“Un bosque demasiado cayado, atrapa a quienes juegan con sombras...”
Circulo de piedras.
Por fin me atrevo a ir. A tres mil ciento cincuenta metros de altura, emerge un pequeño bosque de pinos, y es hacia allá donde me dirijo. Está justo al lado del riachuelo que bifurca más adelante a uno más grande: el Chama. A cualquier hora del día el frío es penetrante pero al aproximarse la noche lo es aún más. El viento corta mi cara mientras subo por el sendero. El musgo se pega bajo mis botas como tratando de detenerme y sin embargo me acompañan. El aire huele a pino fresco, y el susurro de los árboles parece estar diciéndome algo que no entiendo. Estoy solo, o al menos eso es lo que creo. Las montañas a lo lejos me vigilan, como siempre lo han hecho desde que visito estos parajes, pero hoy algo se siente distinto. El bosque, tan familiar, tiene un silencio extraño. Me adentro a él.
A mis pasos, veo un círculo de rocas, grandes y grises, que rodean otra piedra aún más inmensa, como si hubiera caído del cielo. Están dispuestas de manera tan perfecta, casi como si alguien hubiera estado aquí preparándola hace poco, cuidando cada detalle para mi encuentro. Me agacho y toco una de ellas. Está fría, pero no solo eso. Hay algo extraño, un cosquilleo recorre mi brazo hasta la nuca. Recuerdo que la abuela siempre me decía que el cuerpo sabe lo que la mente se niega a ver. Pero sigo adelante en esto, curioso.
Me detengo en el centro de aquella figura circular y noto que el aire se siente diferente. Todo es más denso, como si las ramas de los pinos atraparan la fluidez del lugar. Intento mirar a mi alrededor, pero el cielo ya no aparece. La luz del sol, que antes se filtraba entre el follaje de los árboles, ahora parece haberse apagado. Es como si el tiempo hubiera decidido hacer una pausa.
Entonces me doy cuenta de que el cumulo de piedra es más que una figura geométrica. Pienso que aquí ha pasado algo, tal vez, algo antiguo y oscuro. Las rocas no están aquí por accidente. Este razonamiento hace que un escalofrío me invada al recordar las múltiples historias que me contaban los vecinos, que en sus mayorías son ancianos, esos cuentos de brujas que invocaban espíritus en lo profundo del monte. Pero esos cuentos son solo eso, creo.
Un ruido detrás de mí, me asusta. Giro la cabeza, pero no veo nada. El bosque parece haberse tragado cualquier rastro de vida. Trato de caminar para salir del círculo, pero mis piernas no responden. Es como si las piedras, las malditas piedras, me ataran y estuvieran absorbiendo mi energía, mi voluntad. El círculo se siente cada vez más cerrado, más pequeño. Trato de gritar, pero el sonido no sale de mi garganta.
El viento ha dejado de existir. Todo está quieto. Y entonces lo entiendo: no estoy solo. Nunca lo estuve. Algo está aquí conmigo, observándome, esperándome. Trato de correr, pero es inútil. La tierra bajo mís pies se hunden, las rocas se mueven y me atrapan. Siento el suelo abrirse bajo mí, tragándome poco a poco.
En este momento, el terror me invade. Lucho para escapar y es cuando comprendo que, si no lo hago, desapareceré. No dejaré rastro. Seré uno más de los borrados, como si nunca hubiera existido. Cuántos más como yo estarán aquí debajo, asistiendo que esto es solo por estar de curioso...
English Version
“A forest too silent traps those who play with shadows...”
Circle of Stones.
At last, I dare to go. At an altitude of three thousand one hundred fifty meters, a small pine forest emerges, and that is where I’m heading. It’s right next to the stream, which later splits into a larger one: the Chama. At any time of day, the cold is piercing, but as night approaches, it becomes even more so. The wind cuts my face as I climb the path. The moss clings to my boots, as if trying to hold me back, and yet it accompanies me. The air smells of fresh pine, and the whisper of the trees seems to be telling me something I don’t understand. I’m alone, or at least I think I am. The mountains in the distance watch over me, as they always have since I began visiting these places, but today something feels different. The forest, so familiar, has a strange silence. I venture in.
At my steps, I see a circle of rocks, large and gray, surrounding another even larger stone, as if it had fallen from the sky. They are arranged so perfectly, almost as if someone had been here recently, preparing it with care, paying attention to every detail for my arrival. I crouch down and touch one of them. It’s cold, but not just that. There’s something odd; a tingling sensation runs up my arm to my neck. I remember that my grandmother always used to say that the body knows what the mind refuses to see. But I press on, curious.
I stop in the center of that circular figure and notice that the air feels different. Everything is denser, as if the branches of the pines were trapping the flow of the place. I try to look around, but the sky no longer appears. The sunlight, which had previously filtered through the trees’ foliage, now seems to have dimmed. It’s as if time itself had decided to pause.
Then I realize that the pile of stones is more than just a geometric figure. I think something has happened here, perhaps something ancient and dark. The rocks are not here by accident. This thought sends a shiver down my spine as I remember the many stories the neighbors, mostly old folks, used to tell me — those tales of witches who summoned spirits deep in the woods. But those stories are just that, I think.
A noise behind me startles me. I turn my head, but I see nothing. The forest seems to have swallowed any trace of life. I try to walk out of the circle, but my legs won’t move. It’s as if the stones, those damned stones, are binding me, draining my energy, my will. The circle feels increasingly smaller, more confined. I try to scream, but no sound comes from my throat.
The wind no longer exists. Everything is still. And then I understand: I am not alone. I never was. Something is here with me, watching, waiting. I try to run, but it’s useless. The ground beneath my feet is sinking, the stones are shifting and trapping me. I feel the earth opening beneath me, slowly swallowing me
At this moment, terror consumes me. I struggle to escape, and it is then that I realize: if I don’t, I will disappear. I will leave no trace. I will become just another of the forgotten, as if I had never existed. How many more like me are down here, knowing that this is the price for mere curiosity...
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