El tocadiscos de mi padre

in Templo3 years ago


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Uno de mis recuerdos más felices de aquel tiempo, es aquel tocadiscos portátil que tenía mi papá, para mí era una caja mágica, él con cuidado extremo la colocaba en una superficie plana (a nivel) y totalmente limpia.

Luego hacía saltar los dos pequeños cierres de resorte y allí estaba, protegido por un forro aterciopelado donde resaltaba el nombre "Telefunken" en letras doradas el aparato de mis infantiles alegrías.

El artilugio consistía en un plato pequeño dos o tres botones de control y una especie de brazo articulado que en la punta tenía algo que mi papá llamaba "la aguja”.

Pero lo mejor era cuando él sacaba de su cuarto un maletín de hule con los discos, estos los cuidaba con celo de nosotros, mis dos hermanitos y yo que era el mayor a los que nos picaban las manos por "metérselas a aquellos portentos de 45 y 78 revoluciones, aquella música es aun mi preferida cincuenta y cinco años después.

La Sonora Matancera, Charles Aznavour, Daniel Santos, Panchito Rizett, Lecuona y Bola de nieve, Benny More, Sadel, y el preferido de mi viejo Javier Solís, mi papá había practicado alguna vez el boxeo y creo que debido a eso y por supuesto a su voz, admiraba a Javier Solis que había sido boxeador.

En aquel año de 1966 había muerto recientemente aquel ídolo y su fama se había multiplicado por mil. Sombras nada más, cuatro cirios, La cumbancha ,sonaban y sonaban por las tardes en nuestra vieja casita de tablas.

Un día en un descuido de papá tomé un disco y junto a mis hermanos comenzamos a jugar en el patio una versión de los que luego sería el famoso Frisbee con nada menos que el long play de Javier (su nombre verdadero, esto lo supe muchos años después ante el pelotón de fusilamiento.

En las primeras de cambio el Disco de acetato se estrelló contra el gallinero partiéndose en pedazos, luego como si nada retornamos a otros juegos y nos olvidamos del asunto, papá se puso furioso pero a su manera no fuimos castigados sino ignorados y a la semana premiados, pues mi papá le cambió aquella cajita maravillosa al señor Nicolás por un televisorcito de caja de metal usado marcaToshiba, y con ella se fueron los discos.

Desde esa época Javier Solís me ha acompañado en ese mundo interior de mis recuerdos, en mis años de joven zagaleton en los setentas lo escuchaba en las rockolas del barrio y de la plaza, en los ochenta, noventa y en todos estos años que confieso como el gran poeta haber vivido.

Ahora ya jubilado y miembro de lo que ahora llaman la tercera edad, cada vez que escucho su inconfundible voz, releo su corta biografía y veo a algunos muchachos jugando al frisbee, sonrío con nostalgia, también cuando me reúno con mis amigos los poetas y músicos, cantamos sus canciones y brindamos con el compañero claro ese que hacen de la penca ancestral del agave, todos somos sombras, nada más.