La cita
La casa se bañaba en bronce y cobre, las sombras se extendían de manera sigilosa. Los colores de la ciudad se revestían y atravesaban la ventana. Ya nadie respeta nada, dijo la vecina cuando fue a sacar la basura. No puedo imaginarme cómo será todo cuando yo me muera, menos mal Alfredo se fue primero.
Yo estaba frente al espejo admirando mi cara tonta en el reflejo. Ella no va a quererme, nunca nadie me ha querido. Era claro que el perfume, la corbata, las flores, todo era inútil. Si antes no había funcionado, cómo iba a funcionar ahora. Era un poco ridículo, me sentía ridículo. El hombre en el espejo se veía un poco mejor que yo. Me veía todo lo que podía, alzaba la mirada al espejo, veía la puerta y volvía al espejo. Éramos diferentes.
Hay mucho silencio en la casa; si no fuera por la vecina y sus ruidos infernales de quejas y chismes, esto podría ser un cementerio. Podría quedarme, no ir a ningún lado, y conversar con los muertos sobre este cuento; con Alfredo, tal vez aparezca si lo llamo. Pero yo seguía aquí parado, siento llegar la noche, estando listo sin estar listo, entre un sí y un no. De fondo sonaba la vieja loca conversando con Alfredo, preparando la cena. Allá a lo lejos recorrían las calles, aquellos olores lúgubres de su matrimonio. Mientras yo precisaba de un milagro, invocando cuanto nombre de la virgen me sabía, inculcados por mi madre. Buscaba algo diferente esta vez, algo que no había tenido la vez anterior. Pero era imposible, seguía siento la misma persona que todas las últimas veces. ¿Cómo podía cambiar? ¿Dónde estará mi salvador?
Yo solo soy un tipo aburrido que nació en este pueblo, lleno de espejismo. Crecí cerca del mar y nunca me he ido más de un kilómetro. Soy de los que vuelven al lugar que los vio nacer. Una especie de faro sin luz. En las calles repletas de ancianos, incompletos, solitarios. Soy esta ciudad que cada día se queda sin ciudadanos. Miragem
Tenía que pensar rápido, en una ciudad, en un pueblo; algo bello, pero no tan bello ni que fuese tan perfecto. Un yo diferente, un yo que ella pueda amar, una ciudad donde ella pueda enamorarse de mí. Necesitaba otro yo. Y tenía que pensar rápido, el tiempo se me acababa. Esa era mi única salvación, solo este cuento, solo eso tengo. Eso y a este hombre en el espejo que no terminaba de convencerme, pero era otro. Era el único que tenía.
Sonó el celular, era un mensaje de ella. Cerré los ojos, respiré lentamente, y mientras respiraba atravesé el espejo. Tome las flores, abrí la puerta y me fui.
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