Como bien señaló el bueno de Bauman, vivimos tiempos líquidos, gaseosos según se mire. Nuestras sociedades han ido acumulando, de manera acelerada, mejores estándares de vida, un horizonte de oportunidades más amplio, más y mejor información, democracia y cultura; pero, sin embargo, también es cierto que el compás moral que debe guiar una sociedad sólida hace tiempo que no estaba tan desorientado. En su lúcido libro Nobleza de espíritu (Taurus, 2016; con prólogo de George Steiner),el filosofo holandés Rob Riemen, realiza un potente alegato en defensa del humanismo, la responsabilidad individual y la importancia de la ética en el análisis social a través de tres magníficos ensayos.
Se trata de un texto que apela a la memoria. Riemen subraya los principios rectores esenciales para mantener una búsqueda honesta de la verdad. Con potentes ecos poperianos, el autor reflexiona sobre como la verdad existe, advirtiendo contra ese relativismo de todo vale; y, al mismo tiempo, transluce la idea clave de que la verdad es algo inalcanzable, nadie tiene el monopolio del saber, afirma Riemen, ni la certeza absoluta sobre un postulado.
Riemen se apoya principalmente en tres férreos puntos de ancláje: Goethe, Spinoza o Mann que sirven como potentes referentes para afinar la brújula moral con la misma precisión con la que el diapasón da el tono a la orquestra. A propósito de Goethe, Reimen introduce el concepto central de nobleza que, como cualquier virtud, es ineluctablemente resultado de un esfuerzo personal e intransferible. Esta nobleza de espíritu es un habito exigente que requiere una ejercitación constante. Una condición imprescindible, recuerda Riemen, para aquellos que quieran asomarse al mundo con una mirada educada, refinada, capaz de razonar con espíritu crítico. Un potente mensaje en línea con el concepto de filosofía mundana del filósofo Javier Gomá.
A propósito de su paisano Spinoza, otro magnífico observador del alma humana (Spinoza tiene unas observaciones sobre España y Cataluña muy curiosas), el humanista holandés destaca la importancia vital que tiene para el intelectual la independencia. Una independencia que Riemen no limita a las ataduras, normalmente más visibles, de los poderes fácticos y mediáticos, sino también, y más importante, una independencia con respecto ataduras ideológicas y (añado) sentimentales. Algo especialmente pertinente en un momento en que se esta sustituyendo peligrosamente la causa del periodismo por el periodismo de la causa. Vamos cortos de observadores capaces de ser críticos consigo mismos, de dejarse sorprender por la realidad y poner en tela de juicio sus prejuicios. Por el contrario, vamos sobrados de plumillas de causa para quién se analiza y filtra desde un prisma de color determinado. La objetividad no existe, pero no es lo que aquí se reclama, sino más bien de recuperar un espíritu crítico, honesto con la verdad, representado en figuras como Albert Camus o George Orwell (por poner solo dos figuras que unen a la derecha y la izquierda).
En todo el texto de Riemen aflora una defensa del valor de la humildad, en su acepción misiana de saber aceptar nuestras limitaciones epistemológicas. Rieman desconfía de la actitud cientifista, sobre la que ya advirtió Hayek en La fatal arrogancia: los problemas políticos y sociales no se arreglan con la escuadra y el cartabón, con respuestas simples y únicas. Este humanismo consciente de la aviesa naturaleza humana choca con la visión euclidea de lo que el autor llama tecno-evangelistas y otros paradigmas del pensamiento plano.
La buena ciencia va irremediablemente ligada a una visión humana de la vida, necesita de una visión filosófica solvente y refinada en la que apoyarse. El filósofo posmoderno Nassim Taleb, por ejemplo, distingue entre el pensamiento del tipo Descartes (cartesiano, que aborrece) de la fineza humanista de Montaigne. Reflexiones especialmente aplicables al mundo de la economía, por ejemplo, muy propenso al uso de modelos estocásticos, y también de forma creciente para politólogos y sociólogos, muchas veces seducidos. por la utopía de querer transformar la sociedad por la vía del BOE o a golpe de tuit. No se puede simplificar lo complejo.
Los mensajes contrarian de Riemen llega en un momento donde la oferta de soluciones mágicas que prometen soluciones rápidas e indoloras a problemas complejos abundan por doquier. De ahí que su lectura sea especialmente importante. No existe el alcohol que desinfecte sin picar. Riemen evita el camino fácil y recuerda una y otra vez cómo el cambio empieza en el individuo. No es casualidad que el autor ensalce valores como la responsabilidad individual o el esfuerzo como verdaderas palancas (quizás las únicas) para mejorar y transformar la sociedad que conviene tener siempre muy presentes.