Sobre La Insoportable levedad del ser, de Milan Kundera

in #kundera7 years ago (edited)

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Definitivamente La Insoportable Levedad del Ser es una novela densa. Kundera sugiere muy bien sus títulos en relación a las historias que elige exponer; siendo estos enunciados un faro que alumbra e inunda el mar de páginas que se suceden a posteriori. Más que litros de agua salada, son esas páginas, láminas de plomo en una lectura tan apremiante como exhaustiva.

Inicia con su aguda pluma trazando la “idea del eterno retorno” expuesta nada más y nada menos que por Friedich Nietszche, ¡vaya comienzo! La repetición de los hechos… Las primeras líneas ya asoman que la historia viene con una carga filosófica considerable, y, en efecto, la expande.

Kundera sitúa las relaciones de sus personajes en el vórtice del existencialismo. Los acontecimientos, y el vínculo con estos, se vislumbran bajo la figura del Peso; el peso de las responsabilidades, el peso de los acontecimientos, el peso mismo de la realidad que nos empuja al suelo y nos recuerda los pies pisando la tierra. En contraparte, la levedad nos separa, nos eleva, nos libera; una suerte de no-compromiso, la sensación de ligereza ante la vida.

De esta manera el autor cincela su propio soliloquio: ¿levedad o peso?
¿Es el peso necesario para alcanzar la plenitud en la vida, siendo en consecuencia más verdadera y más real; o por el contrario, podemos gozar de una inercia natural que nos haga tan libres como insignificantes bajo la figura de la levedad?

Si algo me ha llamado la atención en esta novela ha sido la sagacidad con que inserta las estructuras de su propia idea de la decadencia humana. ¡La vida es un boceto para Kundera! Valiéndose de un axioma: ¡solo tenemos una!, y al errar, solo anhelamos el retorno a una siguiente oportunidad; de allí su utopía del resurgimiento de la humanidad en el planeta dos, tres, cuatro, etc…

Sus personajes se debaten entre la levedad y el peso, tal como cualquiera de nosotros, que transitamos en caminos no muy apartados de esos escenarios de Franz, Sabina, Teresa, Tomás e incluso Karenin. Personajes que giran en traslación gravitando con el peso, y anhelando la levedad, entre saltos y zancadas, para desorbitar las consecuencias de su devenir.

Así compara, o más bien separa, el amor de la histeria, como agua y aceite vertidos en un mismo recipiente. Los aspavientos de la pasión y la fatigosa aceptación del compromiso. Entre esto, una amalgama: ¡la decisión! El dilema citado a través de una pieza de Beethoven: Muss es sein? (¿Tiene que ser?); Es muss sein! (¡Tiene que ser!)

A esta premisa de Bethoven le anexa otra certeza, explicando que los eventos en la vida son una sucesión de casualidades, y, la casualidad misma, un vehículo por donde se suscitan nuestros acontecimientos.

Bordea el dualismo cartesiano de Descartes, sentenciando que “el alma no es más que la actividad de la materia gris”. Sostiene también una visión utópica del amor, susurrando “el propio idealismo ingenuo”, que supera las contradicciones, esa dualidad cuerpo y alma, e incluso, el tiempo.

Define el Vértigo como “la profundidad que se abre ante nosotros, que nos atrae, que nos seduce, que despierta el deseo de caer; del cual nos defendemos espantados.” Vincula la proximidad con el vértigo, siendo éste la consecuencia de ese seductivo acercamiento. La novela está llena de estas pinceladas, que traza asertiva y temerariamente en el lienzo de la razón.

Kundera hace paralelismos tan enigmáticos como valorables; como la conceptualización de la oscuridad entre Franz y Sabina, en donde para el primero, cerrar los ojos al hacerle el amor representa el infinito que lleva dentro de sí, puro, limpio, sin imágenes ni visiones; y para la segunda, el mismo hecho de cerrar los ojos representaba el escape ante la disconformidad de lo que veía, la negación de lo visto, el rechazo a ver. Kundera, en la voz de Franz, define el amor como una renuncia, evidentemente a la levedad.

Compara la hipocresía con la magnífica apariencia de un retrete, el cual se alza reluciente, que, a su vez, también esconde las suciedades bajo el interior de su utilidad: “El arquitecto hace todo lo posible porque el cuerpo olvide sus miserias y el hombre no sepa qué pasa con los residuos de sus entrañas…”

Contrasta el mito de Edipo con las realidades históricas de la política y sus desaciertos… La repetición del arrepentimiento a razón de la impulsividad.

Identifica el “yo” individual (que se diferencia de lo general) como lo que no puede ser adivinado y calculado de antemano. Lo que en el otro es necesario descubrir, develar, conquistar. La “millonésima diferencial” que aparta el amor ideal de todo lo demás; el microcosmos de la distinción.

Plantea dos tipos de obsesión: la lírica y la épica. La primera es propia de los que se buscan a sí mismos en su pareja. La segunda es el resultado de no proyectar ese ideal subjetivo. El mujeriego lírico persigue entonces su propia intención de mujer, a pesar de las inexactitudes de sus desaciertos, atribuyéndoles el mismo avatar. Y en contraposición, el mujeriego épico busca la belleza femenina convencional de la que se harta rápidamente sin vergüenza alguna.

¡Los personajes de esta novela son sus propias posibilidades que no se realizaron! Dice Kundera, “¿Acaso no es cierto que el autor no puede hablar más que de sí mismo?

Así, contrasta los placeres del sexo con el Acuerdo Categórico del Ser. El replanteamiento del Kitsch. El hombre y su sombra. Lo que es y lo que debe ser. Habilidosamente vuelve a girar en torno al Muss es sein?/Es muss sein! No solo en escenarios pasionales, sino también entre la realidad país que sitúa la historia de esta pieza literaria. Ideal vs. realidad, y un Gulaga como metáfora de una necesaria depuración, tan política como existencial: la Gran Marcha vs. la caída del comunismo.

Finalmente reprime que las calamidades de la humanidad, tal vez, se iniciaron con la desidia ante el mundo mismo y sus bondades, teniendo en cuenta que la naturaleza del hombre era ser expulsado del paraíso. Así resalta una vez más la decadencia del hombre degradado en machina animata, sabiendo que su transitar es errante y su destino el eterno retorno.

Fragmento:

“Un drama vital siempre puede expresarse mediante una metáfora referida al peso. Decimos que sobre la persona cae el peso de los acontecimientos. La persona soporta esa carga o no la soporta, cae bajo su peso, gana o pierde. Pero ¿qué le sucedió a Sabina? Nada. Había abandonado a un hombre porque quería abandonarlo. ¿La persiguió él? ¿Se vengó? No. Su drama no era el drama del peso, sino el de la levedad. Lo que había caído sobre Sabina no era una carga, sino la insoportable levedad del ser.”

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