Un boleto sin regreso...
¿Está era la Venezuela que la revolución quería?, de tan solo pensarla siento que me asfixio mientras miro una bandera de Venezuela blandirse al viento, me duele mirarla, no quiero mirarla puesto al hacerlo mis ojos se empañan y de cualquier modo dejo de verla, solo que mi dignidad y orgullo se muere de a poco, ¿acaso no puedo sentir orgullo por ella sin tener que llorar en el proceso?, ¿Por qué lloro y no sonrió al verla?, ¿Por qué siento que esta lastimada?
No conozco a tantas personas como para sentir dolor por ellos, pero si conozco a las personas de mi barrio, si conozco las calles en las cuales crecí, el pueblo en el que he vivido toda mi vida, y muy a pesar he descubierto algo, estas no son parte de mi Venezuela, esas calles ya no son mías, esas personas ya no me conocen y ese pueblo se ha desvanecido en la pobreza y el olvido, me duele está Venezuela.
Mientras noto que las personas vuelven el rostro e intentan adaptarse a la miseria, lloro.
Dejo que lágrimas calientes recorran mis mejillas, mi nariz se irrita y nace en mi garganta un nudo que me quita respiración y me hace sollozar, siento que pierdo a una velocidad sorprendente, quiero correr, quiero alejarme, pero entonces la miro removerse.
Mirarme con sus grandes ojos marrones, tan claros y hermosos, tan transparentes y me duele.
Seguro tiene seis años, tiene la piel morena, cremosa y limpia, nieva y perfecta, mide alrededor de setenta centímetros, lleva puesta un harapo de color amarillo, azul y rojo, este último color gotea y hace que debajo de ella haya un charco de sangre, eso me indica que esta herida.
La escucho llorar, sollozar y gritar, pero no puedo hacer nada, soy tan pequeña y ella está sujeta a grandes monstruos sin forma, sólo distingo el color, negro, sostienen sus brazos y sus pies al aire, ella se remueve una y otra vez, pero no logra soltarse, siento mi cuerpo pesado, caigo y la miro llorar, es una niña y la ultrajan, la violentan y golpean, miro sus labios rojos temblar, mientras barren con lo que ella llamaba ropa, grito, pero nadie escucha.
Es una niña en un mundo de adultos, hay más niños, pero están asustados de esos monstruos de color negro, deformados, espectros que sólo toman de ella lo que ni siquiera necesitan, la maltratan sólo por crueldad, los miro cortar su largo cabello negro, tan espeso y abundante, ríen mientras alegan que nunca se agotará, que seguirán cortando y cortando, me pregunto si pretenden dejarla rapada, marchita y sin ayuda, aprieto mi cabello entre mis dedos en el proceso, la desesperación me agobia y golpeo mis puños contra el suelo lleno de su sangre, miro como mi propia sangre se une a la suya, duele.
Pido ayuda, pero nadie escucha, los adultos miran y estudian su caso mientras es dañada, lo hacen sentados en sus sillones de cuero y terciopelo, mientras reposan sus pies en un mueble mullido, para el caso un trago de café los hace pensar mejor, ¿Qué están haciendo?
Ella llora, me pregunto qué harían si esa fuese su niña, la dejarían sufrir, dejarían que la la golpeen y la ultrajen, recapacito mientras siento mis mejillas frías y secas, la miro sonreírme mientras sus ojos marrones casi ámbar están abarrotados de lágrimas, ella sabe lo que pienso, ¿Cómo podrían ayudarla?, sí sólo meditan la mejor opción de cómo sacar a los monstruos y colocarse ellos en su lugar y darle dulces, mientras ella amablemente deja que la dañen, sería como matarla mientras le soban la frente, lentamente, agonizante, ahora la lastiman, pero para el caso esos adultos también lo harían.
Mis lágrimas salen de nuevo y con más fuerza, Venezuela no dejaría de estar atada hasta tanto no creciera y pudiese pensar en cómo sonreír sin tener que llorar mientras la dañan, pero como crecería cuando su mente está plagada de pequeñas neuronas que son dueñas de sí mismas pero no desean pensar y lo único que quieren es recibir indicaciones mientras las acarician con pequeñas descargas eléctricas que las hacen moverse como si de borriquitas se tratase.
Mueren en el proceso y sin siquiera saber que son y para que existen, mueren como pequeños niños que nadie enseño a leer, entender y saber, para el caso aquellos adultos sólo los miran como un acto de mala suerte y lastima, dicen tener una humanidad, que sólo está en un pedestal plagado de flores y alto premios, reconocimientos a aquellos que lo han intentado, tan hipócritas al recibir algo que ni siquiera han logrado, cuantos premios a la paz habían entregado a quienes sólo intentaron, me preguntaba por aquello que ofrecerían al lograr lo imposible, una paz real y no sólo un intento.
Baje mi cara mientras tapaba mis oídos con mis manos, su garganta ronca y mutilada hacía de sus gritos algo suave y agobiante, no quería mirarla, el viento llevaba sus sollozos hasta mí, como recordándome que ella sufría, mi Venezuela sufría.
La sangre chorreaba de mis labios, los había roto en proceso por evitar sentir ese dolor en mi pecho, ella no tenía salida, sólo ser abuzada, hasta que algún día, sus neuronas decidieran pensar y dejar de recibir caricias hipócritas que los mantenían encerrados en un corral hecho con la misma membrana con que están hechas las burbujas de jabón, tan delicado que con un sólo suspiro podrían derribarlo o mientras bostezaban de lo flojos que son, tan quietos, recibiendo azotes, con sus manos y pies libres, pero seguían ahí recibiendo maltratos y humillaciones, me preguntaba si algún día descubrirían que tan sólo con volverse notarían que podrían tomar el látigo y hacerlo polvo en sus manos.
Sollocé al notar que no estaba sola, habían otros a mis lados que lloraban al mirarla, pero éramos tan pocos, que eso sólo podíamos hacer que ella se removiera y sonriera para brindarnos fuerza, yo no quería, no quería verla agonizar, ¿Qué debía hacer?, ¿Volverme y darle mis espaldas?
Me coloque de pie y mire a los demás seguir llorando y gritando a todo pulmón, las demás neuronas seguían soñando con una ambición ridícula que los llevaba a un lecho vástago y espinoso, uno en el que jamás podrían dormir, di un paso hacia atrás, la mire sonreír nuevamente, me miraba, sabía que la abandonaría.
Note un gota de sangre salir de su boca y bajar por su barbilla, sus ojos volvieron a lagrimar una vez más, esa gota de sangre había salido de un rojo tan intenso que solo la distinguí cundo toco la piel de su barbilla, mire como con alambre púa le rasgaban la piel, abrió sus labios y grito mientras se doblegaba por el dolor causado, creaban fronteras, reí mientras gemidos de dolor hacían de mi llanto algo ridículo, grite y sin moverme un segundo más, no debía dejarla, ella… ella sólo era una niña, gritaría su nombre tan veces que seguro alguien en su cabeza pensaría que alguien lo llamaba, puesto al decir su nombre también decía el suyo… y el mío.
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