Las botas del abuelo
Hacía semanas que el abuelo no hablaba. Pasaba las horas mirándose las manos o jugando con una rama seca haciendo círculos en la tierra.Aunque la gente intentaba sacarle conversación, el abuelo se quedaba mirando hacia otro lado, hacia otro punto, lejos del rostro de aquel que hablaba. Su negación a pronunciar palabras fue achacada a su falta de interés por algunos temas.
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Igual ocurrió con sus paseos diarios, que los dejó de hacer de la noche a la mañana y prefirió quedarse encerrado en el cuarto mirando por la ventana. Mamá dijo que el abuelo no estaba motivado, que tal vez estaba aburrido y por eso prefería no salir a caminar para quedarse postrado, inmóvil, en el deteriorado sillón de mimbre.=o:<0>:o=
Cuando salía de la habitación, su caminar era lento, pausado y algo desorientado. Generalmente yo lo tomaba de la mano y lo llevaba al patio para que se sentara allí y luego, cuando ya era tarde, lo volvía a tomar de la mano para llevarlo de regreso a su cuarto. Abuelo mantenía una calma, tal vez una indiferencia, justificada por mi madre que veía normal la tristeza otoñal de aquellos días.=o:<0>:o=
Pero todo cambió aquella mañana en la que madre tenía que llevarlo a casa de tía Úrsula y él preguntó quién era ella. Sin poder justificar tamaño olvido, mamá solo le dijo quién era y lo dejó solo. Al rato, cuando volvió, el abuelo estaba en el mismo sitio. Mamá le pidió que se pusiera sus botas y se las puso cerca. El abuelo las tomó y se las calzó, pero cuando intentó amarrarse las trenzas, como un niño pequeño, no supo hacer los nudos. Recuerdo que desde aquel día todo cambió para nosotros y a partir de ese momento, yo fui el encargado de ponerle las botas al abuelo.
Igual ocurrió con sus paseos diarios, que los dejó de hacer de la noche a la mañana y prefirió quedarse encerrado en el cuarto mirando por la ventana. Mamá dijo que el abuelo no estaba motivado, que tal vez estaba aburrido y por eso prefería no salir a caminar para quedarse postrado, inmóvil, en el deteriorado sillón de mimbre.
Cuando salía de la habitación, su caminar era lento, pausado y algo desorientado. Generalmente yo lo tomaba de la mano y lo llevaba al patio para que se sentara allí y luego, cuando ya era tarde, lo volvía a tomar de la mano para llevarlo de regreso a su cuarto. Abuelo mantenía una calma, tal vez una indiferencia, justificada por mi madre que veía normal la tristeza otoñal de aquellos días.
Pero todo cambió aquella mañana en la que madre tenía que llevarlo a casa de tía Úrsula y él preguntó quién era ella. Sin poder justificar tamaño olvido, mamá solo le dijo quién era y lo dejó solo. Al rato, cuando volvió, el abuelo estaba en el mismo sitio. Mamá le pidió que se pusiera sus botas y se las puso cerca. El abuelo las tomó y se las calzó, pero cuando intentó amarrarse las trenzas, como un niño pequeño, no supo hacer los nudos. Recuerdo que desde aquel día todo cambió para nosotros y a partir de ese momento, yo fui el encargado de ponerle las botas al abuelo.
Un relato que conmueve, hecho con gran ternura y calma, como la del abuelo. El fenómeno de la demencia senil o del Alzheimer es un verdadero drama, no tanto para el que lo sufre, pues parece no darse cuenta de lo que ocurre, sino para los que lo rodean y atienden. Un abrazo, @nancybriti.
Creo que hay temas que deben tratarse, discutirse. Este es uno de esos. Nuestros ancianos merecen paz, cuido, comprensión. Abrazos para ti, @josemalavem
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Gracias por vuestro apoyo, amigos!
Inmensamente agradecida con vuestro apoyo, amigos!!
Viví con mi papá cada una de esas etapas u.u Qué difícil. Muy bonito tu relato!