En un universo donde la desolación y la incertidumbre eran moneda corriente, una joven llamada Mía se encontraba abrumada por la desesperanza. Sus ojos reflejaban la decepción y el desánimo que la consumían a medida que pasaban los días. Caminaba sin rumbo por un desierto interminable, sintiendo que había perdido toda fe en un milagro que pudiera cambiar su destino.
Mía había escuchado historias de un lugar mítico donde la esperanza aún perduraba, un oasis de luz en medio de tanta oscuridad. Con el corazón lleno de anhelos, se adentró en lo desconocido, buscando desesperadamente señales de vida en aquel paisaje árido y desolado para llenarse de una nueva energía.
Mientras el sol abrasador castigaba su piel y el viento soplaba arena en su rostro, Mía tropezó con una figura misteriosa que parecía emerger de las sombras del desierto. Se trataba de un ser de apariencia etérea, cuyos ojos brillaban con una luz ancestral.
La joven, con un hilo de voz, preguntó: ¿Quién eres? Sintiendo un destello de esperanza en su interior.
El ser le sonrió con dulzura y le tendió la mano, susurrando palabras de consuelo y aliento. Guiada por una fuerza superior, Mía siguió a su misterioso acompañante hacia un lugar oculto entre las dunas, donde descubrió un enclave secreto lleno de vida y energía renovadora.
Allí, rodeada de seres de diferentes mundos y dimensiones, la joven encontró la fuerza para liberarse de la desesperación que la atormentaba. Experimentó un giro en su percepción, comprendiendo que la verdadera esperanza radicaba en la conexión entre los seres vivos y en la posibilidad de crear un futuro mejor juntos.
Con el eco de la esperanza resonando en su corazón, Mía se convirtió en la voz de aquellos que se sentían perdidos, en el grito de auxilio que iluminaba la senda de los desamparados. Su viaje por el desierto no había sido en vano; había encontrado un propósito que trascendía las fronteras del tiempo y el espacio.
Así, en medio de la aridez y la desolación, nació un nuevo camino lleno de posibilidades, marcado por la piedad y el milagro de la esperanza que nunca se apaga. La joven Mía se convirtió en un faro de luz en la oscuridad, reconociéndose única y recordándole al universo entero que, incluso en los momentos más sombríos, siempre hay espacio para el renacimiento y la redención.
El eco de la esperanza resonó a lo largo y ancho del desierto, transformando la desesperación en fe y la pérdida en encuentro. Mía, sintiéndose renovada, con una sonrisa radiante en el rostro, siguió adelante hacia un horizonte lleno de promesas y sueños por cumplir.
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