Durante muchos años el trabajo fue como la herencia cultural hispano-católica, un castigo de Dios, forzosamente necesario para sobrevivir.
Con el tiempo y la experiencia llegué a disfrutar de la recompensa por un trabajo bien hecho y el logro de los objetivos alcanzados. Hasta descubrir la ley del palo y la zanahoria de la explotación.
He tenido la fortuna de disfrutar de trabajos bien remunerados por cuenta de otros y algunos logros por cuenta propia. Hoy, afortunadamente, mi subsistencia no depende de mi trabajo, pero encuentro gran satisfacción cuando acometo un trabajo de cualquier índole y el resultado me satisface, sea o no remunerado.
Sin intención de blasfemar me pongo en el lugar del creador y complacerme diciendo: Es bueno.
No hay mayor placer que trabajar en aquello nos apasiona.