Creía que caminar era un beneficio para los pies, sin embargo, constituyó un lujo para el entendimiento. Ese sueño era todo lo que lograba recordar, el barco y la lluvia. A distancia finita se alzaba una torre, iluminó mi frente de esperanza y de calma. No saber dónde estaba era una sensación incómoda, tuve miedo. Miedo de no conocer nada ni a nadie. Caminé toda la noche mirando hacia las estrellas, las cuales cubrían extraordinariamente todo el cielo nocturno. La luna se detuvo, luego siguió moviéndose lentamente.
-Gracias por acompañarme – le dije.
Entonces una estrella fugaz surcó el espacio infinito en ese momento.
Cada vez más me acercaba al torreón, la noche se hacía vieja y el día estaba a punto de nacer otra vez. “Nacer para morir y morir para nacer”. Fue la frase pronunciada toda la madrugada, como si hubiese quedado sin otras palabras para decir.
Cuando estuve frente con frente a la torre, parado de espaldas al sol, dormí en la arena.
Desperté, no tenía noción alguna del tiempo transcurrido desde que cerré los ojos. Mis manos estaban sucias de sangre y polvo. Muy cerca del torreón se extendía un muro negro y cabezas pequeñas se asomaban en las amenas. Parecía ser un centro de atención, todos me miraban a medida que caminaba hacia un portón enorme. Unos caballos halaban una carreta, se detuvieron a observarme. Aquello no era normal, sin dudas miraban algo detrás. Efectivamente, se acercaba una tormenta de arena. Apresuré la andanza hacia la puerta tratando de buscar refugio, pero todos los que antes miraban se escondieron. Comencé a correr mientras la puerta se cerraba, mas no tuve tiempo, unos guardianes se encargaron de dejarme fuera a merced del fenómeno. Al lado tenía a una mujer y a una niña, las cuales no pudieron entrar tampoco. Comenzaron a implorar a los vigilantes, deseaban pasar. Ellos simplemente permanecieron inmóviles. La tormenta llegó y la mujer tapó a la pequeña con un manto. El viento batía fuertemente logrando sacar de mi bolsillo el sello. Este voló cerca de la señora, quien no dudó dos veces en tomarlo y decirle al guardián:
-Déjame pasar, mira, tengo para pagar – le entregó el sello.
El guardián lo revisó y dijo:
-Bien, solo pueden pasar dos personas.
Los vigilantes abrieron la puerta y las dejaron entrar.
-Lo siento hombre, ella pagó, no puedo dejarte cruzar – dijo.
-¿Dónde estoy? – pregunté.
-En un lugar al cual no querrás entrar.
La tormenta alcanzó su máxima dimensión. La fuerza de los vientos era grande, vi rocas enormes rodando por el desierto. Me aferré con las manos firmemente a la puerta, cerré los ojos cuando los vigilantes se fueron en busca de refugio detrás de la muralla. La sangre en mis manos antes derramada volvió a correr. La tempestad de arena no podía atravesar el muro, le faltaba un poco más de odio. Solo pensaba tratando de comprender el mundo. Entonces le di nombres a las cosas. El desierto era el “Océano de Estrellas” y lo que protegía el muro una “Ciudad Extraña”. Cuando dejé de sentir arena en el rostro abrí los ojos. Quité el polvo del cuerpo y vendé mis manos con un trozo de tela. Traté de eliminar la monotonía de la noche al caminar sin brújula en un lugar desconocido, donde todas las noches cae en el desierto una estrella fugaz.
Tanto las imágenes como el contenido son de mi autoría.
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Muy bien. Me gustó el cierre
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