, but no one would take her treasure away from her.
Next to her, the imposing Valeria Dávila, a woman in her thirties, with an air of superiority, looked at the passengers with disgust. She always had to take control of everything, because, according to her, ordinary people were incapable of solving problems. On the other side of the aisle, a tan-skinned man in a mustard-colored hat watched what was going on around him with knowing eyes. He was not someone of many words, but he had an intimidating presence and an ancestral knowledge that surpassed logic. He was known for his international TV program called El Hechicero del Orinoco (The Sorcerer of the Orinoco).
In the back of the plane, Simon, a humble young man at heart, looked out the window. It was his second time on a plane and, although the cheap seat he had gotten was not the most comfortable, he was excited about the experience. His fingers kept tapping on his knee nervously, not imagining what was about to happen.
Everything was going well until the movie everyone was watching was interrupted and the plane's speakers crackled. One of the stewardesses, pale as a ghost, who had walked down the aisle with her face unhinged, announced that the pilot and co-pilot had disappeared. Like a chorus, the question arose: “What the hell is that? Nobody understood that the plane was out of control.
Panic gripped the entire plane. In the midst of this, Valeria stood up, convinced that she was the only one capable of handling the situation. As she demanded everyone to remain calm, the sorcerer also stood up, but slowly and, without getting upset, announced in his deep voice that there was a solution, but it was absurd... A cucumber.
Everyone looked at him in disbelief. The sorcerer pointed to old Eulalia with his bony forefinger and assured that inside the old woman's bag was a cucumber and in the heart of it was a sacred talisman that, when lifted in the direction of the cockpit, would bring back the emergency control and thus save the plane. Nervous laughter broke out in some passengers, but they immediately turned to murmurs of anticipation. If there was no other option, there was no harm in trying.
Eulalia, however, clung tightly to her purse. She wasn't going to let anyone take it from her. She didn't care about tales of sorcerers or talismans; her salad needed that cucumber.
What followed was a fierce fight in the aisles of the plane. Valeria tried to snatch the bag from her, but the old woman was surprisingly agile and shoved her huge knitting needle up one of her nostrils. The sorcerer, with strange movements, tried to distract her, muttering words in an unknown tongue. Simon, the young man in the background, peeled his eyes like a goat sucking tamarind, unable to believe his eyes.
The situation escalated quickly. One passenger tried to mediate but was hit hard. Another tried to take advantage of the confusion to steal a bottle of whiskey from the beverage cart. The plane shook violently as everyone and the old woman insulted each other. Finally, in an act of desperation, Simon got up and, jumping over Eulalia, managed to grab the cucumber.
The sorcerer raised his hands and shouted for him to lift it into the cockpit. Simon, without a second thought, held the cucumber aloft towards the pilot's door. Everyone held their breath. The plane lurched.
And then... Nothing happened.
There was no mystical light, no miraculous apparition. The plane was still out of control. The passengers were frozen in absolute silence. The wizard frowned.
-I got the wrong legend,” he muttered, shrugging his shoulders.
Simon dropped the cucumber and put his hands to his nose, causing a not-very-pleasant reaction on his face. That thing smelled like an old lady's underwear. What salad would that cucumber be in?
Panic broke out again. Valeria screamed in fury. Eulalia took advantage of the chaos to retrieve her cucumber and put it in her purse as if nothing had happened.
That's when Simon ran to the booth. Desperate, he touched buttons at random. The right wing descended sharply and the passengers felt their stomachs in their throats. Many males expressed that they had tonsil-like sphericals. The Atlantic looked closer and closer.
But, at the last instant, an automatic message echoed through the cockpit:
“Autopilot mode restored.”
Everyone's jaws dropped. Simon had inadvertently activated the autopilot.
The wizard cleared his throat and adjusted his hat with dignity.
-I knew that would happen. He said as he sat back down.
Valeria slumped in her seat, sweating. Eulalia hugged her adored cucumber.
Minutes later, a passenger, a military and F-16 pilot woke up from his pea from drinking like a cossack the night before and shouted that he could land the plane.
One way or another, the cucumber had served its purpose. The talisman, no one saw, but it was reason to rejoice.
Simon still wonders what weird salad that cucumber had been in.
All rights reserved. © Copyright 2021-2025 Germán Andrade G.
The original content was written for:
Hispaliterario 41 / Between the cucumber and the talisman by @hispa.literario.
Caracas, January 30, 2025
It is my responsibility to share with you that, as a Spanish speaker, I have had to resort to the translator Deepl to translate my original Spanish content into English. I also state that I have used the grammar-checking tool Grammarly.
jajajajaja, no esperaba menos de ti en tu historia. Yo tambien me pregunto ¿en que ensalada estuvo ese pepino? jajaja, Como siempre me encanto leerte amigo, un abrazo, suerte!
¡A mí que no me den ensalada!
Cariños desde aquí. Gracias, mi bella @brujita18, por tu visita y ese comentario que extendió mi risa que ya venía desde que se me ocurrió la historia.
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