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Buen día, amigos. Ayer en la fe cristiana católica celebramos a todos los santos, y hoy, a los fieles difuntos. En un primer momento, estas celebraciones pueden parecer totalmente diversas: una sobre la vida y el triunfo, y otra sobre la muerte y un aparente fracaso. Porque, ¿hacia dónde vamos? Hacia el final de nuestras vidas. Y en realidad no es así.
En un principio, la Iglesia nos ha propuesto estas celebraciones en unidad, puesto que al final todos somos Iglesia. Y esto hace referencia a ese doble estado de nuestra vida por el cual pasamos todos: primero, es el camino de la santidad, el cual todos tenemos porque es el camino que recorremos y en el cual estamos llamados al crecimiento humano y cristiano. En segundo lugar, está ese estado de la vida donde morimos pero todavía estamos en un estado previo a poder disfrutar totalmente de la recompensa eterna, estamos purificándonos. Por eso se habla de la Iglesia triunfante y de la Iglesia purgante. Es una Iglesia que se está purificando, es una Iglesia que necesita tener un alma limpia y pura para gozar del banquete del Cordero.
Por ejemplo, para ilustrar esto, imaginemos como cuando nos invitan a una fiesta y queremos ir y presentarnos con el mejor atuendo, con la mejor vestimenta. La vida eterna, el Cielo, para los cristianos es precisamente la gran fiesta y necesitamos, espontáneamente, desde el fondo de nuestro corazón, ir lo mejor vestidos. Por eso, la Iglesia ve al purgatorio como ese estado donde nos purgamos, donde nos limpiamos de cualquier tipo de mancha de culpa que guarde nuestro espíritu antes de gozar de esa herencia eterna. ¿Cuánto tiempo estamos allí? ¿De qué se trata? ¿En qué lugar queda el Purgatorio? Esas son preguntas que hoy la Iglesia considera, o ha aprendido a poner un poco de lado, porque no es lo esencial, ya que luego de esta vida el tiempo deja de ser una categoría importante para el ser humano. Igualmente, no se trata de un lugar, sino de un estado que puede durar un segundo según nuestra manera de medir el tiempo. Y por otra parte, no se trata simplemente de contestar preguntas puntuales, sino del sentido de la necesidad de purificarnos. De hecho, por eso de cierta forma la Iglesia habla de que el Purgatorio también lo adelantamos en esta vida mediante el sufrimiento aceptado y con sentido, mediante el esfuerzo y sacrificio que hacemos cada día por hacer el bien. Eso también nos va purificando y limpiando nuestro espíritu.
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Ahora bien, el sentido de esta conmemoración es también tener un día para orar por todos los fieles difuntos, en especial por aquellos de quienes nadie se acuerda, puesto que al final también todos estamos llamados a ayudarnos unos a otros. Y la oración que hacemos por aquellos que han partido es también una obra de misericordia. Es un día que se vuelve una gran plegaria que hace toda la Iglesia peregrina por todos aquellos que han partido, confiando en la misericordia de Dios que siempre es más grande que todos nuestros pecados y que nuestros límites, para que sea esa misericordia la que lave nuestro espíritu, ya que ninguno de nosotros merece el Cielo, es un regalo del Señor. Por ello, todos necesitamos de la misericordia, especialmente aquellos que han partido y nadie se acuerda de ellos. La oración es una forma también de nosotros tener un corazón cada vez más semejante al de Dios.
Por ello, nuestra celebración, finalmente, nos hace pensar en nuestra propia muerte, puesto que esta vida no es eterna, esta vida tiene un punto final. Pero al mismo tiempo, desde nuestra fe, el final viene iluminado por aquella revelación divina que nos habla de que cuando el grano de trigo muere da muchos frutos. De tal manera, pues, que lo que hacemos nosotros en esta vida se prolonga hasta luego de nuestra muerte. ¿Y cómo se prolonga? Por medio de nuestras buenas obras. Por lo tanto, el final nos esclarece todo el camino. Saber hacia dónde nos dirigimos nos da sentido. De tal manera, pues, que la muerte no es vista simplemente como algo para tenerle miedo, sino también, para el que tiene fe, la muerte es también algo que le da un significado a nuestra existencia.
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