Hubo un tiempo en el que el gobierno construía urbanizaciones de clase baja con casitas como cajitas de fósforos. Disculpe el lector por usar la trillada frase “cajitas de fósforos” para referirme a esas pequeñas casas, pero es que a esta hora tengo el taparo seco y no encuentro, justo en este momento, una mejor metáfora, más acorde con la vanguardia, con la cual describir esas “soluciones habitacionales” diseñadas por algún misántropo de siete suelas.
En estas urbanizaciones siempre había crisis de servicios, como ahora. Aunque ahora es peor. Durante los apagones, muy comunes antes y ahora, solía la gente sacar sillas para sentarse al fresco de la noche y esperar las, a menudo, luengas horas que se demoraba la agraciada compañía eléctrica en dignarse a gestionar un pañito caliente para la recurrente avería.
Las más veces, transcurrían hasta tres horas o más desde que era reportada la falla hasta que aparecía algún camión con su cuello de diplodocus a sustituir el transformador quemado, empatar la guaya rota o reemplazar el fusible fundido.
El tiempo se mataba en largas tertulias entre vecinos. Tertulias muchas veces similares a las que se suelen dar en los velorios, con chistes y chismes, pero sin el chocolate caliente y sin el muerto.
Algunos niños, una vez habituados a la luz de la luna, correteaban entre los vehículos jugando al escondite. Otros niños se acostaban sobre los capós de los carros o sobre las maletas de éstos.
En esa época los carros tenían trompas largas y anchas, y maletas también largas y anchas, tal que un niño y aun un tarajallo podía arrellanarse sobre las mismas muy a su sabor. Entonces no eran los carros como los que ahora se usan, que no puede uno medio darles un culazo porque se les hunde la carrocería, y mucho menos sentárseles en el capó. Eran entonces los carros de duro material confeccionados, de modo que los mencionados tarajallos podían acostarse uno al lado del otro a hablar pendejadas, y la carrocería del carro no se hundía ni un nanómetro. Eran mejores tiempos. Las cosas estaban hechas para durar. Aún hay carros de esos rodando por allí. Yo procuro nunca estacionar el mío al lado de uno de ellos, pues tendría todas las de perder.
Otros niños, en lugar de corretear, se quedaban sentados escuchando las conversaciones de los adultos. Uno de esos niños era Rosa Claudia, una morenita de cabello liso, no muy agraciada, hija de una maestra de escuela que cobraba una pensión por loca pero que de loca no tenía un pelo. En esa época era muy común, en el gremio de los maestros, incapacitarse por loco no estándolo; con pseudo-diagnósticos tales como depresión galopante, nostalgia morbosa, melancolía punzante, morriña crónica, hipocondría aberrante, languidez bizarra del ánimo, pérdida de la libido, etcétera, que servían para que las maestras —que no los maestros— se retiraran a una vida hogareña de regar helechos, sin trabajar y cobrando su sueldo íntegro. Muchas veces los esposos de estas maestras, no acostumbrados a la ociosidad de su consorte, caían a su vez en un estado de agrura y avinagramiento que sólo era suavizado con la ingesta sistemática de cerveza o por asiduas visitas a una prostituta colombiana o dominicana.
Sucede que era junio. Sucede también que Rosa Claudia se había desarrollado en enero, pocos días después de haber cumplido doce años.
Aquí, cuando una niña tiene su primera sangre, se dice que “se desarrolló”. Se le dice a la niña que ya es una mujer, y le toca a la madre revelarle algunos misterios de la vida, hasta entonces vedados para sus castos oídos. Rosa Claudia había tenido varias menstruaciones, pero sin embargo su cuerpo no mostraba aun signos de femineidad acentuada. Aún los zagaletones no la veían con pensamientos lascivos ni la incluían en el casting mental de sus actividades onanistas.
Durante la tertulia surgió el tema de un tercio al que la mujer corneaba mientras él hacía largos viajes ejerciendo la noble y nunca bien, como se debe, encomiada labor de gandolero. En oyéndolo, sin saber qué cosas eran corneadas o cachos entre hombre y mujer, Rosa Claudia rompió su silencio e hizo la impertinente pregunta de “¿qué significa pegar cachos?”.
La conversación con su madre, cuando Rosa Claudia se hizo mujer, no incluyó temas escabrosos y profundos como la infidelidad y los cuernos, las corneadas y las cornamentas, temas meridianos que deben ser discutidos con claridad diáfana de padres a hijos para revelarles las realidades de la vida.
Así pues que Rosa Claudia preguntó, metiéndose en conversación de adultos:
—¿Qué es pegar cacho?
—¡Cállese! —le increpó duramente su padre, que a su lado estaba sentado— ¡Los niños no deben meter la cucharada en las conversaciones de los adultos!
Rosa Claudia, mohína, bajó la cabeza, pero inconforme con que le tronchasen, así de plano, su sana curiosidad, y sabiendo que ya era una mujer, primero emitió un sonoro rezongo y luego dijo:
—¡Yo ya no soy una niña! —exclamó, y usando sus dedos para enumerar, continuó—, yo me desarrollé en enero, febrero, marzo, abril, mayo...
El pequeño grupo de vecinos en su inmediata proximidad estallaron de la risa, interrumpiéndola. Dentro de su inocencia, Rosa Claudia pensaba que cada vez que le llegaba la regla “se desarrollaba”.
Con el tiempo, Rosa Claudia desarrolló las curvas que de ella se esperaban y los zagaletones comenzaron a notarla. El mundo dio muchas vueltas y Rosa Claudia, ya una mujer de veinte años, se casó con uno de los tarajallos que estaba aquel día acostado encima del capó del LTD. Le parió tres hijos y, llegado un tiempo, lo corneó.
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Good fortune
Estupendo de la vida misma
Jajajajajaja. Este cuento me hace recordar un cuento "iguanito" que también ocurrió en uno de esos pueblos de este país. Como siempre, disfrutando tu humor. Te abrazo
Nancy, publica ese cuento. ;)
una historia muy atemporal, existen cosas que nunca cambian, los pañitos calientes de la empresa eléctrica, las excusas para cobrar sin laboral, las viejas chismeando, y los niños siendo niños, aunque no lo creas lo que si han cambiado son los autos, bueno y los niños modernos que han perdido un poco de su inocencia, en fin, todo lo demás esta detenido en el tiempo... y no hay nada más humorístico y lindo, que un niño inocente reclamando ser grande, jajajaja que lo digo yo que tengo un preadolecente con inocencia (no es de las versiones actualizadas)...
Excelente análisis @denissebermudez, creo que al agregar esos detalles el lector se acerca a la historia. Que bueno que lo disfrutaste.
De mucho sabor y humor la recreación de esas semblanzas, tan propias de nuestra gente, en tu relato de muy buena escritura. Saludos, @sansoncarrasco.
Saludos. Vas a pensar que es mentira, pero el relato lo tuve que leer en dos días porque ayer se fue la luz. Muy buen texto. Felicitaciones.
Hay cosas que no cambian jejejeje.
Cuántas Rosas Claudias de la vida de antes tienen una marca en la frente por haber hecho una pregunta "indecorosa" delante de los mayores. Saludos.
Así es @charjaim, gracias por leerme.