Heredad en llamas
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Ubicada en medio de la nada entre caminos inundados de soledad encontré la capilla anglicana.
Una casa tragada por la maleza, apenas soportada en muros descascarillados que se desmoronaban sin cesar en una especie de ceniza almagra.
Supuse que me había perdido y sin querer fui a parar a una propiedad ajena, olvidada, por no servir, para nada más que como refugio del buitre.
Era un pequeño lugar de culto, construido por la misión, con fajas de arcilla agrietada y linderos donde se arremolinaba el viento. La ceniza volaba en todas direcciones y no dejaba que me acercara, como dándome una señal, como alejándome, sin haber, tan siquiera, arribado.
Confuso momento, al final de mi escalada, sentí que me faltaba el aire. Tal vez, por la gran altitud, entre esos caminos trincados donde me jugaba yo la suerte en busca de fortuna.
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Anduve todo el día por una trocha improvisada a corvillo y fuego. Única forma de abrir paso, entre aquella rasante de un despeñadero a una altura de más de mil metros. Sofocada por los rayos del sol. Donde ni siquiera el senderismo extremo osaría aventurar.
Permanecí sentado en una laja con las piernas entumecidas que ya no daban para más. Acortada mi respiración, también la vista se me había nublado…
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Fue, cuando un anciano vestido con andrajos de lo que antes fuera una toga, en la más profunda lamentación, caminaba hacia mí, arrastrando su llanto.
Débil, quebradizo, con el peso de todas las edades.
Afincado en la torcedura de una mano, me acercó una caña de bambú y tomando la bota de cuero de vaca, soltó un chorro de agua en la cóncava para que bebiera.
Dijo en gimoteo:
¡Sea la paz contigo!… cuanto lo siento. De verdad, lo siento…
Mi alma inquieta, no pudo más que sentirse sin rumbo. Siempre busqué refugio en la meditación, pero, de acuerdo al caso, presa de un impresionante silencio como el sepulcro, motivado al augurio del anciano, me hundí en la peor tristeza, se socavaron mis sentimientos más íntimos y pensé en regresar.
Pero, tenía un reto conmigo mismo, sobre el cual reposaba un hito generacional. Aquella propiedad, la había recibido en heredad por parte de mi familia, quienes totalmente alejados de la ortodoxia, pretendieron formar una misión en aquel lugar desierto, donde solo un par de locos, sería capaz de pensar en la salvación.
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La cláusula firmada me obligaba a aceptar la casa, construida en forma de templo, como patrimonio intransferible. Incluyendo cada uno de los elementos contentivos.
Gracias al anciano, que como aparición misteriosa, había yo visto entre alucinaciones y quién desinteresadamente, a pesar de su pena, me había salvado de la deshidratación. Hube recobrado energías y estaba nuevamente dispuesto.
No sé de dónde salió aquel sujeto, con voz de santo, pero lo mantengo en deuda. Me gustaría, poder aplacar su martirio.
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Así que, sin más, me puse en pie y decidí explorar el lugar. Caminé por los alrededores pisando sobre el pasto seco. Apenas una ventana tenía aquella casa. Sellada con tablas como para que nadie le profanase. Dejaba ver los clavos oxidados y amarres de una sirga carcomida que sujetaba el techo.
Una pira humeante yacía en el patio trasero, me hizo entender, que no estaba solo. Seguro el viejo quejicoso, andaba por ahí cerca.
Como pude, sorteando el remolino de viento, entré en la capilla. La misma, tenía una sola recámara, lóbrega y marchita con un jergón tirado al suelo, además, un atril para oración, con apoya brazos, situado al extremo derecho.
En el centro, sobre algunos tabloides desgastados, rechinantes al pisar. Como escaño de acusación, estaba una pequeñísima mesa de madera, cubierta por un mantel y dos banquetas.
Pude observar, un plato de comida servido con una de las banquetas arrimada, austero, sugería que habría un invitado.
En la otra banca, situada al lado izquierdo, ensimismado, con medio rostro en opacidad a razón de un tenue haz de luz que se desprendía del techo. Con las últimas energías que puedan quedar en la humanidad maltrecha de un viejo cuerpo nonagenario, estaba sentado el anciano.
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Habló con débil voz:
_ ¡Comed, hijo mío, saque usted buen provecho!, como ya sabréis, sois el heredero de esta casa. Amén… patrimonio sagrado, intransferible, dejado por vuestros ancestros a la misión. Al igual que vos, en otrora, yo fui el encargado de esta capilla, cosa que, lamento profundamente, tenga que terminar así... ¡ha llegado mi tiempo! Es hora, de dejar en vuestras manos la potestad de este tesoro... Amén. En cuanto a mí, al ser el único de tus parientes, con vida y según reza el testamento, tendrás que aceptarme junto con la propiedad, cuidar de mí y tolerarme. Amén...
“¿Cómo? ¿Cuál tesoro? ¡Que se trague la montaña ahora mismo!, a este saco de huesos con sotana… Pensé, agudamente. Después de haber visto al anciano como un salvador, ahora me importaría poco, que se vaya con su misión al infierno...”
Creí que esta casa sería mi jubilación, suponiendo que en su interior guardaba una fortuna incalculable, según me habían dicho. Después de haber escalado una montaña donde casi muero, no he heredado más, sino, un montón de escombros, ubicado en el último lugar del mundo con un anciano depresivo de obsequio, quién necesita urgentemente, los servicios de un geriátrico.
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Le respondí con amabilidad al anciano:
_ ¡Gracias por la recepción!, estoy en deuda con usted por haberme salvado. Trato de pensar en la mejor forma de administrar esta propiedad y cumplir con la cláusula antes mencionada. Igualmente, gracias, por la comida que me ha ofrecido, haciéndome usted, sentir como en casa…
¡Por ahora, no tengo apetito! Más bien, necesito meditar...
Me levanté de la mesa y abandoné la cabaña. Caminé hacia el patio en busca de una respuesta, preguntándome:
¿Qué esperarían de mí, mis ancestros? ¿Qué querrían que yo hiciera? ¿Qué debía hacer con aquel anciano nonagenario y su constante lamentación?
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Miré, la pira humeante, en la más profunda abstracción. No conforme con la cláusula del contrato, busqué la respuesta entre mis dones de cálculo, sapiencia y juicio. Como epifanía, después de haber logrado entrar en trance y avivado la llama de la conciencia. Creí encontrar la solución más equitativa y a la vez, más descabellada, al problema de la herencia.
Fue así, al recordar que era yo soltero y el último miembro de la familia, nacido a las sombras de este oscuro y torcido árbol generacional… No tenía deudores, ni vigilancia, prolijidad o testigos fatuos petulantes… Podía tomar, con individualismo, una decisión de libre albedrío que me alejara de la inminente desgracia.
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Con mis propias manos saqué de la pira una de las lucernas, recorrí cada lindero, cada centímetro de la propiedad con la lumbre encendida. Pisando sobre el pasto seco y arrancando los maderos que actuaban como sello anti profanación. Iba desatando la sirga que sujetaba el techo, mientras, acumulaba las tablas en forma piramidal a punto de iniciar el paganismo.
Nuevamente, burlando al remolino, me direccioné a favor del viento. A porfía, aposté por el mensaje revelado por la pira, cuando absorto meditaba. Víctima de la más incontrolable piromanía, lucerna en mano, prendí en fuego la maldita casa.
Desde el patio trasero hasta la entrada. Puse al rojo vivo el templo profano y la cláusula hereditaria. Por el bien de las generaciones no nacidas. Borré toda la evidencia de aquella estúpida misión, sin suscriptores, por la cual nunca nadie se arriesgaría.
Luego, di la espalda a la casa en llamas y sin más, me marché, de vuelta a la ciudad…
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Comencé, calculadamente, mi descenso desde la cúspide de la montaña.
Otra vez, por la trocha improvisada. Infestada de cascabeles. Entre aquellos caminos inundados de soledad como refugio del buitre…
Me fui para no volver, alejándome de la ceniza almagra. Soslayando los trincados precipicios, donde casi muero, al jugarme yo la suerte en busca de la ruin fortuna.
Dejaba todo atrás, sin dar la menor importancia a aquella heredad sin valor. Aquel promontorio que me había hecho perder el tiempo, solo por cumplir una falsa promesa generacional, asociada a un falso linaje.
Así fue, hasta que…
Recordé:
_ Linaje… ¡Oh, noooo…! El anciano.
¡Lo juro, con dedos cruzados!, quise volver por él de inmediato,
pero…
La ceniza almagra, volaba en todas direcciones y no dejaba que me acercara...
Como dándome una señal, como alejándome…
Mi alma inquieta, no pudo más que sentirse sin rumbo…
Presa de un impresionante silencio… que se rompía, poco a poco, ante el crepito.
Dije:
_ Bueno, lo intenté… :(
Desde lo lejos, vi al anciano. Sonriente, con cara de eterno agradecimiento. Aferrado a la única ventana. Como quién cumplía su última voluntad, como quién, al fin encontró la respuesta a cada uno de sus lamentos…
@nachomolina2
venezuela
2021
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Amigo, tu post es una joya. Felicidades