He vuelto a verla. Sentir su presencia, aunque sea solo en mi mente, ha despertado antiguos recuerdos que creía enterrados. Comenzar de nuevo nunca ha sido fácil, y lo sé bien. Recuerdo el día en que salí de Cuba, llena de aspiraciones y con el deseo ardiente de construir una vida diferente. No pensé entonces en las consecuencias de dejarlo todo atrás: mi familia, mis amigos, mis raíces. Por eso, verla ahora, aunque sea en mi imaginación, ha avivado la ansiedad de imaginar qué habría pasado si me hubiera quedado.
"La maleta de mi pasado", así la llamaba. No era solo un objeto; era un símbolo. No guardaba viejos anhelos, sino todo lo que me definía: mis amigos de la infancia, mis antiguos amores y, sobre todo, mi familia, esa que siempre me brindó su apoyo incondicional. Me atrevo a abrirla, aunque sé que hacerlo duele. Una carta de despedida asoma entre los recuerdos. "Pedro", leo, y mi corazón se estremece. Fue mi gran amor, de esos que solo ocurren una vez en la vida. No digo que me haya ido mal en el amor después, pero siempre fue él. Todavía huelo el salitre en el papel, un eco del mar que nos separó. Es tan triste saber que el tiempo jamás regresará. Una lágrima rueda por mi mejilla, y me siento sola, profundamente triste.
Adaptarme a Nueva York no fue fácil. El idioma fue la primera barrera, un muro que derribé lentamente, palabra por palabra, con la paciencia de quien aprende a caminar de nuevo. Las costumbres, por otro lado, eran tan diferentes que transformar mi estilo de vida se convirtió en un reto constante. Había días en los que no sabía si era más de aquí o de allá, atrapada en un limbo cultural. Me preguntaba qué me depararía un futuro lleno de sueños, algunos rotos, otros felizmente cumplidos. Pero lo bueno de todo esto es que, a donde vayas, siempre hay personas dispuestas a tenderte una mano, a ayudarte cuando más lo necesitas.
La necesidad de abrir un nuevo camino despertó en mí sentimientos contradictorios. Quería ayudar a mi familia a salir adelante, a pesar de la distancia y del abandono que sentía al dejarlos. Esa necesidad me dio el impulso final para seguir. Los extraño tanto. Una parte de mí quedó allá, junto a sus alegrías y mis viejos sueños. Sé que ellos saben que los tengo presentes, y en esta angustia de extrañarlos constantemente surge la esperanza de volver a verlos algún día.
Miro una foto vieja que guardo en la maleta. En ella, nos vemos radiantes, unidos. Siempre fuimos una familia cercana. Mi hermana pequeña, tan tierna en la imagen, aparece con su sonrisa inocente. Todavía puedo escuchar la angustia en su llanto el día que me vio marchar. No hubo forma de consolarla, ni siquiera con la promesa de mi regreso o de traerle hermosas muñecas y juegos de última generación. No entendía por qué la dejaba atrás. Por eso, antes de partir, le di un lazo, un pequeño regalo. "Una parte de mí siempre estará contigo. No me olvides, hermanita", le dije. Siento un dolor en el alma, no sé si realmente duele, pero creo que la tristeza puede doler. Un sollozo retumba en la habitación.
Comenzar de nuevo, dejando a mi familia atrás, fue lo más difícil que he hecho, pero también lo más valiente. Estoy triste, es cierto, pero saber que he cumplido mi promesa de ayudarlos ha sido mi motor durante todos estos años. Hoy, mi hermanita ya no es tan pequeña. Gracias a nuestro esfuerzo, ha estudiado y se ha independizado en una sociedad que, a veces, ya no reconozco. Una parte de mí sigue con ellos, pero, por alguna razón, me siento más parte de aquí ahora.
Mis raíces nunca cambiarán, y me enorgullece ser una cubana perdida en Nueva York. Después de todo, de grandes sueños y retos se compone la vida. Hoy cierro "la maleta de mi pasado", aunque una parte sigue abierta en mi corazón remendado.
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