Comparto el siguiente poema compuesto por el erudito Gungtang que describe los sufrimientos del envejecimiento:
«Cuando envejecemos, el cabello se nos vuelve blanco, pero no es porque nos lo hayamos lavado; es una señal de que pronto nos encontraremos con el Señor de la Muerte.
Nuestra frente se llena de arrugas, pero no es porque nos sobre carne; es porque el Señor de la Muerte nos advierte: “Pronto vas a morir”.
Se nos caen los dientes, pero no es para que nos salgan otros nuevos; es una señal de que pronto no podremos ingerir alimentos.
Nuestros rostros se vuelven feos y grotescos, pero no es porque llevemos máscaras; es una señal de que hemos perdido la máscara de la juventud.
Nos tiembla la cabeza de lado a lado, pero no es porque estemos en desacuerdo; es porque el Señor de la Muerte nos golpea con la porra de su mano derecha.
Caminamos con el cuerpo encorvado y mirando hacia el suelo, pero no es porque busquemos agujas perdidas; es una señal de que añoramos nuestra belleza y vivimos de recuerdos.
Para ponernos de pie nos apoyamos sobre las cuatro extremidades, pero no es porque imitemos a los animales; es una señal de que nuestras piernas son demasiado débiles para soportar nuestro peso.
Al sentarnos caemos desplomados de forma repentina, pero no es porque estemos enfadados; es una señal de que nuestros cuerpos han perdido la vitalidad.
Nos tambaleamos al andar, pero no es porque nos creamos importantes; es una señal de que nuestras piernas no pueden sostener nuestros cuerpos.
Nos tiemblan las manos, pero no es porque estemos ansiosos por robar; es una señal de que el Señor de la Muerte, con sus dedos ávidos, se apropia de posesiones.
Nos alimentamos con muy poco, pero no es porque seamos mezquinos; es una señal de que no podemos digerir los alimentos.
Jadeamos al respirar, pero no es porque susurremos mantras al oído de un enfermo; es una señal de que nuestra respiración pronto cesará».
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