“sombras que solo yo veo”
N Guillén.
Mi abuela se levantaba de la cama al empezar el día, poco antes que mi abuelo, panadero de profesión llegara a la casa dispuesto a ocupar el sitio que ella acababa de dejar vacío. No era necesario el despertador, ella se levantaba con tiempo suficiente para estirar las sábanas y ventilar el cuarto.
Un poco para descargar a mi madre de sus obligaciones y también por hacerles compañía pasaba yo largo tiempo en casa de mis abuelos.
Abuelo en su tiempo libre jugaba dominó con sus amigos de la guerra, que gustaban mezclar el café con el aguardiente y los recuerdos.
Cuando abuela y yo nos quedábamos solas, ella me hacía que la siguiera de un lado a otro de la casa y mientras limpiaba yo le iba leyendo con más o menos soltura los cuentos que tenía guardados en el cajón de la cómoda de cuando mis tías eran pequeñas.
Al principio como yo aún no sabía leer, se contentaba con que le describiera los dibujos que aparecían en algunas páginas. Ella siempre se conformó con poco, pero el primer día que leí unas cuantas palabras me abrazó tan feliz que desde entonces me sentí obligada a complacerla.
Cuando cada una ocupada en su tarea llegábamos al cuarto donde dormía mi abuelo, hacíamos un alto para no molestarlo y nos íbamos a la cocina. Allí me preparaba un vaso de café con leche. Bébelo despacio -me decía- que a tu edad hay que tomar mucha leche para los huesos. Ordenaba el resto de la casa, se sentaba frente a la máquina de coser y yo hacía trazos en los periódicos que abuelo ya no leía.
Cuando me aburría me paraba delante de ella y enseguida me daba explicaciones sobre lo importante de saber coser, poner un botón, aprovechar las telas. Una buena costurera, decía, es siempre una buena administradora. Así se nos iban las mañanas. Abuelo se levantaba sin que nadie lo oyera, se acercaba a la máquina para decirle siempre lo mismo, que descansara, que no cosiera tanto y ella levantaba la mirada para recordarle una vez más que solo de pan no se vivía.
Abuelo volvía despacio hasta el cuarto y se ponía a escuchar las novelas de la radio. No he conocido a nadie que supiera de memoria tantas locuciones.
Los años pasaron con la novedad de que mis tías se casaron, se fueron a vivir con sus esposos y yo me instalé definitivamente en la casa de mis abuelos.
Los amigos de abuelo no volvieron a visitarlo después que mis primos abandonaron el país. Aun así vivimos una etapa muy feliz. Abuela seguía con sus ocupaciones habituales y aunque hacía tiempo yo había superado la fase del desarrollo el café con leche de la mañana seguía siendo una excusa para hablar de nuestras cosas.
Abuelo dejó de escuchar sus novelas para leer las revistas donde se publicaban mis cuentos o más bien sus cuentos. Yo nunca tuve nada que contar. Mi abuelo sí, todas mis historias eran las suyas. Quizás por eso le interesaban tanto aquellos en los que narraba cada uno de sus combates en la Sierra y las veces en las que ayudó y salvó la vida de los que con el paso de los años se convirtieron en sus enemigos y le cortaron hasta la respiración, reduciéndolo a una mísera pensión de panadero. A veces se detenía como si le faltara algo por descubrir; después me miraba sin decir palabra y sus ojos se me parecían a los de las vacas, un poco tristes y húmedos, mientras los recuerdos le comenzaban a salir de adentro como esa tos que nunca lo abandonaba.
Una mañana no lo escuché toser, abuela me llamó y me dijo. “Creo que tu abuelo murió” Me acerqué despacio la abracé y le dije “abuelo estaba muerto hacía tiempo ya”
Este post es libre de IA.
Todas las fotos usadasson creadas con Canva
Todos los drechos del texto pertenecen a Mailin Valdes (@maylink).
🫂❤️
Ese daño antropológico que como pueblo nos hicieron unos pocos de ver enemigos donde hay hermanos.
Ese daño durá una cuantas temporadas más tristemente
Todos sus cuentos tienen tu voz para darles más tiempo.
🥹🥹🥹
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Una triste realidad.
Así es. Muchas gracias por la deferencia de pasar por mi blog y comentar.