Emma vivía en la ciudad de buena aventura. Además de sus verdes caminos, de atardeceres coloridos e inigualables, sus calles limpias y sus cielos azules, se distinguía de las ciudades vecinas por tener habitantes bastante, pero bastante, afortunados. En ella, ningún niño lloraba por torpes caídas (¡Porque no las habían!), sus ancianos no rompían sus lentes, todos los días habían unos cuantos ganadores de loterías y concursos, y nadie perdía las llaves de su vehículo, o dejaba las llaves de la casa, dentro de la casa.
Sin embargo, tan particular como está ciudad, era emma. A diferencia de todos sus vecinos y compañeros de clases, emma no contaba con tanta suerte. De hecho, no contaba con ninguna. Se despertaba con miedo, pues sabía que botaría el jugo en el desayuno, que un perro bastante amargado, de la nada, le arrancaría su mochila antes de llegar a la parada de bus, al que tendría que perseguir, y antes de subirse en él, una paloma bien jocosa la sorprendería con un regalo bastante sucio en su camisa blanca, haciendo que distraída, este se fuera y tuviera que caminar los veinte minutos que tomaba desde la parada hasta su escuela.
Frustrada y sin entender por qué no contaba con la suerte del resto de la ciudad, las palabras que a mitad de la clase dijo su maestra, le tocaron el corazón como ningunas otras: "somos afortunados porque nos sentimos afortunados, eso caracteriza a nuestra ciudad. Sin embargo, antes no era así. La ciudad, de hecho, se caracterizaba por ser bastante gris y desafortunada ¡! cualquier clase de cosas pasaban en ella! Un día, todos sus habitantes decidieron tener un poquito de fe, y pensar que entre tantas cosas feas, grises y tristes, se tenían mutuamente; y esto es lo que verdaderamente nos hace afortunados." Emma, pensativa y sabiendo que no perdería nada sintiéndose afortunada entre tantos infortunios, decidió empezar a ponerlo en práctica.
Al llegar a su casa subió corriendo a su habitación a realizar sus tareas. Distraída y mirando fijamente a través de su ventana, se dió cuenta que en ella se encontraba un nido de pajaritos. Emocionada, ya que ningún animal era amigable con ella, ni los gatitos de sus amigos, que la llenaban de pelusas difíciles de quitar, ni los ratones que decidían salir a jugar justo cuando ella se caía de su bicicleta, en ese momento decidió en ese momento recordó que su abuela contó que el ave oficial de la ciudad, y que más abundaba en ella, eran los mismos canarios amarillos que ahora construían un pequeño hogar frente a ella; pajaritos que dan buena suerte con su mera presencia, y cuyo canto atrae buenos climas y tardes de suaves brisas para jugar.
Al día siguiente, sorpresivamente, las cosas le empezaron a salir mucho mejor. Su traje de baño no se rompió en la competencia de natación, y además quedó en segundo lugar (nuestra protagonista nunca la completaba ¡Siempre se acalambraba!). Pudo bajar corriendo los escalones en los que solía tropezarse torpemente, y no habían señales de palomas antes de subirse al bus escolar. Fue así como entendió que la fortuna de sus vecinos, amigos y familiares, no venía de afuera. Esta venía del agradecimiento por las cosas que día a día le permiten vivir en paz; del agradecimiento por las comidas que podía hacer y los ratos libres para jugar. Son afortunados porque además de ser los más suertudos, son los más agradecidos. ¡Qué días de risas y alegrías le esperaban a emma!
Concurso de cuentos infantiles en homenaje al escritor venezolano Aquiles Nazoa
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¡Muy bonito y sencillo tu cuento! Felicitaciones.
Es importante que estés más pendiente de los que son las reglas de ortografía, pues estas son fundamentales en la literatura. Cosas como que los nombres propios se escriben empezando en mayúsculas, son cosas que generalmente se toman mucho en cuenta.
¡Éxitos!
Excelente, saludos..