Buen día amigos, sigo profundizando con ustedes lo que significa una planificación pastoral para la Arquidiócesis de Barquisimeto, ya que me resulta no solamente un reto, sino también muy interesante. Y les explico por qué.
Como recordó el último Concilio de la Iglesia (El Concilio Vaticano II) nosotros como comunidad cristiana somos como la luna, que no hacemos más que reflejar la luz del sol (Cfr. Constitución apostólica Lumen Gentium, n°1). ¿Qué quiere decir esto? Que todos nuestros esfuerzos están dirigidos a que nuestra fe no se quede simplemente en un concepto, una teoría o un ideal, sino que se haga realidad mediante nuestras acciones. La Iglesia, por ello, en su pastoral, orienta sus esfuerzos a ser ese resplandor del sol. Y esto implica al menos dos cosas.
Lo primero es que como hombres y mujeres de fe, es decir, que tienen claro el llamado de Dios para glorificarle, alabarle y hacerle conocer, debemos mantener esta unión con Él, que es el Sol. Si la luna es el reflejo de este astro, es porque está orientada hacia él y siempre recibe su luz. Así también, la Iglesia está llamada a estar siempre frente al Sol, orientada hacia Él, porque a Él es a quien se va a predicar. Por ello, el fundamento siempre va a ser la Revelación de Dios y, en particular, la Palabra de Dios, que es una palabra viva que se hace presente a través de muchas manifestaciones en la historia, pero que de manera concreta, está en las Sagradas Escrituras.
El segundo punto es que debe haber una revisión continua. Por eso, la pastoral es algo dinámico, porque implica una revisión constante de la misma, en nuestras palabras y acciones, sobre si estamos siendo coherentes con ese Sol que nos ilumina, si estamos siendo pertinentes con lo que hacemos o si en vez de reflejo, somos un obstáculo para que esa luz llegue, O si lo estamos haciendo bien, pero podemos hacerlo mejor. Se trata de una revisión continua que requiere humildad y valentía para reconocer qué hay que reformar para que el mensaje llegue a toda la humanidad de la manera más eficaz posible.
Comentando precisamente con una persona de esta planificación que estamos llevando en la Arquidiócesis, ella me decía que está cansada de tanta planificación y que al final no se trata de tantos planes que pueden estar excelentemente diseñados, sino de las personas que se impliquen en esos planes. Ante esto, yo reflexioné y sí, es cierto. Tenemos los parámetros en la Sagrada Escritura y una rica historia de la Iglesia, pero si nosotros en el hoy no nos implicamos, no somos sensibles a las problemáticas, no somos valientes ante las dificultades, no va a suceder nada. Por ello, una palabra clave es la conversión personal. Si no hay este darnos cuenta de que nos corresponde a nosotros hacer avanzar el barco, sin implicarnos poco se va a lograr. Es necesario que cada uno se sienta parte del triunfo y, al mismo tiempo, de las fallas de la puesta en práctica de las acciones propuestas.
Sentirnos parte del triunfo implica tener la motivación necesaria para plasmar lo que el Espíritu Santo nos inspira en lo que proyectamos, pero al mismo tiempo reconocer las fallas, no para desanimarnos, sino para que esta acción de la Iglesia sea cada vez más beneficiosa para la sociedad. Que esta acción de la Iglesia sea realmente un prolongarse de la acción de Dios en la historia, porque al final de eso se trata. Si la Palabra de Dios se ha hecho viva y eficaz en muchos hombres y mujeres, la tarea ahora es que la Iglesia, que es la Palabra de Dios, siga siendo eficaz. Pero ahora debemos implicarnos nosotros para que esta palabra resuene en muchos corazones y en todos los lugares posibles.
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