Una noche tranquila (cuento)

in Literatos11 days ago

Hace mucho que no publico un cuento en Hive. Aquí, entonces, dejo un texto con una extensión poco habitual en mis trabajos, qu suelen ser más largos.
Espero que sea del agrado de los lectores.


Imagen: Pixabay

El hombre orinó contra la pared de una casa. Hacía mucho calor en la habitación, contaría Lucía más tarde a su madre, y decidió abrir la ventana buscando algo del fresco de la noche porque no podía dormir. Serían las dos de la madrugada. Mantuvo la luz apagada. La fina cortina de su ventana se movió con una ligera brisa que le llevó algo de alivio.

Fue entonces cuando vio al hombre al otro lado de la calle. Por supuesto, a sus dieciséis años no era la primera vez que veía a un hombre orinando en la calle. Eso ocurría a cada rato, sobre todo los fines de semana, cuando abundaban los borrachos y a cualquier hora del día o de la noche se podía ver a alguno haciendo sus necesidades en las esquinas o en los callejones. Su mamá siempre se preguntaba, muy molesta, si no podían aguantar hasta llegar a sus casas. Pura mala costumbre, decía.

Pero este no parecía un borracho. Se veía muy derecho, muy tranquilo, como si solo estuviera ahí, del otro lado de la calle, esperando el autobús. Lucía lo miró sin interés, solo porque no había otra cosa que mirar a esa hora. No le resultaba conocido; seguro no era nadie de la calle. Y posiblemente tampoco del barrio. Eso era extraño, pensó. En la madrugada, solo. No era nada común.

Después de orinar, el hombre se alejó un poco hacia un árbol que crecía allí mismo, a la entrada del callejón que llevaba hasta la bodega de José, protegido de la luz del poste.

Al poco rato se estacionó un carro blanco justo frente a la casa donde el hombre había hecho sus necesidades. Primero se bajó el pasajero, y unos segundos después, el chofer. A estos Lucía sí los conocía, tal vez demasiado bien. Nunca había hablado con ellos, pero sabía quiénes eran. Los primos Manuel y Javier González, unos años mayores que ella. Cuando Lucía entró al liceo, ellos estaban en los últimos años, aunque no sabía si habían terminado sus estudios. Creía que no, por lo que se contaba de ellos. Nada bueno, la verdad.

En el liceo tenían fama de violentos; a veces golpeaban a los más pequeños y los habían expulsado varias veces, hasta que se graduaron o dejaron de asistir. O los expulsaron definitivamente. Quién sabe.

En qué andaban ahora era difícil de decir. Nada legal, en todo caso, porque no tenían trabajo, pero sí manejaban ese carro blanco y tenían buena ropa. Ella había escuchado cosas, pero no se atrevía a repetirlas ni siquiera para sí misma.
Ahora se daba cuenta de que la casa donde se había detenido el carro y que el hombre había marcado era la de la abuela de los primos. Lucía se preguntó por qué vendrían a verla tan tarde. ¿Estaría enferma?

Escuchó las voces alegres que se cruzaron los primos sobre el capó del carro, pero no pudo distinguir las palabras. Luego siguieron unas risas. En ese momento, el hombre que estaba bajo la sombra del árbol dio varios pasos hacia adelante. Ahora tenía una pistola en la mano. Manuel y Javier se quedaron paralizados. Luego Javier, el chofer, trató de abrir la puerta de su vehículo para entrar otra vez, y el hombre disparó. Estaba muy cerca. Lucía no lo vio caer. Quedó del otro lado del carro, hacia la acera.

Manuel levantó las manos, y Lucía pensó que echaría a correr (es lo que ella haría si se encontrara en una situación así, pensó), pero permaneció en el mismo lugar, como si tuviera los pies atornillados al asfalto. El hombre disparó dos o tres veces más, y cada explosión estremeció a Lucía. El cuerpo de Manuel quedó tendido en mitad de la calle.

Lucía sabía que no debía gritar, pero igual lo hizo. Gritó y se aferró a las cortinas en un movimiento convulso, involuntario. En las casas vecinas se encendieron algunas luces, pero nadie se asomó.

Luego, una motocicleta pareció surgir de la nada. Conduciéndola iba un hombre delgado vestido con ropas oscuras. El pistolero subió al asiento, con calma, sin apurarse, como si se dispusiera a dar un simple paseo.

Lucía ya había dejado de gritar, pero permanecía con la vista clavada en la escena. El hombre de la pistola bajó de la moto (justo cuando ella creía que ya todo había terminado), cruzó la calle y se acercó a su ventana. Lucía creyó que se moría de miedo. El hombre se asomó al cuarto en penumbras, pero donde era posible verla refugiada en una esquina, y dijo con voz baja, pero suficientemente clara:

–Tranquila, mi niña, que aquí no ha pasado nada.

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Muchas gracias por su lectura. Vuelvan cuando quieran

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Qué sufrimiento!!

En efecto, @yeleisma2023, ¡qué sufrimiento! Gracias por comentar.

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Excelente relato, @rjguerra. Aunque suelas escribir textos más extensos, este breve te quedó muy bien. Me gusta esa lentitud de la voz narrativa, regulando la información, aunque los acontecimientos sean violentos, y, por supuesto, la tención lograda, con esa final irónico. Saludos.

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Gracias por apoyar y comentar, @celf.magazine. Saludos.

Me encantan los finales inesperados y este lo es. Con sus palabras logra manejar la emoción del lector que va en crescendo hasta el final y cuando se espera un desenlace - otro - fatal, el giro que da la historia nos hace soltar toda la tensión repentinamente. Muy bueno. Gracias por compartir.