Una melodía única flotaba en el aire, rasgando dentro y llegando al alma de aquellos seres que estaban despiertos a esas horas de la madrugada. Sonaba a sinsentido, amargura, desesperanza y perdición, y tenía el poder de alcanzar esos pensamientos oscuros que algunas personas han enterrado bajo la almohada. Su propósito era desempolvarlos y hacerlos bailar al compás del dolor.
Por eso, en la azotea de un noveno piso danzaba una joven de no más de veintiséis años. Hacía volar la falda de su bata blanca con cada giro que daba. Sus brazos extendidos al aire dejaban ver los tatuajes plasmados sobre viejas cicatrices que habían sanado en su piel, más no en su interior.
Sus lágrimas habían empezado a salir de la nada, y el cuerpo, menudo y frío se llenó de temblores que no cesaban. Caminaba hacia el borde de la azotea, recordando episodios que habían ido secando su vida hasta hacerla llegar a un punto desde el cual creía no tenía retorno. Sin embargo, había superado todo esto. ¿Cuándo había decidido atentar contra su vida de nuevo? Todo parecía tan… irreal.
Pero no podía detenerse. No hasta que llegó al borde por completo y observó el precipicio que se abría frente a ella. Fue en ese momento en el que lo pensó. Sangre. Una vez que cayera, su cuerpo volaría en pedazos y mancharía todo de rojo. Nunca le había gustado la sangre, pero aquel día todo estaba manchado con la suya. No estaba segura de por qué había elegido ese método en concreto, pero lo llevó a cabo.
El fluido estaba esparcido por todas partes. Las paredes, el espejo, las baldosas. Su visión se había oscurecido, pero no dejaba de ver aquellas manchas, sentir el charco resbaloso en el que se había metido. Pensar en eso le había traído otro momento del recuerdo: antes de desvanecerse por completo, una figura se había acercado hasta ella y la había sostenido en sus brazos. Gritaba.
Esta vez, sin embargo, no había nadie que la salvara de una muerte segura de nueve pisos. Pero, cuando recordó la frase que la ayudaba en momentos de recaída, se detuvo abruptamente. Fue allí cuando se dio cuenta que no tenía lógica lo que estaba tratando de hacer.
Pero una melodía hermosamente triste rondaba por su cuerpo, atrayéndola con intensidad. Notó que en el aire flotaba una figura de cabellos negros, largos. Su piel morena parecía brillar. ¿Quién se atrevía a rechazar la tentadora propuesta de la diosa del suicidio?
La mujer dio un paso al frente. Quería estar cerca de la figura que flotaba. La que tenía dos luces por ojos y la elegancia de mil estrellas en el cuerpo. Quería alcanzarla, tocarla, para que, de ese modo, su canción no sonara tan lastimera. Pero, cuando rozó su mano, el precipicio la atrapó a una velocidad vertiginosa. Justo antes de golpear el suelo, se despertó en la cama, sudando. Todo había sido una pesadilla.
Afuera, en la azotea del edificio, una figura sobrehumana se quedó estática, con los ojos clavados en el vacío. Se tocó allí donde la habían rozado hacía unos segundos, recordando la frase a la que aquella persona se aferraba con todas sus fuerzas: “Cuando has sufrido mucho, llega un día en el que todo empieza a doler menos”.
Esa noche había perdido una batalla, pero no la guerra. Se fue ondeando entre edificios y pesares, moviéndose al ritmo de otra clase de oscuridad, pensando que los humanos no dejaban de sorprenderla de vez en cuando.
The goddess of suicide
A unique melody floated in the air, tearing inside and reaching into the souls of those beings who were awake at that early hour of the morning. It sounded of meaninglessness, bitterness, hopelessness and doom, and it had the power to reach those dark thoughts that some people have buried under their pillow. Its purpose was to dust them off and make them dance to the beat of pain.
So, on the rooftop of a ninth-floor apartment danced a young woman no more than twenty-six years old. She made the skirt of her white gown fly with every turn she took. Her outstretched arms revealed tattoos on old scars that had healed on her skin, but not on her insides.
Her tears had started to come out of nowhere, and her body, small and cold, was filled with tremors that would not cease. She walked to the edge of the rooftop, remembering episodes that had been drying up her life until she reached a point from which she believed there was no return. When had she decided to make another attempt on her life? It all seemed so... unreal.
But she couldn't stop. Not until she reached the edge completely and looked at the precipice opening up in front of her. It was at that moment that she thought about it. Blood. Once she fell, her body would fly apart and stain everything red. She had never liked blood, but that day everything was stained with hers. She wasn't sure why she had chosen that particular method, but she went through with it.
The fluid was spread everywhere. The walls, the mirror, the tiles. Her vision had dimmed, but she could still see those stains, feel the slippery puddle she had stepped into. Thinking about it had brought back another moment of memory: before she had completely vanished, a figure had come up to her and held her in his arms. She screamed.
This time, however, there was no one to save her from a sure death of nine stories. But, when she remembered the phrase that helped her in times of relapse, she stopped abruptly. It was there that she realized that there was no logic to what she was trying to do.
But a beautifully sad melody wafted through her body, attracting her with intensity. She noticed that in the air floated a figure with long, black hair. Her brown skin seemed to glow. Who dared to refuse the tempting proposal of the goddess of suicide?
The woman stepped forward. She wanted to be close to the floating figure. The one with two lights for eyes and the elegance of a thousand stars on her body. She wanted to reach out to her, to touch her, so that her song would not sound so pitiful. But, as it brushed her hand, the cliff caught her at breakneck speed. Just before she hit the ground, she woke up in bed, sweating. It had all been a nightmare.
Outside, on the roof of the building, a superhuman figure remained static, his eyes fixed on the void. She touched herself where she had been brushed a few seconds before, remembering the phrase to which that person clung with all her might: "When you have suffered a lot, there comes a day when everything starts to hurt less".
That night she had lost a battle, but not the war. She went waving between buildings and sorrows, moving to the rhythm of another kind of darkness, thinking that humans did not fail to surprise her from time to time.
Muy hermoso escrito. Manejas una excelente narrativa oscura, depresiva y con ese toque onírico y has creado una gran pieza.
Por cierto, el enlace de las fuentes de las imágenes parece estar mal hecho, por favor corrígelo. ¡Saludos!
¡Hola! Gracias por la visita, las palabras y por notar lo de las fuentes, no me había dado cuenta pero ya lo acomodé. Saludos :)
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Excelente relato, @mariart1. La atmósfera psicológica entre la incertidumbre de la decisión final y la visión de una esperanza está muy bien planteada, con la figura de la muerte confundida entre el sueño y la realidad. Saludos.
¡holaaaaa! Gracias 🤗💜
Fantástico, amé el final. Pude imaginar a la Diosa dirigiéndose a otro lugar un tanto confundida por no haber logrado su objetivo.
Hola! Gracias 💜 sí, fue un poco de ambas. Se compadeció, y a la vez ayudo que la mujer quisiera vivir. Saludos :)
Me gustó la historia. Que bueno que haya el coraje para seguir adelante!
Hola, gracias :)