Quiero comenzar aclarando que este artículo (relato, ensayo, como quieran llamarlo) está basado en experiencias personales, por lo tanto, las opiniones y vivencias de los lectores pueden diferir. No pretendo imponer mis vivencias a las de los demás, ni crear una pauta acerca de cómo las personas deberían comportarse en determinadas situaciones; simplemente es algo que quiero compartir. Si alguien se identifica o comparte mis puntos de vista, perfecto; y si no, también.
Mi etapa liceísta fue, a mi parecer, una de las más inconsistentes de mi vida. Dado que muchos pensarán de la misma manera, no es difícil entender el porqué.
A estas alturas de mi vida no entiendo cómo fue posible que en un solo día las cosas fuesen tan bien y tan mal al mismo tiempo, y si bien ahora admito que gran parte de mis problemas pudieron deberse a ciertas dificultades de adaptación de las que no pienso hablar en este artículo, siempre he pensado que la mayor parte de las cosas que salieron mal pasaron debido a mis propias inseguridades, y mi inhabilidad para aceptarme.
Físico aparte. Fue una cuestión mental; desde pequeña, se me ha dicho que no pienso como la generalidad; se me acostumbró a creer que las cosas que yo hacía no eran normales, y que debía obligarme a mí misma a adaptarme; imagínense mi horror cuando, al momento en que cursaba mi segundo año, me di cuenta de lo grandes que eran las posibilidades de que también me gustasen las mujeres.
Después de tantos años de sentirme apartada; de sentirme ridiculizada por cosas tan simples como los programas que me gustaba ver, las cosas que adoraba leer, y la ropa que prefería usar, darme cuenta de que había algo más que me hacía diferir (un algo más que podía volverse peligroso si las personas equivocadas se enteraban de ello) fue chocante. Entré entonces, en la tan famosa y adorada negación. O el closet, como es más conocida.
Decidí que, dado que no tenía sentido arriesgarme a querer algo más que no fuese “normal”, iba a ocultarme lo más posible.
(Si bien en ese entonces creí que todo había comenzado ese segundo año de bachillerato, ahora me dio cuenta que la situación llevaba tiempo construyéndose. Desde muy temprano me di cuenta de que mis gustos no iban por la línea de lo regular, pero entre la falta de información, y el miedo que me daba la idea, jamás me permití admitirlo)
Claro que, la determinación a mezclarme no duró mucho; estoy segura de que no habían pasado seis meses cuando comenzaron los verdaderos problemas: la negación, transmutada a frustración, se tradujo en ira. Mientras más me esforzaba por ocultar quién era, más me fui cerrando al mundo, más incomprendida me sentí, y más iracunda me volví. Pequeñas cosas, muchas veces sin sentido alguno, me hacían explotar, me hacían sentir ganas de llorar, y repartir a golpes mi opinión, a quién fuese.
Recuerdo que traté mal a muchas personas, y dejé de lado, o me obsesioné con otras. No entendía por qué me era tan difícil encontrar el balance en mi vida, ese que todo el mundo a mi alrededor parecía tener.
Sabía, en lo más profundo de mi ser, que me gustaban las mujeres, pero no me sentía cómoda con la idea de ser “clasificada” como lesbiana. Pensaba: no es que me “sienta” como una (como si ser lesbiana viniera con un manual de cómo debes sentirte o actuar); sumándole a todo este debate mental mi obvia atracción hacía los hombres, mi cerebro se sentía a punto de explotar.
No fue sino hasta mediados de tercer año, cuando, por ocio más que nada, leí un artículo que explicaba qué era la comunidad LGBT+, y qué significan cada una de las letras que conforman su sigla; fue entonces cuando me que di cuenta de que, después de todo, no estaba sola en el mundo.
A partir de ahí todo fue en picada: me obsesioné durante meses con la búsqueda de artículos sobre sexualidad; leí, leí, y leí, hasta que todo lo que creía saber acerca de las relaciones y cómo se suponía que debían ser, quedó obsoleto. Me enteré de que las personas a las que les gusta el sexo contrario son heterosexuales; a quienes les gusta su mismo sexo, son homosexuales; y (redoble de tambores) aquellos que sienten atracción por ambos sexos son llamados bisexuales.
(bandera del orgullo bisexual, bandera bisexual, o bi-flag)
Oh, cariño, la vida tuvo mucho más sentido; no solo me di cuenta de que no había nada malo en mí, sino que había cientos de personas como yo a lo largo del mundo. Leí fichas psicológicas, libros de sexualidad, notas amarillistas, vi buenos y malos ejemplos (a pesar de que los malos ejemplos de bisexualidad son a los que más les prestan atención los medios), y, sobre todo, sentí que al fin podía aceptarme a mí misma. No soy una anormalidad, no tengo problemas psicológicos, simple y llanamente, mi sexualidad trabaja distinta a la de los demás.
Fue liberador, fue hermoso… y aterrador, porque, así como me enteré de las cosas buenas, me enteré de las cosas malas; vi como intolerancia corrompía a las personas; como el odio a lo desconocido era capaz de arruinar la vida de los demás; me di cuenta de que mi familia y yo tenemos puntos de vista muy diferentes acerca de cómo deben funcionar las cosas.
Pero, sobre todo, me di cuenta de que mientras más aceptación exista, más felices somos las personas. Descubrí que tengo amigos maravillosos y que, aunque mi familia no esté de acuerdo conmigo están dispuesto a cuidar de mí; descubrí lo maravilloso, y lo molesto, que puede ser hablar con los demás; pero creo que lo más importante es que me di cuenta de que si yo estoy cómoda conmigo misma, a todo lo demás hay que hacerle como al té: tomárselo con calma.
A quienes lean esto: si tienen una opinión de la cual están seguros; que no les hace daño ni a ustedes, ni a los demás; y que les permite vivir una vida perfectamente estable; no dejen que les sometan los demás. Es valida, probablemente no hermosa, pero si importante, pues les hace ser quienes son.
Si no están seguros, investiguen; no dejen que les hagan lavado cerebral, ni se conformen con la opinión de una sola persona; sobre todo, no dejen que la opinión pública controle sus mentes (ese, a mi parecer, es el peor error que podemos cometer) ni se dejen llevar por la marea mediática. Mientras más notas acumulen sobre el tema, más cerca estarán de hacerse con su propio criterio, y, una vez establecido esto, podrán ya sea valerse por sí mismo, o buscar el grupo al que mejor se adapten.
Sin más que decir, gracias por leer.
Sensacional reneean, me encantó tu redacción.
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Una historia conmovedora. Todas las personas LGBT+ hemos pasado por esa etapa de confusión al descubrir nuestra sexualidad, casi siempre seguida por otro periodo en que el miedo al rechazo de la sociedad nos incita a ocultarnos e intentar cambiar.
Pero afortunadamente esto no tiene por qué ser siempre así, y el mundo camina muy lentamente hacia una mayor inclusión, a pesar de la fuerte oposición de minorías retrógradas.
Gracias por tu comentario; tengo la esperanza de que, con el paso del tiempo, las personas nos hagamos más abiertas a la diversidad y aceptación. Cada día hay más personas dispuestas a escuchar y respetar, y tal vez algún día las todos podamos poner pie en la calle sin temor a ser juzgados por nuestra forma se ser.
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