“Un verdadero regalo de Navidad no es solo el tiempo que tienes, sino con quién lo compartes realmente.”
El Regalo del Tiempo.
No duerme la ciudad, y menos en Nochebuena. Desde mi oficina en el piso 25, las luces parpadean como estrellas artificiales sobre un río de autos que nunca se detiene. Llevo semanas encerrado aquí, obsesionado con terminar este proyecto. Si no logro entregarlo a tiempo, pierdo el contrato. Me he convertido en un reloj sin alma, cada tic-tac es un recordatorio de lo que no puedo alcanzar.
Es casi medianoche y, agotado, regreso a mi departamento. Las calles están extrañamente vacías. En un callejón que nunca había notado, un destello de luz atrapa mi atención. Es una tienda desconocida; su letrero parpadea: "Venta de tiempo." La curiosidad me empuja a entrar.
Dentro, una anciana de cabello plateado me recibe con una sonrisa que parece leer mis pensamientos.
—¿Cuánto tiempo necesitas? —me pregunta con voz envolvente.
Respondo sin pensarlo:
—Un día, por favor... solo un día.
La desesperación en mi tono no pasa desapercibida. Ella asiente lentamente, coloca un pequeño reloj de arena sobre el mostrador, cuyos granos brillan a la luz tenue.
—Pero el precio no es dinero —dice, mirándome fijamente—. Es recuerdos.
Siento un nudo en el estómago, pero la urgencia me hace aceptar. Estoy listo para intercambiar fragmentos de mi vida por un poco más de tiempo.
Esa noche trabajo sin descanso, con una energía renovada que no había sentido en años. Pero, al amanecer, algo inquietante sucede. Busco una foto de mi infancia, y el rostro de mi madre es solo un borrón, una mancha difusa.
El corazón se me encoge. Durante el día, los vacíos en mi memoria se multiplican: mi primera comunión, la risa de mi hermana, los cálidos abrazos de mi padre. Todo se esfuma lentamente, como el vapor de un café olvidado sobre la mesa. Me siento perdido, viendo mi vida a través de un espejo empañado.
Regreso a la tienda cuando cae la noche.
—¡Devuélvame mis recuerdos! —grito al entrar.
La anciana me mira con serenidad. Asiente y coloca el reloj de arena invertido sobre la mesa.
—Recuperarás lo perdido, pero nada será igual.
El tiempo fluye hacia atrás. Mis recuerdos regresan en oleadas: la Navidad en casa, el aroma del pan recién horneado de mi abuela, los juegos en el parque con mi hijo… ¿mi hijo?
Mis ojos se abren al presente. Estoy en una sala llena de rostros familiares que creía haber perdido. Mi hermana sirve hallacas y pernil; mi padre bromea con los niños; mi madre canta un villancico. Todo parece real, pero algo no encaja.
Miro mis manos: están envejecidas, arrugadas.
La anciana aparece en un rincón de la sala, susurra desde la sombra:
—El tiempo no regresa. Lo que ves es el regalo de lo que pudo ser. Feliz Navidad.
Y desaparece.
En ese instante, comprendo que el verdadero regalo de Navidad no era tener más tiempo, sino rescatar esos momentos acompañados con las personas que amamos. Recuerdo una Navidad en particular, esa en la que estoy rodeado de familiares, compartiendo risas y abrazos. Fue en medio de una ciudad ajetreada, paralizada por un instante, que encontré la paz que, por codicia, había ignorado.
Ahora sé que, para mí, esta lección llegó demasiado tarde.
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English Version
“A true Christmas gift is not just the time you have, but with whom you truly share it.”
The Gift of Time.
The city never sleeps, especially not on Christmas Eve. From my office on the 25th floor, the lights flicker like artificial stars over a river of cars that never stops. I’ve spent weeks locked up here, obsessed with finishing this project. If I don’t deliver it on time, I’ll lose the contract. I’ve become a soulless clock, each tick-tock a reminder of what I can't reach.
It’s almost midnight, and exhausted, I head back to my apartment. The streets are eerily empty. In an alley I’d never noticed before, a glimmer of light catches my eye. It’s an unfamiliar shop; its sign blinks: "Time for Sale." Curiosity pushes me inside.
An elderly woman with silver hair greets me with a smile that seems to read my thoughts.
—¿How much time do you need? —she asks, her voice soothing.
I answer without thinking:
—One day, please... just one day.—
The desperation in my tone doesn’t go unnoticed. She nods slowly, placing a small hourglass on the counter, its grains shimmering under the dim light.
—But the price isn’t money—she says, her gaze fixed on me. —It’s memories.—
A knot tightens in my stomach, but urgency drives me to accept. I’m ready to trade fragments of my life for just a bit more time.
That night, I work tirelessly, with an energy I hadn’t felt in years. But by dawn, something unsettling happens. I look for a childhood photo, only to find my mother’s face reduced to a blur, a vague smear.
My heart sinks. As the day goes on, the voids in my memory multiply: my first communion, my sister’s laughter, the warm hugs of my father. Everything vanishes gradually, like the steam from forgotten coffee on a table. I feel lost, seeing my life through a fogged mirror.
I return to the shop as night falls.
—¡Give me back my memories! —I shout as I enter
The elderly woman looks at me calmly. She nods, placing the hourglass upside down on the table.
—You’ll recover what’s lost, but nothing will be the same.—
Time begins to flow backward. My memories return in waves: Christmas at home, the aroma of my grandmother’s freshly baked bread, games in the park with my son... ¿my son?
My eyes snap open to the present. I’m in a room filled with familiar faces I thought I had lost. My sister serves hallacas and roasted pork; my father jokes with the children; my mother softly sings a carol. Everything seems real, but something feels off.
I look at my hands: they’re aged, wrinkled.
The elderly woman appears in a corner of the room, whispering from the shadows:
—Time doesn’t return. What you see is the gift of what could have been. Merry Christmas.—
And then she vanishes.
At that moment, I realize the true Christmas gift wasn’t more time, but reclaiming those moments shared with the ones we love. I remember a particular Christmas, surrounded by family, sharing laughter and embraces. Amid a bustling city, frozen in an instant, I found the peace I had ignored out of greed.
Now I know this lesson came too late for me
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