Hoy en día entre los deportes que más disfruto se encuentra la natación, pero no siempre fue así, ya que si me traslado con mi mente a mis primeros recuerdos en mi relación con el agua lo que encuentro son diversos sentimientos de angustia y miedo ante la posibilidad de no poder ni siguiera sostener mi cuerpo en el agua, pues realmente era algo que veía no solo difícil sino también hasta imposible, al menos para mí. Recuerdo como, por ejemplo, cuando estaba en la adolescencia e íbamos a la playa me quedaba en la orilla esperando el pronto regreso de los adultos que habían ido "para lo hondo".
En los diferentes ambientes donde iba era lo mismo, podría ser playa, río o una inofensiva piscina, pero el miedo era más grande. Hoy cuando miro hacia esos años me digo que fui muy tonto, pues, ya comprendo que lo mejor de estos sitios es cuando puedes (siempre manteniendo la debida prudencia) ir un poco más allá, y - como hoy lo siento - hacerte uno con este elemento natural que la creación nos ha dado. En efecto, nada como sentir que la natación te hace en cierta forma tener un dominio sobre el agua y poder trasladarte a través de ella.
Esto que escribo y digo hoy fue, sin embargo, impensable para mí durante muchos años. Incluso llegada a mi mayoría de edad no me atreví todavía a soltar la orilla, donde sentía más seguridad, pues la película que en mi mente me pasaba era que era muy complicado aprender a nadar. Incluso tuve muchos familiares y amigos que me animaban a hacerlo, pero yo en mi necedad me negaba una y otra vez, creía que se necesitaba un don o talento especial para ello. Hoy comprendo que estaba muy equivocado, pero mucho de hecho.
No fue sino hasta que prácticamente fui obligado a practicar la natación que todo esto cambió. Resulta que en un chequeo médico fue diagnosticado con un problema congénito de la columna y entre las cosas que el médico y luego el fisiatra me recomendaron estuvo la natación. A regañadientes fui y me inscribe en una piscina, probé en varios clubes y con diversos entrenadores, pero no terminaba de agarrarle el gusto a lo que hacía, todavía existía mucho temor. Un día trabé amistad con una persona (extrañamente no es del país y todavía conservamos la amistad). Ella me dio el valor necesario para afrontar este nuevo reto y de manera sencilla, pero efectiva me fue enseñando las técnicas básicas, hasta que llegué a nadar sin parar en estilo libre un kilómetro como medida aproximada en mis mejores momentos.
Con esta historia quiero reflejar muchas cosas, entre ellas está que para el ser humano no existe casi nada imposible, ya que la mayoría de las veces se trata es de miedos y temores que nos hemos creado, por 'x' o 'y' circunstancia, solo hace falta atreverse y en el camino vamos descubriendo y comprendiendo el sentido de lo que hacemos. Solo basta comenzar y asegurarse que se cuenta con compañeros de camino que nos animan a seguir adelante con los retos que la vida nos coloca, confiando en nuestras capacidades.
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