Quiero relatar mi experiencia sobre la clase de la teologia de lo sacramentos, que fue mi último comentario de actividades académicas que iba a realizar. Fue una muy buena experiencia. Ahora ya estoy preparando las próximas clases, pero quisiera referirme a la necesidad de formación de nuestra fe católica, puesto que las clases las comencé con una breve introducción, que es lo que voy a comentar enseguida. Una introducción que se basó, sobre todo, en cuál es la necesidad de estudiar los sacramentos, sobre todo desde el punto de vista de la teología, haciendo un subrayado en que, precisamente, la teología es una ciencia, aunque es más que una ciencia porque también es una sabiduría, como lo es la filosofía, en cuanto ella busca conseguir proponer las razones de aquello en lo que creemos.
Es por ello que la primera necesidad del estudio teológico de los sacramentos está en diferenciar entre lo que es un sacramento y lo que es la magia. Alguien puede pensar o confundir —es mi experiencia pastoral— que simplemente por recibir los sacramentos, por ejemplo, el Bautismo, es suficiente para desterrar el mal de la persona. Y es como uno se encuentra a veces familias que llevan a un niño a bautizarse porque tiene "mal de ojo", y no es solo eso, el Bautismo no es una varita mágica. El Bautismo, así como los demás Sacramentos, lleva un compromiso de vida. Pasa también con los demás sacramentos. Pensemos en los jóvenes que se confirman, reciben el Espíritu Santo, pero si ellos luego no actúan con ese Espíritu que se les dio, es como si no hubiesen recibido ningún sacramento. Y así podemos repasar uno por uno. La Confesión es para el perdón de los pecados, pero si uno no quiere dejar el pecado, no quiere cambiar de vida, se podrá confesar muchas veces, pero no está el cambio. El punto aquí es que los sacramentos no son actos mágicos, implican también la colaboración del ser humano.
El segundo punto es la relación que hay entre el sacramento y la evangelización. Dentro de la Iglesia hay una especie de dos posiciones, y es que o sacramentalizamos o evangelizamos, es decir, o nos enfocamos en que haya bautizados, en que haya niños que reciban la Eucaristía, que parejas reciban el Matrimonio, o simplemente nos enfocamos en predicar, en llevar la Buena Nueva, ya que esto significa evangelizar. Al final, esta es una falsa contraposición porque las dos cosas están unidas: es evangelizar y sacramentalizar, porque al final la evangelización, el anuncio de la Buena Nueva, termina o pone su corona con la recepción de un sacramento, como por ejemplo, se va llevando a un niño para que reciba la catequesis, para que descubra lo que es estar en la Iglesia, y al final se corona esa catequesis recibiendo la Eucaristía.
Pero también es al contrario: el Sacramento necesita la evangelización. Sino, afianzamos una de las realidades que vivimos hoy y que ya un Sumo Pontífice lo dijo anteriormente: hay muchos bautizados en el mundo, muchos cristianos, pero hay pocos que viven según su fe. Y este es el gran mal que tenemos en cuanto se habla de los sacramentos, y es que se reciben, pero no hay una profundización del mismo. Y antiguamente, de hecho, dentro de la historia de la Iglesia, esto no era así. Se cuidaba mucho que el que recibía un sacramento, luego también se siguiera formando, se siguiera educando en lo que recibió para que luego tuviera una vida acorde o coherente a lo que había recibido.
Finalmente, como última necesidad del estudio teológico de los sacramentos, menciono cómo estos tienen que ver con momentos importantes de la vida. Por ejemplo, el Bautismo, el nacimiento; la Eucaristía, que nos acompaña a los que profesamos la fe cristiana católica como alimento espiritual; la Confesión como experiencia de la misericordia de Dios; luego tenemos la Unción de los Enfermos, que cuando uno siente momentos de angustia, de dolor, allí encontrarse con esa fortaleza, ese consuelo espiritual; la Confirmación, cuando uno justamente está en un proceso de muchas preguntas y quiere orientar su vida, el Espíritu Santo viene como ese orientador; el Matrimonio y el Sacerdocio, como dos Sacramentos que definen un poco lo que queremos para nuestras vidas. Y es así como cada Sacramento pues nos acompaña en momentos importantes. Al final, si eso no se ve, no se comprende, no se vive el sacramento como un momento importante para la vida, es allí donde viene la toma de conciencia de que el sacramento nos acompaña en nuestro existir.
Un punto que llamó la atención, y digo que no es que no se comprendía sino que no se aceptaba, es que desde la etimología de lo que es un sacramento, uno puede decir que hay muchas realidades sacramentales. Y es aquí donde hay que preguntarnos si personas que profesan otra fe y no reciben los sacramentos, si también para ellos llega el amor y la misericordia de Dios, la salvación. La respuesta es que sí, pues no podemos limitar a Dios, por ejemplo, a los siete sacramentos de la Iglesia. Sabemos que sí es así para nosotros, pues entendemos que allí está el Señor actuando, pero Dios es más que lo que nosotros podemos establecer en el tiempo, porque de hecho, al final, también los sacramentos han sido instituciones que ha hecho la Iglesia por mandato de Cristo y, al mismo tiempo, la Iglesia los ha establecido porque en el estudio teológico de la vida de Cristo ha descubierto que están estas siete acciones por los cuales se transmite la salvación.
Aquí lo importante es que también hay otras realidades sacramentales. Por ejemplo, un ateo que si es fiel a su conciencia, su conciencia es su sacramento. O un ejemplo que me pusieron en la clase: los niños especiales que no tienen conciencia, pero sienten el amor de aquellos que les cuidan. Esas manos cuidadoras, para esos niños especiales, esas manos cuidadoras, ese amor, es su sacramento. Lo importante es tener una mente y un corazón abierto a la acción de Dios, que aunque la Iglesia ha establecido 7 realidades sacramentales, saber también que no podemos amarrar la acción de Dios a lo que nosotros decimos o comprendemos. Dios es siempre más.
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