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La ciudad de los palacios
Mientras más se internaban en las calles, más se hundían sus botas en aguas residuales que albergaban una fauna acuática variada; se distrajeron un poco observando los peces y no notaron que la vida en la ciudad empezaba a hacerse a su alrededor ignorando por completo su presencia. Pronto las calles estuvieron llenas de doncellas, condes, duques, princesas, caballeros y criados, todos vestidos con trajes roídos por el tiempo, los insectos y las ratas. Anduvieron hasta el mediodía, cuanto agotados se sentaron en una plaza acosados por el calor. Una magnífica estatua ecuestre dominaba el espacio, y junto a esta descansaba una fuente en la que una mujer desnuda nadaba libremente.
En el cielo no se veían más que buitres, ejecutando su conocido movimiento circular alrededor de la ciudad entera. El jefe de la compañía de reconocimiento y observación estaba maravillado, y la impresión de una ciudad con ritmo y flujo particular lo aterró a límites que hasta para él eran desconocidos. Decidió culminar la expedición, dio la orden y los nueve subalternos tomaron el equipo para retirarse. Haciendo el recorrido de vuelta, tres de los investigadores del grupo se diluyeron en la multitud indiferente. Los siete restantes salieron de la ciudad estremeciéndose por el sonido de aquella vida cotidiana, con el temor de volverse y ser convertidos en sal.
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