Una lluvia salobre
hizo brillar su erguido pecho.
Unos picos delicados y suaves
eran el sueño del montañista
de espalda desnuda y manos
de hechicero.
Ella giró con gracia
especial y encontró
su mirada primitiva.
Una estrella fugaz
anticipó al primer
quejido… leve.
El siguiente llegó
con una furia fina,
como la del rayo lejano
en la noche espantada
por el silbar del viento.
Luego, enrojeció el aire.
Unas manos de lancero
hicieron malabares
con los dedos tersos
y traviesos.
Percusión nocturna,
danza de bestias,
gritos en la garganta,
piel rasgada,
silencio.
Y luego…
el trueno!!