Dicen que los escritores son vanidosos; debe ser cierto. Por ejemplo, en este post me hago un poco de autopromoción al presentar ante los lectores mi libro más reciente, la novela Cálidas ruinas, presentada hace un par de meses, editada por Monroy Editor, y que se puede conseguir en Amazon en este enlace.
Es mi tercera novela, y noveno libro. Incluyo un pequeño fragmento del inicio.
Espero que les guste.
Medina tiene varios años casado cuando advierte, un poco repentinamente, aunque las señales estaban frente a él desde hacía ya tiempo, que su esposa no quiere hacer el amor. Ella interponía diversas excusas que al principio no lo parecían: cansancio, dolores de cabeza, y, lo peor de todo porque lo sumía en una vaga culpa, dolor al momento de la penetración. Ahora se pregunta cómo no lo notó antes. Pocos meses atrás se han mudado a un apartamento al sur de la ciudad (es una extravagancia mencionar los puntos cardinales en la ciudad; son referencias que nadie utiliza, pero a él le gusta saber dónde está el norte y el sur y el este y el oeste de la ciudad, como si superpusiera un mapa secreto a las calles cotidianas). Un edificio de tres pisos (cuatro, si se cuenta la planta baja), seis apartamentos por piso; tres habitaciones pequeñas, un baño, una cocina estrecha y una terraza minúscula que se abre a una avenida que conduce a un barrio de reciente creación y en el que nunca ha estado. Es una mejora con respecto a la casa anterior, pequeña y estrecha, pero al mismo tiempo esta ubicación lo aleja de casi todos sus amigos y de los sitios que frecuentan tanto él como su esposa, juntos o por separado, y a los que podían ir caminando. ¿Qué ha pasado en estos meses?, se pregunta. ¿Cómo es posible que su esposa no quiera hacer el amor con él, si hacer el amor siempre ha sido lo más fácil y placentero de su vida en común? No lo mejor, porque lo mejor ha sido la mutua compañía, pero sí el ejercicio de un placer alegre y natural que no se ha agotado en la rutina. Al menos no de parte de él; Medina no siente que haya nada rutinario en su forma de hacer el amor, aunque tampoco es que se dedique a inventar nuevas posiciones cada dos semanas.
Ahora, cuando comprende que algo pasa –y recordará este momento años después cuando un amigo que todavía está por conocer comente que cuando en una relación alguien pregunta qué pasa, es porque ya nada pasa–, también se hace consciente de una profunda urgencia sexual que se ha venido acumulando durante semanas, tal vez meses, sin que llegara a su conciencia, sin que hubiera podido ponerla en palabras, condición indispensable para que las cosas comiencen a ser ciertas para él.
Por eso se dispone a hablar con su mujer. Está convencido de que hablando lograrán entenderse, de que hablando podrán desentrañar lo que en ese momento se presenta como un enigma, encontrar la raíz del problema, se dice, avanzar hasta la causa agazapada bajo capas de vida en común y acciones intrascendentes.
Las cosas no suceden así, sin embargo. Su mujer no entiende de qué le habla. Él lo plantea con calma, con palabras medidas; está dispuesto a comprenderlo todo, dice. Ella reconoce que sus relaciones no son tan frecuentes, pero no ve nada extraño en eso; tienen casi seis años casados y es normal que las relaciones sexuales se hagan más espaciadas; por otra parte, está muy ocupada como asistente en un laboratorio del hospital central y en las noches y fines de semana en el montaje de una obra teatral en la que es actriz protagónica. Él, a su vez, reconoce que dedica mucho tiempo en las noches y las mañanas a escribir una novela, y estaría dispuesto a aceptar los argumentos de su mujer si esta no mirara en cualquier dirección menos a sus ojos. Hay algo inquietante en esta actitud inusual. Algo que no tiene explicación, o, mejor dicho, solo tiene una: su mujer miente. ¿En qué miente? No lo puede precisar. Al poco rato piensa que con seguridad sí hay otras razones para las miradas errantes de su mujer, aunque de momento no se le ocurra ninguna y sonríe y se levanta y se sirve otra taza de café.
Ya se fue para Buenos Aires el ejemplar comprado en Cumaná y yo me quede sin leerlo, por desidia.
Ahora me toca esperar para saber del desamor de Medina. De momento tampoco sabré y si trata del mismo Medina que una vez conocí.
Éxito estimado profesor @rjguerra y la salud y la paz para disfrutarlo.
Muchos saludos.Gracias, @felixmarranz. Lamento que no hayas podido leerlo, pero me alegra que ese libro viaje hasta las manos de gente de mis afectos.
Si Dios me da vida, tendré la oportunidad de ir detrás de él, y cuando lo lea te cuento si ya conocía a Medina de antes. :)
Que así sea, @felixmarranz.
Una descripción de una relación cotidiana entre una pareja, que empieza a tener matices interesantes al final de este extracto y que prometo algo...
Saludos, @jesuspsoto. Sí, las cosas se vuelven menos cotidianas a medida que la novela avanza.