Todas las personas mayores fueron al principio niños.
—Antoine de Saint-Exupéry
Llegué finalmente a la habitación del templo donde se encontraba el sagrado monolito. Todo era brillante, colorido; hermoso realmente. Me costaba creer lo que veía. Había viajado por décadas, cargada de ilusión, con la esperanza de conocer ese lugar maravilloso que no había sido presenciado durante eones.
Mi espada estaba rota. Mi armadura había perdido su brillo. Mi piel estaba marcada por viejas cicatrices y algunas heridas frescas. Yo entregué todo mi ser, y casi toda mi vida, a esa ardua travesía.
Para entonces ya había desgastado mis fuerzas más de lo debido. Sin embargo, sonreí sintiendo un cálido alivio. Había logrado llegar a la meta a pesar de los duros retos que afronté en el tortuoso camino.
Tomé entonces la medalla que colgaba en mi cuello. Esa que mi padre puso en mis manos en el instante de su último aliento. La misma que estudió toda su vida y por la que inició ese gran viaje que yo había logrado concluir.
Encontré en el monolito una marca moldeada a semejanza de la medalla. Mis manos temblaron, pero la coloqué en el punto exacto y encajó de inmediato, causando que emitiese un cegador destello y el sonido de un trueno. Todo a mi alrededor se estremeció de repente.
Luego de la conmoción, alcé la vista y observé a una gigantesca deidad que se conformó en el aire. Era Akami, el majestuoso dragón del tiempo. Voló sobre mí, dio una vuelta, y se acercó mirándome con sus profundos ojos negros.
—Hermosa niña, te ves cansada —le escuché decir.
—No soy una niña —repliqué.
—Tal vez no es joven tu cuerpo, pero tu alma no ha dejado de serlo. Has venido a mí para cumplir tu mayor deseo, el mismo que has tenido desde tu infancia. Aunque hayas madurado tanto, sigue en ti la pureza de tus años tiernos.
—¿Ya conoces mi deseo?
—Hermosa niña, ¡ya ha sido cumplido! Mira detrás de ti.
Cuando giré, vi a mi padre de pie, con los brazos extendidos, listo para darme ese abrazo por el que tanto había luchado.
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¡¡UFFFF!! Te quedó PRECIOSO!!
No tenía idea de qué esperar, y ese final me flechó. Que hubiese realizado tantos sacrificios por poder abrazar de nuevo a su padre es un gran mensaje: Lo único que realmente nos mueve es el amor.
Como siempre, escogiste tus palabras con gracia y sabiduría!! Logré imaginar todo el escenario, la apariencia de la mujer, y el largo recorrido con mágicos detalles.
¡Te mereces ganar este concurso! ¡Buena suerte mi queridísimo Eduardo! ❤️
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