Casi dormido, soltando su último aliento, olvidado en el basurero municipal, entre latas oxidadas y restos de noticias pegadas a un diario de meses. Solo el atardecer le envolvía en su dorada luminiscencia. Ya antes el sol había quemado su piel, ahora resquebrajada. El aire, que una vez lo llenó haciendo ser veloz, seguía escapando de su ser que exhalaba cada vez más débilmente. Sintió turbia la imagen frente a él, o lo que quedaba de él, entonces, simplemente recordó.
Llevó su vida rebotando alegre por el césped verde bajo un cielo a ratos azul, a ratos nublado. Los niños lo impulsaban con fuerza, y sentía que volaba feliz. Los perros le perseguían, pero era veloz y esquivaba sus feroces colmillos. Fue el centro de innumerables juegos, de risas, podría decir la ingenua verdadera felicidad.
Pero como en toda historia, llegaron los malos tiempos. El certero golpe a su costado, le desvió hacia la calle. Aunque el viejo coche logró esquivarlo, su roída lata del guardafango lo había alcanzado, dejándole una minúscula cicatriz cerca de su marca. Había rodado por las alcantarillas, se había perdido en los jardines y había sido olvidada bajo los arbustos, pero jamás sufrió una pena como esta, desgastante y silente.
En todo había encontrado belleza. En esa caricia de la noche mientras retozaba en la superficie del jardín, el rocío de la mañana bañando en frescura, el calor del sol en un día de verano, filtrando el agua sucia de una charca que la llovizna había obsequiado. Había aprendido a apreciar los pequeños momentos, los instantes de paz entre la tormenta.
Ahora, el final estaba acercándose, el fuego sobre los diarios acercándose a su piel le producía una extraña calma. Fue una buena vida, suspiró, llena de aventuras y emociones. Conoció la alegría del amor y la tristeza del abandono. Encontró en esos restos en que se convirtió la renuncia al apego que atormenta.
En su esencia esférica, por un instante volvió a ser el campo verde, el cielo azul y los niños riendo. Y su herida se volvió sonrisa, una que solo él podía sentir. Y con el último aliento que quedaba en su interior, se dejó consumir por las llamas, desapareciendo en el humo que se eleva al cielo.
Así termina esta, la historia de un balón más, aquel que una vez había sido parte del grupo de niños jugando bajo la lluvia, ahora encontraba su final en el basurero municipal. Aún hoy pasados los años, el recuerdo de la alegría que brindó, perdura en el recuerdo de aquellos que lo siguieron bajo el verde esperanza del patio de juegos.
[ENGLISH VERSION]
Almost asleep, letting out its last breath, forgotten in the municipal dump, among rusted cans and remnants of news stuck to a months-old newspaper. Only the sunset enveloped it in its golden glow. Before, the sun had scorched its skin, now cracked. The air, which once filled it, making it swift, kept escaping from its being, which exhaled more and more weakly. It saw the image in front of it, or what was left of it, blurred, then it simply remembered.
It had spent its life bouncing happily across the green grass under a sky that was sometimes blue, sometimes cloudy. Children would kick it hard, and it would feel like it was flying happily. Dogs would chase it, but it was swift and dodged their ferocious fangs. It was the center of countless games, of laughter, one could say the naive, true happiness.
But as in every story, bad times came. A precise kick to its side diverted it towards the street. Although the old car managed to dodge it, its frayed fender had caught it, leaving a tiny scar near its mark. It had rolled down the gutters, got lost in gardens, and had been forgotten under bushes, but it had never suffered a pain like this, so weary and silent.
In everything, it had found beauty. In that caress of the night as it frolicked on the garden's surface, the morning dew bathing it in freshness, the heat of the sun on a summer day, filtering the dirty water of a puddle that the drizzle had gifted. It had learned to appreciate the small moments, the instants of peace between the storm.
Now, the end was approaching, the fire on the newspapers nearing its skin produced a strange calm. It had been a good life, it sighed, full of adventures and emotions. It had known the joy of love and the sadness of abandonment. In those remains it had become, it found the renunciation of the attachment that torments.
In its spherical essence, for a moment it was the green field again, the blue sky, and the children laughing. And its wound turned into a smile, one only it could feel. And with the last breath left inside it, it let itself be consumed by the flames, disappearing into the smoke that rises to the sky.
Thus ends this, the story of one more ball, the one that had once been part of the group of children playing in the rain, now found its end in the municipal dump. Even today, years later, the memory of the joy it gave, endures in the memory of those who followed it under the green hope of the playground.
RDSmas
San Carlos, Venezuela 02/10/2024
Sources:
Images created with AI in Freepik.com
Translation made with GEMINI AI
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