El Mono Tomás, un capo, nos llevó a conocer unas playas que te la regalo. Nos subimos a la lancha y arrancamos a toda máquina, con el viento dándonos en la jeta y el sol ahí arriba, haciendo lo suyo.
Llegamos a un lugar donde el agua parecía una pileta, tan clarita que veías todo lo que había abajo. El Mono, re tranqui, nos pasó los snorkels y nos mandó al agua. Al principio, estábamos todos medio duros, pero después de un par de chistes y risas, nos relajamos y empezamos a bucear.
Los pescaditos nos pasaban al lado como si nada, y nosotros flasheando con todo lo que veíamos. El Mono nos iba mostrando los mejores spots, siempre con su onda, como si fuera un guía de primera.
Después de un buen rato, salimos a flote y nos quedamos flotando en el mar, como en otra dimensión. Fue un día redondo, de esos que te quedan grabados. Terminamos la jornada en la lancha, mirando el cielo y con una paz tremenda. Mono, sos un grande, gracias por este día de lujo.