Ellas eran dos. Hacedoras, amables y bien dispuestas, ofreciendo deliciosas tortas, café, bebidas y entre otras tantas exquisiteces la encantadora armonía del lugar.
Cuando llegamos creí estar acercándome a un templo, debimos subir algunos escalones, para luego ubicarnos en un lugar central.
La noche era clara. Afuera, a escasos metros, con su eterno ronroneo y un aliento de fría humedad, custodiado por la Luna había quedado la inmensidad del mar Caribe en las costas de Falcón.
Adentro, calidez y pequeñas sutilezas nos participaban de un clima acogedor. Una conjunción exacta de calma y sensualidad.
El buen gusto se sentía invadido por las miradas, había rincones propicios para charlar de a dos, las ventanas eran las justas para descolgar láminas de recuerdos, de tiernos momentos, de sueños, de ilusión y el silencio bastaba para rememorar palabras escuchadas, para volverlas a escuchar.
Un lugar para enamorarse todos los días, un lugar preferencial. Cabaña ladrona de mis sentidos, andando mis calles siempre regreso a ti y volveré para refrendar el amor a la belleza, a la vida, para ocupar tus terrazas, caminar tu piso sonoro, saborear tus tazas de café, para confesar este amor clandestino, porque te quiero, porque no te olvido y besar tu magia con el corazón.
Las costas de Falcón son mágicas @tipu curate
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